Dominio público

¿Por qué los hombres deberíamos leer a la Fallarás?

Octavio Salazar Benítez

Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Córdoba y miembro de la Red Feminista de Derecho Constitucional

Varios ejemplares de la última novela de Cristina Fallarás, 'El Evangelio según María Magdalena'. TWITTER
Varios ejemplares de la última novela de Cristina Fallarás, 'El Evangelio según María Magdalena'. TWITTER

Los hombres, en un bucle perverso que no hace sino confirmar ese pacto juramentado que tan bien nos explicara Celia Amorós, siempre nos hemos leído y nos leemos entre nosotros. Nos citamos, nos damos palmaditas en el hombro y certificamos la autoridad del colega porque, de esa manera, estamos confirmando la nuestra. Necesitamos de la fratría para confirmar nuestra subjetividad, al mismo tiempo que identificamos la masculinidad y lo masculino con lo importante, para lo que, como ya nos advirtiera Virginia Woolf, necesitamos reducir el tamaño de las mujeres para así nosotros vernos como superhéroes.  La ley patriarcal que condena a las mujeres al silencio, y que sigue vigente a través en muchas ocasiones de sutiles estrategias que las invisibilizan o les niegan voz y prestigio, ha sido y es el reverso de nuestra permanente palabrería, de nuestro dominio en lo público y de nuestro señorío en lo privado. Los que siempre nos creímos omnipotentes con la ayuda impagable de las religiones que, como la católica, nos confundió con la divinidad y redujo a las mujeres a un triple papel: la pecadora (Eva), la virgen (María) y la puta (María Magdalena). El triángulo perfecto para construir y amparar el estatuto subordinado de la mitad de la Humanidad. Porque, no nos engañemos, y pienso sobre todo en mis colegas juristas, la asimetría entre hombres y mujeres es cuestión de estatus y por eso, para acabar con ella, no bastan las reglas tradicionales del Derecho Antidiscriminatorio. Entre otras cosas, porque estamos hablando de una cuestión de poder y de una cultura, el machismo, que habitamos y que nos habita. Dos términos que solo podremos desmontar mediante una revolución. La feminista, claro.

En su última novela, que antes de ser publicada ya generó la cólera de quienes todavía no se acostumbran a que una mujer tenga poderío y de quienes escudados en los dogmas son cómplices de brutales injusticias, Cristina Fallarás, o mejor, La Fallarás, así, con ese artículo que solo merecen las grandes, y que en este caso se lo pone ella misma, pone justamente el foco en ese nudo central del patriarcado. Y lo hace rescatando la maltratada figura de María Magdalena, dándole voz propia y reescribiendo, en forma de novela pero sin renunciar a una rigurosa documentación, una historia que siempre nos llegó a través de palabras e interpretaciones masculinas. La de un revolucionario, Jesús, y la de unas mujeres que fueron partícipes principales de lo que inicialmente fue una propuesta revolucionaria y que los jerarcas convirtieron en una cláusula más del contrato que durante siglos ha mantenido a las mujeres en la dependencia y cuando no en la pura y dura esclavitud. El personaje de María Magdalena, al que el imaginario misógino convirtió en la puta o incluso, en propuestas supuestamente más novedosas, en la amante madre de los hijos de Jesús, representa justamente la quiebra del estatus de subordinación contra el que las mujeres llevan siglos peleando. La mujer pública que, lejos de la prostituida, es la que tiene voz propia, capacidad y recursos para definir sus proyectos, ser y existencia sin necesidad de un hombre que la designe, poder y autoridad en equivalencia con los humanos a los que tener un pene entre las piernas nos otorgó privilegios y látigos.

Los hombres deberíamos leer a las mujeres, y en concreto deberíamos leer este último libro de La Fallarás, para colocarnos en un espejo y hacer todo lo contrario a lo que el patriarcado nos enseñó: reconocer la equivalente humanidad de las mujeres, asumir lo que por acción u omisión hemos contribuido a negarles, verlas con el justo tamaño de sus capacidades para así ser conscientes de lo mucho que nosotros tenemos que desaprender para estar a la altura de un mundo igualitario. Un mundo en el que, al fin, las mujeres puedan escapar de esas referencias que han marcado sus cuerpos como si fueran piezas de ganado, que han usado y usan su sexualidad como estrategia de dominación, que las condenan a las virtudes domésticas y silenciosas con las que Sofía aprendió incluso a soportar las sinrazones de un marido sin quejarse. Para ser conscientes de todo el mal que el patriarcado y el machismo ha provocado y provoca en las mujeres, pero también para entender hasta que punto los hombres somos cómplices y de qué manera también nosotros estamos en una jaula, eso sí, mucho más dorada que la de ellas, no estaría mal que empezáramos por asomarnos a este evangelio según María Magdalena que es como un hilo del que, tirando, nos llevaría a otros muchos. La todavía silenciada genealogía de las que se rebelaron contra los dioses que les pidieron silencio y virtud.

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