Dominio público

Alumbramiento de la 'monarquía republicana'

Ana Pardo de Vera

El rey Felipe VI (i) y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.- EFE
El rey Felipe VI (i) y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.- EFE

Reuniones secretas de los responsables de Casa Real con directores de medios de comunicación, loas del presidente del Gobierno a la II República y sus valores en el 90º aniversario de su proclamación el 14 de abril, durante su intervención en el Congreso; la reina Letizia también en la Cámara Baja  homenajeando a Clara Campoamor, impulsora del voto femenino; el presidente del Gobierno y el rey Felipe VI inaugurando este jueves el campus de Airbus en Getafe, la tercera mayor instalación aeronáutica de Europa; Jaime Alfonsín, jefe de la Casa del Rey, y la vicepresidenta Carmen Calvo, juntos de arriba abajo en la mejor de las sintonías; Pablo Iglesias y su encendido republicanismo fuera del Ejecutivo... Sí, parece que tras la primera y explosiva parte del escándalo de las cuentas del rey emérito (primera parte porque no tiene fin), con unos reyes, un Gobierno y una parte de la sociedad noqueada por la caída del mito patrio por excelencia, Juan Carlos de Borbón, vuelve a asomar el sol tímidamente por Zarzuela y los caracoles van saliendo del cascarón a calentar sus reales corazones.

Las cosas de palacio (sic) van despacio, así que no espere nadie que asistamos en dos años a la proclamación de esa "monarquía republicana" en la que trabaja Moncloa, que es quien dirige el cotarro de la restauración de Felipe VI como monarca íntegro y de todos/as los españoles. Todo ello, claro está, a costa de matar al padre; matarlo políticamente, digo, que estando un señor de 82 años en Abu Dabi, donde nada se investiga, todo se ampara y nada se cuenta, conviene aclarar bien las metáforas. El delito de injurias a la Corona sigue existiendo, no lo olviden: artículo 491 del Código penal.

Ya no tenemos juancarlismo (de idolatrado a repudiado), no podemos tener felipismo (propiedad del Felipe González del 82) y la monarquía a secas -incluso la "monarquía parlamentaria" de la Constitución- empieza a chirriar en un país cuyas nuevas generaciones, por lo menos, no entienden la razón de ser de la Corona. El rey tiene su última oportunidad en España, y el PSOE también de apoyarlo sin que se le echen encima de pura vergüenza las Juventudes Socialistas y buena parte de las bases y votantes.

La "monarquía republicana", que es un concepto que parece autodestruirse al enunciarlo, se entiende como la capacidad de la Corona de aceptar todos los postulados republicanos sin rechistar (ley para todos/as, valores cívicos, igualdad, más participación ciudadana o rechazo escrupuloso a la corrupción, entre otros muchos muy loables). Las únicas razón de ser del rey como jefe de Estado serían la transparencia y la ejemplaridad, con una representación simbólica que no eclipse ni incordie a los poderes públicos, pero tampoco a los privados, a los que suele dar igual el régimen del Estado, siempre y cuando no se les moleste con impuestos o reformas laborales justas, básicamente.


Pedro Sánchez y el rey son, en estos momentos, los únicos responsables del alumbramiento de este nuevo sometimiento a los privilegiados del sistema del 78 llamado -aún en voz baja- "monarquía republicana" por las esquinas institucionales de Madrid. Nada se hará en Zarzuela sin que Moncloa acepte; a cambio, Sánchez se convierte en el principal aliado del rey y la reina, que en este caso, tiene mucho que decir por su empeño prioritario de que Leonor sea la primera reina de España desde la regencia de María Cristina de Austria (1885-1902) durante la minoría de edad de Alfonso XIII, abuelo del emérito también huido "por ladrón", según Valle-Inclán.

De momento, para esa construcción tan compleja de ese régimen oxímoron, la Casa Real se encuentra en campaña con los directores de los principales medios; suponemos que con los que considera que tiene algo que hacer, porque a Público no lo han llamado. Eso sí, nosotras iremos prestas a informarnos, nuestro deber, si se nos reclama desde tan regias instalaciones. Agenda de los reyes y la heredera, proyectos nuevos de reforma democrática de la institución, algo (poco) sobre la situación del emérito... Se habla de todo y de nada en profundidad, pero se extraen algunas conclusiones de estos encuentros, de los que hemos tenido alguna información: Juan Carlos I podría volver durante el verano si la pandemia empieza a remitir con la vacunación masiva y el país recupera algo de optimismo; de hecho, la Justicia ya le ha echado un cable desde la Fiscalía del Supremo al empezar a filtrar que no se plantea que el rey padre declare sobre la investigación que tienen abierta sobre su fortuna. No tendría nada nuevo que aportar tras su regularización, nos dicen sin sonrojarse las fuentes judiciales de La Razón.

Gobierno y Casa Real trabajan en reformas que no impliquen el desarrollo de la ley de la Corona, que la propia Constitución reclama, pero ya saben que a nuestra Carta Magna se la exalta y considera según diferentes criterios partidistas y por artículos sueltos que se ajusten a programas electorales muy variados. Ésta, no obstante, es una cuestión muy complicada: ¿Hasta dónde puede llegar la transparencia de la Casa Real, por ejemplo, en cuanto a su patrimonio y gastos de mantenimiento, posibles herencias desconocidas, lujosos viajes secretos,... sin que sea peor el remedio que la enfermedad? Los demócratas lo queremos saber todo, porque ser "republicana" significa ser más transparente que el agua que sale de los grifos de palacio. Hay dos opciones, entonces, o el rey es transparente o se va a ganarse el pan a la oficina, como el españolito medio cuando tiene empleo. Presiento que éste ya no está para muchas tonterías. Además, ¿la transparencia va a tener efecto retroactivo? ¿Vamos a conocer los detalles, por ejemplo, de la luna de miel de medio millón de euros de los entonces príncipes de Asturias o tenemos que hacer otro ejercicio de fe -he perdido la cuenta de los que llevamos- con el pasado de Felipe VI, y pelillos a la mar?


El jefe de Estado, por ejemplo, dice haber renunciado ante notario a la herencia de su padre -que solo se hará efectiva cuando éste se muera-, aquella de las fundaciones off shore Lucum y Zagatka en las que aparecía como beneficiario. ¿Solo a ésa? ¿No hay más? ¿Pueden probarlo o la prensa y la Justicia suiza van a darles más sorpresas? ¿Qué hay de la herencia de Don Juan, abuelo de Felipe VI, que la Casa Real, siendo Juan Carlos I jefe de Estado, dio por liquidada? ¿De verdad no queda nada? ¿Y las tarjetas black del millonario mexicano? ¿Solo las disfrutaron Sofía y dos nietos del rey, que no han sido retirados de la sucesión al trono y, por tanto, son figuras tan sometidas a la ejemplaridad y la transparencia como el resto?

Muchas preguntas sin respuesta a las que, si la intención del Gobierno es pasar página, hay que dar sin titubeos. Si el PSOE está dispuesto a dar una oportunidad más a la monarquía pese la incoherencia con el pensamiento de sus fundadores, no puede haber ni un resquicio de duda. Ni de oscuridad ni de mentira.

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