Dominio público

Ayuso, Aguirre y el cuento de la lechera

Ana Pardo de Vera

Casado, Ayuso y Aguirre, en el mitin del cierre de campaña del PP en Madrid. EFE
Casado (i), Ayuso (c) y Aguirre, en el mitin del cierre de campaña del PP en Madrid. EFE

Esta noche conoceremos el resultado de las elecciones que votamos este 4 de mayo, las autonómicas de la Comunidad de Madrid. El resto de España padece un empacho de Madrid solo comparable al que vivió con Catalunya y las difíciles circunstancias del procés, culminadas dramáticamente con un referéndum a palos, exilios, tribunales y largas penas de cárcel para los líderes independentistas catalanes. La política, en su ausencia.

Hoy, a menos de tres meses de los últimos comicios catalanes que dieron a la suma independentista (ERC,JxCAT y CUP) una nueva mayoría, con más del 50% de representación en el Parlament; provocaron una entrada holgada de la ultraderecha de Vox, la aplastante pero insuficiente recuperación del PSC, y el desplome de Ciudadanos y el PP, Catalunya sigue sin conformar Govern y a nadie parece importarle.

Ahora toca la sobredosis madrileña, con la que llevamos, en realidad, toda la pandemia, desde que la presidenta Ayuso decidió convertirse en la oposición directa contra el Gobierno de Pedro Sánchez y -entonces- Pablo Iglesias y, sorprendentemente, contó con el aval del propio Sánchez, que acudió a la Puerta del Sol -y no ella a La Moncloa, como habría sido lo normal- a rodearse de banderas madrileñas y españolas, para mayor indigestión aun. Todavía resulta complicado explicarse cuál era el objetivo de semejante golpe de efecto, porque parece imposible creerse la ingenuidad de que Sánchez lo hiciera para desactivar a Pablo Casado... y pelillos a la mar. ¿Complacer a Ciudadanos, tal vez? ¿Pero qué Ciudadanos?

Más allá de la sorprendente y parece que errática estrategia del PSOE en la Comunidad de Madrid -que puede condicionar a la baja el resultado del bloque de izquierdas, veremos este 4 de mayo-, las expectativas con jolgorio de traca final se antojan ya alejadas completamente de la realidad española. Si hay una conclusión a la que se puede llegar en esta campaña agotadora es que Madrid se distancia cada vez más del resto de España. Madrid es cada vez menos España y el resto de España se identifica cada vez menos con Madrid.


Mientras España se territorializa cada vez más, con una representación inédita en el Congreso de los Diputados de partidos independentistas, nacionalistas, regionalistas y hasta municipalistas, la Comunidad de Madrid se encierra en una identidad que, según sus gobernantes durante 26 años -la derecha del PP con un lapsus de Ciudadanos-, es la que corresponde a toda España. Una de dos, o los dirigentes de la derecha madrileña -más de (ultra)derecha que en el resto del país- no conocen España o mienten para manipular a sus votantes; éstos que, a su vez, o se dejan manipular o hacen que creen para mantener sus privilegios y una frívolo orgullo de falsa identidad verbalizado en la frase de Ayuso: "Madrid es España".

No, España -por suerte para todas- es muchísimo más que Madrid y cada vez menos Madrid. ¿Madrid es igual o parecida siquiera a Galicia, Euskadi, Catalunya, Baleares, País Valencià, Andalucía, La Rioja, Cantabria, Asturias o Ceuta? España coincide mucho más con el planteamiento de Ximo Puig, president valenciano, sobre "l'Espanya d'Espanyes", planteado el pasado mes de diciembre tras reunirse con el entonces president Aragonés como sustituto del inhabilitado Quim Torra, que con el afán capitalino -con un tufo de rancia superioridad- del Partido Popular y Vox.

Las elecciones en Madrid siempre se habían celebrado en conjunto con el resto de autonomías, salvo las históricas Galicia, Catalunya, Euskadi y Andalucía, que van cada una por su cuenta. Ayuso ha conseguido que la Comunidad que gobierna tenga sus elecciones, y dentro de dos años, sus otras elecciones en conjunto con las demás. Agotador para el resto de España, que se pregunta, además, qué clase de sentidiño de la justicia social embarga a madrileños y madrileñas -uno de cada dos habitantes de Madrid capital no han nacido en Madrid capital- que no dejan de votar a un partido emblema de la corrupción más corrupta -la que busca votos y el enriquecimiento personal y del partido-, un partido sinónimo de privatización y que ejerce, entre otros, el efecto aspirador de empresas de otros territorios con una política fiscal muy cuestionada siempre, pero nunca limitada, aun cuando va contra toda indicación de las instituciones internacionales, como en el momento actual.


¿Que tipo de país descentralizado permite semejante cantidad de privilegios, representación institucional -con todo el empleo público que eso conlleva- y acratismo fiscal en detrimento del resto de territorios a uno de ellos por el simple hecho de albergar una capital de Estado? ¿Cuándo va el Partido Socialista a tomarse en serio lo del Estado federal y la desconcentración de las instituciones de los tres poderes, legislativo, ejecutivo, judicial y económico instalados en Madrid desde siempre, un debate que los socialistas abandonaron ya en la etapa de Zapatero?

Sí, Madrid es cada vez menos España y corre el riesgo de volverse muy antipática para el resto del país. Por eso, levantar ese cuento de la lechera Ayuso,  cuyo partido gana en Madrid y, con esa victoria compra un Palacio en La Moncloa -para Casado... o para ellaa-, está bien para los mítines y los bulos de Vox, pero convendría recordar al presidente del PP y a la presidenta madrileña lo que le ocurrió a Esperanza Aguirre con el mismo cántaro, que imaginó que ganando Madrid podría presidir el PP y España, y ni la una ni el otro. Ni siquiera el Ayuntamiento: toda le leche derramada.

El Madrid que representa Ayuso es cada vez menos España y ésta, cada vez más, reniega de tanto privilegio injusto y de tanto protagonismo machacón. Respecto a éste y por la parte que nos toca, les pedimos también disculpas. El papel de Madrid en el Estado exige un replanteamiento tan urgente como el del Estado mismo.


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