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¿Qué puede aprender España de la unión de izquierdas francesas?

Elizabeth Duval

¿Qué puede aprender España de la unión de izquierdas francesas?
De izquierda a derecha: Íñigo Errejón, Pedro Sánchez y Yolanda Díaz. Imágenes tomadas de EFE

Sería fácil quedarse con un titular simple y evidente que dijera que la gran protagonista de las elecciones regionales y departamentales fue la abstención: un 66% del electorado francés no acudió a votar, una cifra récord, llegando hasta el 70% en la región del Gran Este. Pero las particularidades del sistema francés de doble vuelta nos permiten extraer conclusiones un poco más curiosas e interesantes. En Isla de Francia, su equivalente a la Comunidad de Madrid, quedó primera Valérie Pécresse, candidata de una autodefinida derecha libre y liberal —que no tiene, en realidad, demasiado que envidiar a Isabel Díaz Ayuso—, pero no con una mayoría suficiente como para evitar una segunda vuelta... en la cual estarán presentes la Agrupación Nacional de extrema derecha —que ha hecho hincapié con ahínco y sin cesar en la cuestión de la seguridad, competencia que ni de lejos tienen ni los departamentos ni las regiones—, los liberales macronistas y una unión in extremis de las tres principales formaciones de izquierdas que se presentaban a las elecciones: los verdes franceses como cabeza de la coalición, el Partido Socialista y la Francia Insumisa heredera del Partido de Izquierda.

Las tres listas de izquierda se presentaron por separado a la primera vuelta de las elecciones, pero el acuerdo para juntarse ante la posibilidad de gobernar la región se fraguó en menos de veinticuatro horas. En España, con una izquierda a futuro previsiblemente dividida en tres partidos, esta historia puede parecernos un cuento de hadas alejado de cualquier cosa que pueda ocurrir en la realidad. Pero los parecidos son casi tan interesantes como las diferencias.

La primera pieza que encaja en el puzle es la de Julien Bayou, el candidato ecologista que ha conseguido liderar la coalición que este domingo medirá su suerte en las urnas. Los verdes franceses son un partido un poco complicado con unos asuntos internos bastante estrambóticos. Entre 2015 y 2016, el partido explota: la que después será ministra de la Transición ecológica durante el segundo gobierno de Macron abandona el partido junto a otros tantos cargos, críticos con la «deriva izquierdista» que presuntamente hacía del movimiento una «rémora a la izquierda de la izquierda». El principal culpable acusado de los volantazos a la izquierda es, como quizá pueda sorprender a otros tantos —que recriminan siempre a los verdes franceses no ser lo suficientemente izquierdistas—, el mismo Julien Bayou que hoy se postula como candidato.

Su gran momento llegó hace unos cuantos meses, cuando las elecciones europeas en medio del mandato de Macron colocaron a los verdes como tercera fuerza y las municipales dejaron tras de sí —en medio de una abstención histórica, pero menor a la de estas últimas elecciones— una «ola verde» de alcaldes ecologistas en muchas grandes ciudades francesas. Con un Partido Socialista en caída libre desde la muerte política de Hollande, el futuro de la izquierda francesa parece pasar sí o sí por los verdes, tan diabolizados por apelar supuestamente a un electorado bobo —burgués y bohemio—, urbanita, vegano y posmoderno. Saque cada uno las conclusiones que quiera sacar y trace los paralelismos que le apetezcan.

La relación entre el Partido Socialista y la Francia Insumisa es un espejito en el que puede mirarse la historia de amor entre nuestros propios socialistas y Unidas Podemos. El espejo deforma algunos rasgos: la Francia Insumisa fue en su momento la continuación en espíritu del Frente de Izquierdas francés, para nosotros equivalente a Izquierda Unida, pero tomando muchos rasgos y estrategias del manual podemita que llevaron a Mélenchon a rozar la tercera posición en las presidenciales de 2017, a apenas 600.000 votos de quedar por delante de Marine Le Pen. Desde entonces, y desde que los socialistas con Hamon —quizá su candidato más de izquierdas hasta ahora, como ha demostrado su posterior salida del partido— sucumbieron a un catastrófico suelo electoral de dos millones de votantes, la izquierda clásica y socialdemócrata se la tiene jurada a los populistas insumisos, acusados alternativamente de rojipardos e islamoizquierdistas, nacionalistas y antirrepublicanos.

Pécresse, la presidenta de Isla de Francia, ha criticado al Partido Socialista por aliarse para la segunda vuelta junto a la «extrema izquierda» de los insumisos, llegando a decir que se rompe con ello la tradición del «frente republicano» —consistente en impedir, retirando candidatos, cualquier posible victoria de la extrema derecha—, que debe incluir el rechazo de todos los extremos del espectro político. El pacto no habrá sido simple: la candidata de los socialistas rechazaba hablar de una unión en la segunda vuelta hasta que a ello se ha visto forzada por los resultados de la noche electoral... y Mélenchon, el candidato insumiso a las presidenciales, lleva meses sin parar de insultar a los socialistas y a los verdes, erigiéndose como «único candidato de la izquierda» y rechazando cualquier posibilidad de primarias conjuntas o candidatura única en 2022.

La unión de Izquierda Unida y Podemos para las elecciones de 2016 es difícilmente comprensible en el marco de la política francesa, pero comparte algo —al menos una posibilidad— con lo que ahora está sucediendo: se perdieron entonces, al ir en coalición, muchísimos votos que —aunque inservibles— se habían ganado por separado; se teme ahora en Francia, y más aún con una cultura entre las izquierdas que no se ha asemejado en absoluto a ningún tipo de competición virtuosa, que la coalición sea menor a la suma de sus partes. Las lógicas a un lado y otro de los Pirineos se aplican de la misma manera: hay partidos que, por interés propio electoral, rechazan fervientemente la posibilidad de pactos estratégicos para las elecciones, mientras que otros —por temor a su desaparición o posición de inferioridad— insisten en presionar, no sin mala baba. Sucedió en las elecciones a la Comunidad de Madrid... pero, por aquel entonces, la unión de las izquierdas no tenía tanto sentido (como hemos comprobado a posteriori).

La Comunidad de Madrid es una circunscripción única, proporcional, representativa, en la cual tres formaciones de izquierdas pueden perfectamente pactar la formación de un Gobierno después de las elecciones. En Isla de Francia, como en el resto de elecciones regionales francesas, el ganador se lo lleva todo: quien quede primero en la segunda vuelta tendrá una prima del 25% de los escaños que le permitirá alcanzar una mayoría suficiente para gobernar, por más que sólo supere a la segunda lista más votada en un 1%. Si la situación es esa, lo único que tiene sentido es coaligarse, por más que coaligarse pueda implicar perder votos: no hay absolutamente ninguna posibilidad de que las tres izquierdas por separado queden por delante de las tres derechas, y sí de todo lo contrario, más aún teniendo en cuenta las curiosas distribuciones posibles entre los conservadores de Pécresse, los liberales macronistas y la extrema derecha de Bardella; por primera vez desde hace años la izquierda podría volver a gobernar la mayor región de Francia... y hacerlo en un pacto obligado entre verdes, socialistas, comunistas e insumisos.

Se equivocaría mucho el lector que pensara que este ejercicio de política comparada se reduce a demostrar cómo en Francia es útil y necesaria una unión de las izquierdas, mientras que en España esta se demuestra inservible. Resulta que elecciones distintas requieren estrategias diferentes: lo que las elecciones francesas nos pueden enseñar, sobre todo si su tentativa de coalición tiene éxito —lo cual no está en absoluto asegurado—, es que pactar puede ser virtuoso cuando pactar es inteligente. Tendremos en las próximas elecciones generales toda una lista de circunscripciones provinciales en las cuales sacar un diputado mientras varias formaciones compiten entre sí será absolutamente inviable... y otras cuantas en las que retirarse en favor del candidato de un partido concreto, por ser estas más representativas, no sería en absoluto provechoso.

Quizá la fórmula a explorar en un futuro —dejando de lado los pactos globales y la fagocitación forzosa entre partidos— se parezca más a pactos específicos y anchos a lo largo del territorio, difíciles pero posibles, en los cuales se decida la unidad para no perderlo todo en algunos territorios y la competición para maximizar los rendimientos en otros. Los insumisos de la izquierda populista francesa parecen ocupar otra vez el espacio poscomunista que, en cierto modo, siempre les perteneció... lo cual es exactamente el mismo futuro que algunos auguran para Unidas Podemos. La conquista del liderazgo de la oposición madrileña por parte de Más País —y su futura extensión territorial tutelada por Errejón— hace que algunos prevean una réplica de mayor o menor escala del fenómeno verde francés, en versión adaptada española. Nuestra diferencia más notable es la resistencia a cualquier catástrofe que aparenta el Partido Socialista.

La izquierda española está, en comparación con la francesa, en una posición de fortaleza: aunque el gobierno desgaste, al menos, existe (electoralmente). Si se quiere impulsar algún tipo de proyecto transformador, este proyecto pasará por quedar por delante de los socialistas en diversos territorios. Por potente que pueda ser una réplica verde en España, podemos permitirnos dudar de que, compitiendo al mismo tiempo con Unidas Podemos, se logre victoria alguna o escaño que valga. Esperemos que quien gestione las estrategias electorales del futuro próximo tenga la inteligencia de renunciar cuando hace falta renunciar e imponerse cuando no hay otra alternativa: el futuro, si no se consigue resistir —y vencer—, quizá se parezca más al pasado francés de hace algunos años que a cualquiera de los futuros deseables de la estrategia 2050; un vodevil competitivo entre extrema derecha y neoliberalismo en el cual la izquierda, por gubernamentalmente desgastada, ni está ni se la espera. Para conocer si la última lección puede ser verdad, toca esperar al domingo electoral francés, el de la segunda vuelta: saber si, después de muerta, la izquierda puede en apenas unos años resucitar... y empezar a tomar nota, por si las moscas.

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