Dominio público

Que te levantes, ‘carallo’

Ana Pardo de Vera

De cada 100 insultos a personas homosexuales, solo 30 son denunciados en Madrid. Son datos de la Policía Municipal. El insulto es un delito cuando se trata de una expresión de odio hacia una raza, sexo u orientación religiosa, entre otras. Es decir, tú insultas a una persona, incluso sin conocerla de nada, por el colectivo al que representa, que suele ser minoritario; la insultas porque la consideras un ciudadano/a de segunda que no debe tener los mismos derechos ni oportunidades que tú simplemente porque es homosexual, migrante, musulmán, transexual, negro o discapacitado.

Por alguna razón (educación, ideología o falta de neuronas), tu cerebro se ha atrofiado en una parte de su lado empático (que nos hace ser capaces de ponernos en el lugar del otro/a, en su sufrimiento o en su alegría) y eres un tullido emocional. Hay veces que escuchas a gente por la televisión, gente importante (dicen), que te entiende a la perfección. Esa gente dice lo que tú piensas y les aplauden y les hacen muchas entrevistas y tienen muchos seguidores en las redes sociales y ocupan puestos relevantes en los administraciones, escaños en el hemiciclo del Congreso y les votan, como tú; mucha gente les vota, así que tan malos no serán, aunque tú te sintieras un poco raro hace un tiempo porque te dan asco los gais, los negros, las señoras con pañuelo en la cabeza... Y preferías no decir nada. Pero de raro nada, qué va, hay mucha gente como tú y hay unos señores y unas señoras a las que les pagan dinero público por defender tus ideas, tus fobias, tus ascos... A ver, que tú no dices que a esa gente diferente haya que matarla, de eso nada, pero no son como tú, blanco/a, español, católico, heterosexual con hijos,... Y o se hacen como tú o no pueden ir ocupando tus espacios, eso es así; siempre ha sido así. Tendrán que irse a otros espacios.

Este fin de semana, el diario El País daba el dato del escaso 30% de insultos homofóbicos denunciados en Madrid. Junto a la estadística contaba el caso de Ángel, un chico que se dirigía a la fiesta del Orgullo en un cercanías portando la bandera y la mascarilla arcoiris. Una señora se levantó, se le acercó y le abordó con desprecio por ser "maricón". La señora (un decir) no llevaba mascarilla ni respetaba la distancia de seguridad con Ángel. 

El caso de esta sujeta es repugnante y Ángel la denunció, además de responderle con total dignidad, pero al seguir leyendo la información, me di cuenta de que este chaval de 24 años estuvo solo en todo momento. No por ir el vagón del tren vacío, ni mucho menos, sino porque nadie, NADIE, se levantó para apoyar a Ángel y, en definitiva, a todas las minorías acosadas por energúmenas y energúmenos como ésta. "Una injusticia en cualquier parte es una amenaza a la justicia en todas partes", decía Martin Luther King, pero esta vez, la injusticia no importó nada. Cuenta además el chico agredido que decidió cambiar de asiento para alejarse de la señora y así terminó la bronca. Tuvo que irse él de su sitio y no recibió una palabra de apoyo ni la individua una de reproche de todo el vagón. Mi desolación fue total.

He vivido situaciones como ésta en alguna ocasión, cuando un odiador u odiadora decide ir contra el representante de alguna minoría para insultarle sin más. El caso es que, al menos cuando yo lo presencié, la solidaridad suele ser generalizada y son más los que condenan que los que callan. Recuerdo una ocasión en que echamos a un señor del tren en la primera parada por insultar a un vendedor ambulante; allí en el andén se quedó el despojo humano gritando y levantando los puños mientras en el metro nos felicitábamos porque "hasta huele mejor" y nos asegurábamos de que el vendedor estaba bien, mientras le comprábamos sus collares y pulseras. Esto es lo normal, yo lo he vivido y seguro que ustedes también; quiero creer que sí, que lo de levantarse a apoyar, a ponerse del lado del ofendido es lo general y no lo que vivió Ángel.

"Eso es lo que pasa siempre, ¿qué esperas? Es muy raro que te apoyen", contaba, sin embargo, Ángel a El País. "No puede ser", pensaba yo. ¿Cómo es posible? ¿Nadie? ¿Ni una palabra en defensa de Ángel y en el Madrid capital del Orgullo LGTBI? Se me hace insoportable la idea de una sociedad que solo es solidaria en redes y de boquilla, que se va pudriendo cada vez más en su individualismo y cobardía ante el avance de los odiadores profesionales, predicadores del odio por arriba y practicantes del ídem por las calles. Me niego. ¿Que qué espero? Que te levantes siempre, carallo, y además, que no tenga que decírtelo.

 

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