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Formaciones y frentes: dos almas, dos voces

Elizabeth Duval

Formaciones y frentes: dos almas, dos voces
La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz (izq), la vicepresidenta del Gobierno valenciano, Mónica Oltra (c) , la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau (dcha) ,la líder de Más Madrid, Mónica García (2º dcha) , y la portavoz del MDyC en Ceuta, Fátima Hamed (izq) durante el acto "Otras Políticas" que han protagonizado en el Teatro Olympia de Valencia.- EFE/Ana Escobar

En el Ión del filósofo Platón, el rapsoda protagonista se excusa afirmando no ser del todo responsable de sus palabras, pues la inspiración y el aliento de los dioses serían capaces de llevarlo a sentir irrefrenablemente todos los poemas que salieran de su boca. En la política española no hay dioses, pero quizá sí que hay algo así como rapsodas, aunque algunos quieran más bien que parezcan sus teleñecos. Si buscamos metáforas más divertidas, quizá se asemejen a los poseídos a quienes se les practicaba un exorcismo, buscando sacar de sus cuerpos al diablo. Era curioso que el diablo, en función de si habitaba aquí o allá, según el estamento social de su poseído, hablara una u otra lengua y comprendiera o no los rezos en latín o vulgares. En la política española no habrá dioses, pero a lo mejor sí que hay diablos.

Sí que hay resurrecciones. Al menos vuelven a la vida las palabras y los debates sobre ellas: el discurso ocupa de nuevo el centro de todo, y voces que algunos creían muertas en ciertos espacios políticos reaparecen encarnadas por poseídos inesperados. La sensación entre los militantes de la última década puede parecerse al déjà vu: "esto yo ya lo he vivido, hace siete años".

Viendo el acto Otras Políticas organizado por Mónica Oltra y con Yolanda Díaz en el centro, que anuncia sin hacerlo la voluntad de reunir todo aquello "a la izquierda del PSOE" (palabras que, verán ustedes, no uso inocentemente), Jorge Moruno respondía: hay que huir de la etiqueta "a la izquierda del PSOE". Hay que huir, en sus palabras, para mirar afuera: "al servicio de la gente, del pueblo, de la ciudadanía". Algo en el acto parecía responder a Moruno: ningún tipo de ensimismamiento sobre ser más de izquierdas que nadie entre las políticas allá presentes. Enrique Santiago decía, por la mañana: hay que unir a las formaciones "a la izquierda del PSOE", como insistían desde Unidas Podemos. Es curioso que lo que resonara en el acto del sábado no fueran estas últimas voces.

El espacio político progresista se encuentra de cara ante una curiosa paradoja. Todo lo que proviene de Yolanda Díaz entronca con ese discurso del ensanche, de la ampliación, de la búsqueda de una apelación más mayoritaria, de la ambición de ganar. Todo el "paratexto", o los intentos de algunos por rodearla, parece expresarse en términos bien distintos. Así, mientras resurge el discurso de trascender etiquetas convencionales y de buscar los ligamentos en cosas nuevas, reaparece al mismo tiempo un alma antigua, cuya máxima aspiración es atar y reafirmar las esencias de los partidos. O incluso inventarlas.

Analicemos una de las declaraciones más llamativas de la última semana. Fue cuando Pablo Iglesias, en Hora 25, habló de "la praxis de las formaciones políticas que provenimos de la tradición comunista". La frase fue llamativa, pero no demasiado comentada, quizá por suerte. Vamos a sacarla del olvido, por pensar un poco en lo que significa. Aprovechemos para extraer del olvido otras declaraciones. O el momento en el que otra voz se expresó a través del rapsoda Pablo Iglesias. Fue en una entrevista para Público, en la que se declaraba en contra de "la lucidez del pesimismo", del "típico izquierdista tristón [que cree] que no se puede cambiar nada, [que] aquí la gente es imbécil y va a votar a Ciudadanos (sustituya aquí por Vox o PSOE), pero yo prefiero estar con mi cinco por ciento, mi bandera roja y no sé qué". Decía que eso le parecía respetable, pero que él aspiraba a ganar, a otra cosa.

Declarar que Unidas Podemos procede de la tradición comunista es entrar en el repliegue que provocativamente y quizá de una forma no del todo justa (más aún estos días, en el centenario del PCE) censuraba en 2015 Pablo Iglesias; es ocultar toda diferencia fundamental en el seno de esa coalición, haciendo como si las tradiciones políticas de Izquierda Unida, el PCE y Podemos fueran una sola. O es, alternativamente, agitar en el aire esa misma bandera roja, con tanto ímpetu como el del izquierdista tristón. Renunciar al 15M como mito fundador para afirmarse como nada más que un epígono del Partido Comunista Español. O ser todo lo que otra voz dijo, a través del rapsoda, no ser hace apenas seis años.

Lo interesante no es pensar hoy si tienen razón los del ensanche, el pueblo y el país o los de la izquierda, la bandera roja, la herencia comunista y la militancia disciplinada. Lo curioso es mirar dónde se ha colocado cada uno, dónde estaba y analizar el porqué de esa nueva colocación. También pensar en que las correlaciones de fuerzas no son hoy las que eran en 2015. Y en que el ensanche, en 2021, puede articularse mejor con alianzas que con apuestas en solitario.

Lo único que sería intolerable para cualquier progresista sería darse cuenta de que, pretendiendo cambiarlo todo mucho, estos últimos diez años no han sido sino un regreso al punto de partida. Porque al progresista poco le importan los cargos que ocupen quienes dicen representarle, ni fue el ejercicio de esos cargos lo que en su día lo ilusionó: fue, en todo caso, una idea abstracta de ganar. Un solo rapsoda puede ser el intérprete de muchos dioses y un solo cuerpo puede estar poseído por muchos demonios. Haríamos bien, para prever qué suerte tendrá el futuro proyecto de Yolanda Díaz, en empezar a analizar las palabras que salgan de su boca... y de las de aquellos que la rodean, o lo pretenden, o lo quisieran.

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