Dominio público

Torpes aprendices de Maquiavelo

Nere Basabe

Torpes aprendices de Maquiavelo
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso durante la rueda de prensa ofrecida en la Real Casa de Correos de Madrid este jueves. EFE/ Javier Lizón

José Luis Martínez-Almeida madrugó el jueves, en su calidad de telonero, para comparecer ante los medios como alcalde y sólo alcalde sin portavocía nacional, y negar unas acusaciones que aún no eran del todo públicas: "He preguntado y lo han negado", creyó zanjar. Por la tarde, canceló su asistencia al Festival Internacional de Magia que figuraba en su agenda, y suponemos que, igual que el resto de líderes de su partido que cancelaron actos o no aparecieron por sus escaños, se entregó a la gresca con el móvil en la mano, esa espada que funciona con botoncitos. Por si quedaba alguna duda, ellos trabajan para el Partido, no para los ciudadanos, que son sólo un medio para alcanzar el poder.

Y era del todo pertinente la presencia de algún representante del PP en el Festival de Magia, ellos que son maestros en el arte de hacer desaparecer contratos, facturas, sobres en B o discos duros a martillazos. Ilusionismo y simulaciones en diferido, ya saben. Ahora sabemos que las Nuevas Generaciones de Madrid también actúan como el Colegio Hogwarts de brujas y hechiceros, donde durante años se ejercitan en los secretos de la magia más negra. No sé por qué los llaman "fontaneros", si no arreglan ningún grifo y son más bien poceros que trabajan en pozos sépticos y cloacas y con esa materia fecal levantan luego grandes urbanizaciones, hospitales vacíos o ruinosas Ciudades de la No-Justicia, porque su manera de entender la polis poco tiene que ver con un espacio de libertad y justicia en la que se desenvuelven los ciudadanos.

El PP de Madrid ha resultado ser como una de esas Universidades-chiringuitos que licitan con más facilidad que una franquicia de Starbucks, donde regalan (en verdad, se pagan caros) títulos de máster sin acudir a clase ni entregar los trabajos finales. Como el fallido máster en liderazgo político de Albert Rivera, con una plantilla de famosos profesores (hasta Toni Cantó) que han dado sobrada muestra en sus trayectorias de sus fracasos a la hora de liderar nada. Seguramente el estudio de Maquiavelo y sus técnicas de marketing político ocupaban un lugar preeminente en los contenidos del programa, pero es lo que tiene no asistir a clase: que Maquiavelo te suena de oídas, o todo lo más has copiado un resumen en la web del Rincón del Vago y no has entendido nada.

El libro del político y escritor renacentista estuvo prohibido durante siglos por ser obra del mismísimo Anticristo, aunque ahora líderes políticos de izquierdas o derechas no tienen empacho en reconocerlo como su libro de cabecera. El Príncipe es un manual para el buen gobernante de los tiempos modernos, que ya no está sometido a los dictados de la ley divina. Es un libro sobre cómo conseguir el poder y mantenerlo, cueste lo que cueste. El fin justifica los medios, aunque la frase tan comúnmente adjudicada no aparece ni una sola vez en el libro, y para el florentino, hombre de hondos valores republicanos, el fin del Príncipe nunca podría haber sido el enriquecimiento ilícito propio o de familiares y amigos.

Maquiavelo concibió el arte de la política como la capacidad, presente en las cualidades del Príncipe, de hacer frente al tiempo y los temporales, a los acontecimientos imprevistos y el azar, todos esos elementos externos que solo una férrea voluntad puede doblegar con éxito, convirtiéndolos en viento a favor. El fin, que no es hacer caja ni la propia supervivencia aunque con ello se hunda el partido, es dotar de sentido al caos, darle forma para que la comunidad política sea fuerte y vigorosa, capaz de resistir a los enemigos externos y también a los internos. La razón de Estado, otra expresión que tampoco aparece en el libro y que los actores de este culebrón parecen haber abandonado como meta, entregados como están a la entropía.

De enemigos internos saben mucho en nuestros partidos políticos, y especialmente en el PP. Ayuso se anticipó a los acontecimientos (receta maestra de Maquiavelo), antes de que la riada de la corrupción se la llevara por delante, para presentarse como una víctima del espionaje, el chantaje y la traición. No ser honrado pero parecerlo, es la recomendación en estos casos de Maquiavelo. Claro que entonces no había fiscalías para esclarecer nada. Casado tardó demasiado en pronunciarse, dejó a los acontecimientos actuar parapetado en la sala del trono, y lo hizo en un medio afín y no para todos, lanzando acusaciones sin mostrar pruebas. No ser leal pero parecerlo: tampoco lo consiguió.

De las enseñanzas maquiavélicas, sin duda ambos se quedaron con la imagen del entonces vulgo o populacho, ahora conocido como electorado: gente egoísta, envidiosa, voluble y fácilmente manipulable, que se guían más por lo que ven que por toneladas de datos y documentos, y cuyo favor hay que saber ganarse. Y así es como el florentino se adelantó varios siglos al surgimiento de la opinión pública como factor clave, y supo vislumbrar ya entonces que todo era cuestión de imagen, y no de verdad. La política de las pasiones, tan presente en nuestros días, ya campaba a sus anchas en la Italia del siglo XVI. Ambos bandos se acusan ahora de "crueldad": Maquiavelo les replicaría que el Príncipe debe saber ser cruel cuando es necesario (es mejor ser temido que ser amado), y que no debe ser nunca un llorica.

Pero por encima de todo, lo que todos estos mal llamados fontaneros y aprendices del arte de la prestidigitación política ignoran gravemente es que la obra entera de Maquiavelo trata ante todo de la virtud. Y de virtudes, teologales o cardinales (prudencia, justicia, fortaleza, templanza), andan escasitos en el Partido Popular, por más que se les llene la boca hablando de "conductas ejemplarizantes". Menos aún lucen virtudes cívicas, que son el compromiso con la res publica y el bien común, y que Maquiavelo ensalzaba para los tiempos de paz. Ni tan siquiera ostentan la virtú de ese gran Príncipe fundador, necesaria para tiempos de guerra y zozobra: la fortaleza del león y la astucia del zorro. Y sin ella, las estratagemas maquiavélicas se quedan en mera marrullería inútil.

Casado, desde luego, no es un león: controla el poder formal del aparato pero no le avalan el coraje ni victorias a sus espaldas. Y de su astucia, qué podemos decir: sabemos cómo obtuvo sus títulos académicos, sus vaivenes de discurso, y conocemos a esa corte de la que se ha rodeado, consejeros áulicos que yerran cada vez que tratan de anticiparse a los acontecimientos, ya sea amarrando la votación de la reforma laboral, ya sea convocando unas elecciones fallidas e innecesarias en Castilla y León. Creyeron que el enemigo a abatir era Ciudadanos, y no se dieron cuenta de que con ello alimentaban a un monstruo más poderoso. Ni Almeida, ni Teodoro García Egea, ni mucho menos Carromero o Casero muestran virtud alguna (no ya ética, sino entendida como pericia, a no ser que sea escupiendo huesos de aceituna), y ni siquiera dan la talla de rasputines. A Casado le faltan pues todos los mimbres para ser el nuevo Príncipe porque, sin proyecto, ni siquiera sabe aún qué forma quiere darle a la comunidad política.

¿Y la Principessa? En varios periódicos le otorgan ya este título. Da una imagen de fortaleza y coraje, y parece contar con el favor del vulgo. Pero su conquista del poder se halla aún in media res, y Maquiavelo ya nos enseñó lo voluble que puede llegar a ser el amor de ese pueblo. Está demasiado expuesta a las inclemencias exteriores, y las distintas versiones que ha ofrecido en apenas veinticuatro horas a cuenta de los cobros de su hermano nada bueno dicen de su virtud política trastabillante. No mueve ella los hilos, sino que la dirigen desde atrás algunos medios de comunicación y un asesor que de trastabillar por efecto del alcohol sabe un rato. Miguel Ángel Rodríguez, aquel portavoz del gobierno aznarista bravucón y lenguaraz, no es precisamente un dechado de virtudes. Aunque en ocasiones pueda ser un zorro, pero porque como dice el refrán, más sabe el zorro por viejo que por zorro.

¿Un último consejo de Maquiavelo para los aspirantes en liza? El castigo debe ser rápido y firme. Porque si se enmarañan en una guerra de desgaste contra el enemigo interior y dejan actuar a la Fortuna, diosa del tiempo y el azar, el enemigo exterior les seguirá creciendo, hasta quedar completamente a expensas de Vox. Y todo apunta a que es lo que acabarán haciendo con su torpeza.

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