Dominio público

Mascarilla en exteriores para Sánchez

María Corrales

Periodista

Mascarilla en exteriores para Sánchez
El presidente del gobierno, Pedro Sánchez (c), se protege con mascarilla y guantes a su llegada, en marzo de 2020, a las instalaciones de la empresa Hersill, en Móstoles (Madrid).- EFE/JuanJo Martín

Esta semana se han cumplido, nada más y nada menos, que dos años desde la primera declaración del Estado de Alarma. Y parecería un recuerdo lejano si no fuera porque aún seguimos rebuscando mascarillas en los bolsillos para entrar en interiores y por algún que otro mensaje de whatsapp de la amiga con la que fuiste a cenar y que, siguiendo las pocas recomendaciones que aún tenemos claras, te avisa de que ha cogido Covid.

Hace no tanto, al Gobierno se le ocurrió que la mejor manera de evitar que el despiste se extendiera entre la población era que las mascarillas dejaran de ser un manojo en el bolso o en el pantalón y que las lleváramos siempre puestas a pesar de que todas las evidencias científicas lo desaconsejaban. Una especie de marca incrustada en el cuerpo como cuando nos escribíamos la tarea en la mano con el bolígrafo.

La gente respondió con indignación e incluso incumplió en muchos casos esta política fundada en la impotencia de quién no podía hacer mucho más para atajar la situación. Sin embargo, a sólo un mes de que el aire nos volviera a dar en la cara, me pregunto si no sería útil algún tipo de recordatorio similar para el Presidente Sánchez quién la misma semana de la efeméride de la pandemia ha propuesto subir hasta un 2% el gasto en defensa pasando por alto todas aquellas promesas que tenían que ver con el blindaje de la Sanidad Pública como consenso surgido a partir de la penúltima catástrofe que nos tocó vivir.

El movimiento es claro: el secretario general del Partido Socialista ha decidido aprovechar el clima de escalada belicista fruto de la última guerra en Europa para aumentar la inversión militar en un país donde el modelo de Ejército vigente está infrafinanciado. Y sin embargo, ya es una lástima que en la mayoría de comunidades autónomas como pasa en Catalunya no haya habido ningún problema en hacer evolucionar el modelo público hacia otro cada vez más privatizado mientras la cantidad de armamento y misiones en las que España está involucrada militarmente sea un asunto intocable.

Lo más curioso de la cuestión, es que a diferencia de los grandes consensos de la pandemia asentados a base de aplausos, protestas y miles de profesionales de la sanidad dejándose la piel, en este caso, han sido el PSOE, el PP y VOX los que desde el primerísimo día han apuntado al aumento del presupuesto en Defensa como gran propuesta ante el clima de inseguridad internacional. De hecho, fue Carmen Calvo la encargada de dar el pistoletazo de salida en Hora 25 cuando afirmó sin ningún rubor: debemos abrir el debate sobre el gasto de Defensa en España. Todo, ante un Margallo sonriente que ya empezaba a vislumbrar la vuelta de nuevos acuerdos entre el bipartidismo y un Pablo Iglesias preguntándose lo que hace no tanto tiempo era de sentido común: de qué partida de educación o de sanidad se van a quitar los millones para los tanques.

Vale la pena detenerse en las palabras utilizadas por la exvicepresidenta del Gobierno. Debate, dijo. Una palabra que necesariamente implica la apertura de espacios para el intercambio de opiniones y que a todas luces ha brillado por su ausencia. Y es que pareciera que la guerra en Ucrania ha colocado una especie de velo amnésico sobre la opinión pública que hace no tanto tiempo parecía colocada en el bando único de la defensa de los servicios públicos.

Lo decía Kant: frente a los grandes acontecimientos que despiertan los corazones de los espectadores hay algo superior que nos obliga a tomar partido desde nuestras disposiciones morales. Sucedió con la pandemia y está sucediendo ahora con la guerra. Por eso hace poco compartíamos bando e identidad política con algunas personas que frente a las durísimas imágenes que nos llegan de Ucrania hoy se han posicionado del lado de la militarización europea. Algunos, incluso, hablaban hace no mucho de la Unión como el garante de los derechos sociales aunque la respuesta de la Europa fortaleza se parezca demasiado a la que ya dio el continente ante la crisis de los refugiados.

Y es que más allá de nuestros ritmos de vida acelerados, parecería que a la Historia también le ha dado por abrir las grandes rupturas de época a ritmo de story de Instagram. Sin embargo, esto no puede ser una excusa para que la población general nos convirtamos en meros tertulianos que se apuntan a la posición de turno ante el debate de moda olvidándose de lo que ayer mismo decían porque, total, todo muy rápido y nadie se acuerda de nada.

En este sentido, si existe alguna tarea política clave en nuestros tiempos es la de aprender a transitar la fragmentación. El anclaje de las ideas que se fraguan desde abajo y no solamente desde el Congreso. El recordatorio, a veces molesto y a contratiempo, pero que de tanto en cuanto consigue hacer click con el espectro de las preocupaciones pasadas que decididamente nos hacían avanzar hacia una sociedad mejor. Y para ello, si en medio del ardor guerrero hay que decirle a Sánchez que se ponga la mascarilla o trasladar un centro de atención primaria directamente a la Moncloa, pues se hace. Porque la única batalla perdida es la que no se enuncia. Aunque sea agarrándonos a una efeméride que para la mayoría ha pasado desapercibida.

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