Dominio público

Tratar de imbécil a la ciudadanía

Miquel Ramos

Tratar de imbécil a la ciudadanía

El mundo vive hoy conmocionado por la guerra en Ucrania, justo cuando creíamos que empezábamos a recuperar poco a poco cierta normalidad en nuestras vidas tras dos años de pandemia y la situación excepcional que vivimos a nivel mundial. Cierto es que no es el único conflicto latente, pero sin duda es el más mediatizado y con el que más se ha apelado a nuestra ciudadanía con aquella empatía que, durante años, muchos venimos exigiendo también para con otros pueblos donde las bombas matan igual y cuyos refugiados y vidas deberían valer igual. Pero el enternecedor compromiso por los derechos humanos que estos días manifiestan toda clase de políticos e influencers (incluso algunos miserables fascistas que llevan años criminalizando a refugiados con tono de piel más oscuro), no es más que una mera patraña hipócrita que les está viniendo de perlas para blanquear su miseria moral y correr una cortina de humo ante muchos otros asuntos que nos van colando por debajo de la mesa.

Adriana Lastra, Vicesecretaria General del PSOE, calificó de "buena noticia" el reciente acuerdo con Marruecos que certificaba la traición al pueblo saharaui y el abandono de la legalidad internacional. Vendemos constantemente nuestro supuesto compromiso con los derechos humanos a cambio de que el sátrapa marroquí ejerza de policía de frontera para ahorrarse los disparos a los que lleguen nadando o las palizas a quienes se descuelguen de las vallas, aún con trozos de carne cortados por las concertinas. Que los abusos y las violaciones de derechos sucedan fuera del foco de nuestras cámaras, por favor.

Hay dictadores buenos y malos. Como hay abusos, guerras y bombardeos contra civiles más justificados que otros. Tan solo hay que ver qué beneficio sacamos de uno u otro caso para valorarlo. Es lo que hay. Todo es cuestión de cómo se presente a la ciudadanía. Esta semana, de hecho, nuestros aliados sauditas han ejecutado a más de 80 personas. Pero a los yates y propiedades de estos sátrapas que veranean en Marbella y riegan de millones al emérito, ni tocarlos, que nos compran muchas bombas, el AVE a la Meca y hacen buen gasto siempre que vienen. No se llaman oligarcas ni dictadores si son aliados. Son tan solo socios comerciales.

Salvador Illa, también del PSOE, tildaba la puñalada al pueblo saharaui de decisión realista, valiente y respetuosa con todas las partes. Borrell hablaba hace pocas semanas de que no se podía poner en el mismo plano al agresor y al agredido. El fuerte y al débil. Pero hablaba solo de Ucrania, claro. Hoy, la careta se les cae a cachos. Es lo que pasa cuando detrás de una bonita retórica se encuentra la más vil hipocresía que solo sus palmeros y los indolentes ante las injusticias que suelen ampararse tras un supuesto pragmatismo, son capaces de tragar

La ultraderecha, por su parte, se manifestó este fin de semana en Madrid contra el Gobierno por el aumento de los precios, como si ellos hubiesen votado en algún momento alguna medida que limitase el poder de las grandes compañías y capitales. Eso es propio de comunistas, señores. Y la hemos visto estos días también defendiendo los piquetes de la curiosa huelga espontánea de transportistas, cuando esta misma ultraderecha se ha manifestado siempre contra los piquetes y las huelgas, incluso proponía legislar para limitar los derechos de los trabajadores y de sus protestas.

Es el siguiente órdago de los posfascistas: tratar de arrebatar las banderas de lo social y lo revolucionario a la izquierda, como ya lo intentaron diez años atrás los neonazis que quisieron aprovechar la corriente del descontento y de las protestas durante la crisis de 2008 para disfrazar su chovinismo y su racismo de obrerismo y de carácter antisistema. Así los vimos tratando de colarse en el 15M, de hacer asistencia social (solo para blancos) o metiendo el hocico en las protestas estudiantiles y en todo lo que se movió hace justo diez años. Sin éxito, eso es verdad. Los movimientos sociales de entonces los calaron al instante y les hicieron un buen cordón sanitario, no como los medios y los profesionales de la política, que les han abierto la puerta creyendo que así neutralizan a quienes protestan desde la izquierda y les permite usar a la ultraderecha como espantajo para las próximas elecciones. Pedro Sánchez mencionó decenas de veces el nombre de Putin en el Congreso para contestar a la oposición sobre temas que no tenían nada que ver con la guerra en Ucrania. Ya tiene a quien echarle la culpa de todo lo que suceda en España.

El problema con la política es que nunca se dice la verdad. Siempre hay que envolver cualquier decisión con papel de regalo que apacigüe a los desafectos y despiste a los adversarios. Un juego retórico en el que a la ciudadanía se la trata de imbécil y la vuelve cada vez más escéptica, mientras la disputa política juega en el terreno de lo simbólico y la mentira. En otras palabras, la mayoría de los políticos mienten y no hablan claro. Suena a tópico pero es que es así. Tienen miedo a decir las cosas como son y aguantar el chaparrón. Y pasa con todo y con todos, también con los socios del Gobierno, que deben tener un empacho ya de tanto tragar sapos por no sabemos qué fin. Al final, los que de verdad mandan siempre acaban sometiéndolos o vendiéndolos por cuatro duros conscientes de que a ellos no les pasará factura. No se pararon los desahucios mediante ninguna ley; no se acaba con la Ley Mordaza porque no se quiere. Pues díganlo claro. Solo les pedimos eso. Llegamos hasta aquí, podemos conseguir esto, pero no más. Creemos que vale la pena (o no), pero es lo que hay. Díganlo. Y expliquen las razones y señalen a los que se lo impiden.

Pero el problema no es solo la mentira del político, sino la rendición de la crítica, de la calle, el abandono de la protesta social y de la militancia de base, para pasar a la pataleta desde el sofá en redes sociales y echar la culpa de todo a esos mismos políticos en los que ya no confiamos. El problema también es culpa de quienes podrían articular respuestas masivas y no lo hacen. De los sindicatos mayoritarios, de las organizaciones con capacidad para hacerlo y que hoy permanecen agazapadas esperando a ver si amaina el tiempo. Tan solo los movimientos sociales están dando el callo, y sin esperar nada a cambio más que jugarse algunas multas en el mejor de los casos. Estos, gobierne quien gobierne, siempre están. Y no mienten. Ponen las cartas sobre la mesa mostrando los rostros de las personas desahuciadas para quienes brindan asegurando que han acabado con los desahucios las miren a los ojos y les cueste digerir sus mentiras.

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