Dominio público

Ucrania: el caos de la guerra y las vías para la paz

José Ángel Ruiz Jiménez

Director del Instituto de la Paz y los Conflictos y profesor titular del Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Granada.

Ucrania: el caos de la guerra y las vías para la paz
Una persona reza en el interior de la iglesia Castrense Saints Peter and Paul Garrison en la ciudad de Lviv, al oeste de Ucrania.- EFE

En este artículo trataré de demostrar que en el caso de la guerra de Ucrania, tanto las estrategias de Occidente como las de Rusia han dado pie a una dinámica sumamente negativa y dañina para ambos. Seguidamente, plantearé algunas alternativas de gestión del conflicto más racionales, eficientes y acordes con los derechos humanos.

Rusia ha tratado de dar un puñetazo en la mesa que intimidara a la OTAN y devolviera Ucrania a la órbita de Moscú mediante una rápida victoria, confiada en su aplastante superioridad militar. Al final, en un extraño ejercicio de imprevisión, se ha encontrado librando una guerra larga, algo predecible cuando trata de ocuparse un país de 44 millones de habitantes, de superficie superior a la de España, que lleva años inundándose de armas, que está recibiendo aún más desde Occidente, y donde aparte del ejército gran parte de la población sabe usarlas y está dispuesta a todo por defender su país. Además, Rusia está sufriendo un enorme desprestigio internacional por sus ataques a objetivos civiles y la crisis de refugiados que ha provocado, un notable aislamiento diplomático, y unas sanciones económicas que la llevan camino de la bancarrota.

Occidente, en principio espectador privilegiado de cómo Rusia se desgasta económica y militarmente sin tener que implicarse en la guerra, está viendo que acoger refugiados, enviar armas y sancionar a Rusia también le está suponiendo unos costes altísimos y cada vez más inasumibles. En principio, sancionar a un Estado que viola flagrantemente el derecho internacional es una poderosa y atractiva medida de presión alternativa a la intervención militar. El éxito de las sanciones internacionales a la Sudáfrica del Apartheid entre 1963 y 1990 sentó un curioso precedente, pues terminaría por ser la excepción que confirma la regla. Y es que desde entonces su aplicación nunca ha dado los frutos esperados. He sido director de la tesis doctoral de Chidiebere Ogbonna, en la que se analizan los dos casos más significativos de las últimas décadas, las sanciones al Zimbabue de Robert Mugabe y al Irán de los ayatolás. En ninguno de ellos hubo prácticamente desgaste para sus regímenes, que más bien usaron las sanciones como excusa que justificaba todos los problemas internos, y como forma de unir a la nación ante el daño que hacían medidas impuestas por enemigos extranjeros. Al final, más que los Gobiernos a quienes se pretendía presionar, las sanciones terminaron perjudicando al ciudadano medio. En el caso de Rusia, las sanciones le están causando un gran perjuicio económico, pero está siendo un factor aún más desequilibrante en el propio Occidente, elevando la inflación y poniendo la economía a las puertas de una nueva gran recesión en menos de un mes. En lo que respecta a España, las pérdidas en el sector turístico y en el de las exportaciones, en los que Rusia es uno de nuestros grandes clientes, el gasto en armas para enviar a Ucrania y la subida de precios de la energía, están suponiendo un enorme perjuicio. En realidad, prácticamente todos los ámbitos económicos de todos los países occidentales se están viendo afectados, con la gran excepción de la industria armamentística, que cotiza al alza en bolsa y que ve el conflicto armado como una gran oportunidad, no como un problema.

En el caso de Ucrania, plantear su desmilitarización y neutralidad con las garantías pertinentes de ser auxiliada en caso de invasión, sin duda hubiera sido la política más inteligente desde el principio. Además, la desmilitarización y neutralidad ucranianas hubieran permitido a Rusia dejar de ver a Ucrania como un riesgo para su seguridad, pues ya no sería susceptible de ser una cuña de penetración de la OTAN en su extranjero cercano.


Para ello se contaba con una excelente base tanto en los Acuerdos de Budapest de 1994, en los que Rusia garantizó la soberanía del país a cambio de la entrega del arsenal nuclear soviético que permanecía en Ucrania, como en los Protocolos de Minsk de 2014, que contemplaban unas razonables reformas constitucionales para Ucrania que reconocían los derechos de los ucranio-rusos, así como un estatuto de autonomía para el Dombás que aseguraba su permanencia en Ucrania. Desafortunadamente, la salida planteada en Minsk se terminó bloqueando porque ambas partes se negaron a renunciar a su política de máximos. Por una parte, Rusia se veía capaz de prevenir mediante una rápida operación militar que Ucrania se fuera rearmando por Occidente hasta poder tomar el Dombás e integrarse en la OTAN. Por otra parte, Ucrania apostó a largo plazo por recuperar el control centralizado de todo su territorio nacional sin concesiones, aunando así el sentimiento antirruso y patriótico desarrollado por la población ucraniana con la esperanza de que el apoyo de la OTAN y la UE intimidaran a Rusia. Ambas previsiones fracasaron estrepitosamente. Resulta lamentable que hicieran falta 33 días de guerra, incontables muertes y destrucción material, así como una incipiente crisis económica global para que al fin se empezaran a explorar las vías de la neutralidad ucraniana en las negociaciones. Una vez más, como gustaba repetir al profesor Vicent Martínez Guzmán, va resultando que los pacifistas eran en verdad los realistas y que la eficacia está de su lado.

Además, en una Ucrania desmilitarizada todos los fondos destinados a Defensa, que se han llevado la parte del león del presupuesto nacional en los últimos años, podrían al fin invertirse las muy necesitados sectores de la sanidad, la educación, las pensiones y las infraestructuras, algo mucho más útil y necesario para la sufrida población ucraniana. Un país neutral y desmilitarizado prácticamente no corre riesgo de invasión, ya que no supone una amenaza para ningún vecino, pero en cualquier caso, aparte de garantías de seguridad de terceros países por su particular situación geopolítica, Ucrania podría contar con planes de defensa civil, una alternativa al tradicional servicio militar  tan rica como desconocida para el gran público. Pueden consultarse al respecto trabajos como los de Anders Boserup, Gene Sharp o Antonio Drago. De hecho, resultan fascinantes la cantidad de iniciativas espontáneas no violentas que se han sucedido por parte de la población ucraniana, tales como el que miles de personas rodearan la central nuclear de Zaporizhia para protegerla tras ser alcanzada por la artillería rusa el 2 de marzo, o el sabotaje y hackeo para desviar los trenes con tropas y material militar que salían de Bielorrusia hacia Ucrania.

Tarde o temprano tendrá que alcanzarse un acuerdo de paz, y la posibilidad de la neutralidad y la desmilitarización aún es posible y aceptable para todos, teniendo bien presente que llegados a este punto del conflicto ambas partes tendrían que hacer dolorosas concesiones. Y es que hay dos enormes obstáculos que nadie debería olvidar. En primer lugar, que ningún país acepta jamás ceder ni un milímetro de su territorio nacional sin agotar todas sus opciones de mantenerlo, y Ucrania está decidida a recuperar sus fronteras anteriores a 2014 cueste lo que cueste. Dadas las circunstancias, no es realista que Ucrania aspire a la recuperación de Crimea, pues el puerto de Sebastopol resulta irrenunciable para Moscú, la población local desea mayoritariamente permanecer en Rusia y al fin y al cabo, el que solo perteneciera a Ucrania desde 1954 haría más asumible la pérdida ante la opinión pública.

En segundo lugar, que los Estados siempre pugnan por reunir en sus fronteras a todos los miembros de su nación, y nunca renuncian a incorporar los territorios poblados por sus compatriotas que queden fuera de sus fronteras. Es lo que Rusia trata de llevar a cabo en Georgia, Bielorrusia, Crimea y ahora al intentar extender sus fronteras a costa de Ucrania. En realidad, el proyecto de integración de Bielorrusia en Rusia está muy avanzado, y el reconocimiento de la independencia de las repúblicas del Dombás no es para Moscú más que la antesala de su incorporación.

Las negociaciones de paz pueden también ser una oportunidad de dar el protagonismo  egado hasta ahora a entidades como la ONU y la OSCE, cuyos buenos oficios pueden ser de gran utilidad para alcanzar y legitimar acuerdos. Asimismo, suponen una ocasión de dialogar no solo para Rusia y Ucrania, sino para las potencias implicadas indirectamente, caso de China, EEUU y la UE, de modo que sirvan para establecer un marco de seguridad común que evite escaladas de tensión que puedan conducir a nuevas guerras. También para que los negociadores tengan en cuenta tanto las propuestas de la investigación para la paz como de las ONGs humanitarias. Su conocimiento y experiencia pueden ser de gran utilidad para alcanzar acuerdos que acaben no solo la violencia física y directa del conflicto armado, sino con la violencia estructural y cultural. En el caso ucraniano, respecto a la primera, se trataría de ir más allá del simple cese de las hostilidades para centrarse en combatir la desigualdad, la pobreza y la corrupción que han caracterizado a Ucrania desde su independencia. En cuanto a la segunda, urge reconstruir las dañadas relaciones entre los pueblos hoy enfrentados y trabajar paradigmas como el de la seguridad humana como alternativa al de la seguridad militar que ha conducido a unos niveles de tensión internacional comparables a los que precedieron a las guerras mundiales.

Urge alcanzar un acuerdo porque cada día que pasa aumenta el drama humano de la guerra, las muertes, los desplazamientos, el empobrecimiento generalizado, las enemistades y los rencores entre naciones. También por el riesgo de que la guerra se expanda más allá de las fronteras de Ucrania, pues a diferencia de otros conflictos recientes igual o más cruentos, caso de República Democrática del Congo o Siria, éste puede tener consecuencias globales desconocidas, habiendo incluso amenazas que parecían olvidadas desde la Guerra Fría, como el uso de armas nucleares, químicas y biológicas, e incluso la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial.

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