Dominio público

Lo que las feministas y las pacifistas sabemos sobre las guerras y que nadie más te va a contar

Noelia Adánez

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología

Lo que las feministas y las pacifistas sabemos sobre las guerras y que nadie más te va a contar
Una mujer sostiene y besa a un niño junto a soldados rusos en una calle de Mariupol el 12 de abril de 2022.- AFP

Conforme la guerra en Ucrania se dilate iremos conociendo cada vez más casos de violaciones sufridas por mujeres ucranianas a manos de las tropas rusas en los territorios ocupados. Desde hace al menos ocho años, organizaciones como la rama ucraniana de La Strada denuncian este tipo de acciones en el Donbás. La invasión ordenada por Putin intensificará una práctica preexistente.

La violación de mujeres, desde al menos la última década del pasado siglo, es una importante arma de guerra. Y esto es algo que, quienes promovemos el pacifismo como posición política legítima y realista para este convulso siglo XXI, tenemos muy presente. Huyendo de aseveraciones falaces y desmovilizadoras como la que considera que donde ha habido guerras siempre ha habido violaciones, somos totalmente conscientes de que la violación de mujeres formará -en la guerra de Ucrania como en tantas otras en nuestra época- parte de la tecnología de guerra y de su racionalidad. Somos conscientes de que violar mujeres en las guerras abiertas del siglo XXI -y las que están por venir- no es algo que obedece a una costumbre ancestral, sino una acción fundamental que hace parte de la lógica de las guerras contemporáneas.

Las pacifistas y las feministas también sabemos que las violaciones no son acciones que sus perpetradores llevan a cabo de forma solitaria o aislada. Incluso cuando el violador se encuentra solo frente a su víctima hay alguien más con él: una otra en cuyo cuerpo inscribe un mensaje y a través de cuya destrucción moral y física lleva a cabo una declaración rotunda de poder, apropiación y control. Las violaciones que tienen lugar en contextos de guerra transmiten lo que la antropóloga Rita Segato ha llamado una "pedagogía de la crueldad". Los cuerpos abusados en los conflictos armados posteriores a la Segunda Guerra Mundial no lo son para obtener de ellos un servicio, sino para contribuir al sostenimiento de una situación de poder, de dominación. No es ni el descanso del guerrero ni la anomia bélica lo que propicia las violaciones de mujeres, sino la puesta del patriarcado al servicio de una nueva racionalidad bélica que, a menudo, persigue como objetivo último el exterminio del adversario.

En las guerras entre Estados del siglo XX las mujeres eran capturadas, como el territorio, apropiadas, violadas e inseminadas. Esto se consideraba un daño colateral resultante del hecho de la conquista. En el marco de las guerras de nuevo tipo, que inauguran los conflictos en Yugoslavia y Ruanda, sin embargo, el cuerpo de las mujeres es el propio campo de batalla en el que -como dice Segato- se clavan las insignias de la victoria y se significa en él, se inscribe en él, la devastación física y moral del adversario, al que se pretende, sencillamente, aniquilar.

En conflictos en los que la cuestión étnica juega un papel decisivo, y en los que hay una vocación de exterminio del adversario, es decir, una vocación de llevar a cabo un genocidio, las violaciones son instrumentos destinado no tanto a la apropiación cuanto a la destrucción, es decir, la devastación física y moral de un pueblo percibido como un ente orgánico en el que las mujeres son una de sus partes distintas al soldado o al sicario contra el que se lucha; sus cuerpos son el territorio en el que inscribir un mensaje destinado al adversario.

Según explica Hefried Münkler en su libro The New Wars, los tres elementos que permiten la destrucción de un grupo étnico sin necesidad de perpetrar un genocidio son: la ejecución pública de sus figuras prominentes; la destrucción de sus templos y patrimonio cultural; y la violación y el embarazo forzado de sus mujeres. De esta forma, y de manera harto eficaz y económica, se sustituye la batalla de las guerras convencionales por la masacre de las guerras contemporáneas. Münkler también habla de la emasculación y humillación de los vencidos, quienes sienten que no han podido proteger a sus mujeres, lo que les hace tomar conciencia de su debilidad "orgánica" de igual o mayor manera que cuando se atacan las instituciones y los poderes de su Estado.

Las feministas y pacifistas sabemos que violar cuerpos femeninos o feminizados no es una costumbre que se abre espacio en contextos bélicos, sino un comportamiento militar planificado en las "nuevas guerras", por eso nos oponemos a ellas. En suma, lo que las feministas y las pacifistas sabemos sobre las guerras y que nadie más te va a contar es que las violaciones no son incidentales, ni efectos no queridos, ni acciones aisladas, ni daños colaterales, ni resultado de costumbres ancestrales y comportamientos ahistóricos, sino la guerra misma librándose en los cuerpos de las mujeres.

Y ahora llamadnos ingenuas.

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