Dominio público

No es Madrid para viejos

Ana Pardo de Vera

En este 2 de mayo, en el que la Comunidad de Madrid celebra su primera fiesta autonómica normalizada tras la pandemia, estoy segura de que mi compañero y paisano Manuel Rico lanzará su tuit diario sobre los mayores que murieron en las residencias españolas (20.000) y que, se supone, debían ser protegidos al máximo amparados por atención y recursos proporcionados por las instituciones competentes de cada gobierno autonómico.

Madrid (7.291) fue, con una diferencia superior al doble sobre la siguiente, Catalunya (2.797), la comunidad en la que más residentes fallecieron, además, con un agravante presuntamente homicida: el Gobierno de Ayuso aprobó el conocido como protocolo de la muerte o protocolo de la vergüenza, para seleccionar a los enfermos que podían o no salir del geriátrico para ir al hospital en función de su edad o su grado de dependencia, por ejemplo. Se negó a miles de mayores el derecho universal a la atención sanitaria desde el Ejecutivo de Madrid, pero la Fiscalía no considera oportuno abrir una investigación, por más que asociaciones, familias y particulares estén denunciando esta salvajada con pruebas sólidas del inabarcable sufrimiento de sus difuntos.

Es de esperar que nadie del Ejecutivo autonómico recuerde esta tragedia particular en medio de la tragedia general, aunque las normas básicas de la ética ya nos indiquen desde hace años que nuestras sociedades se retratan según el trato que dan a sus generaciones mayores. Nadie se acordará de esos 7.291 muertos, que han pasado ya al rincón del olvido en la Puerta del Sol tras negárseles por parte de PP y Vox una comisión de investigación en la Asamblea. Y eso que este 2 de Mayo se celebrará a lo grande, como antes del confinamiento, en la Real Casa de Correos, con 700 invitados y Alberto Núñez Feijóo a la cabeza, sin mascarillas y sin los protocolos restrictivos que impidieron durante dos años la fiesta anual en todo su esplendor: con su cóctel de cerveza y vino -ahora se beberán directa y disimuladamente de los floreros, porque son ilegales-, sus corrillos de invitados/as y periodistas, sus saludos (o no) entre adversarios, sus canaperos e impolutos brókers de cerdo o de lo que haga falta y sus codiciadas medallas. Ninguna de ellas a título póstumo para los ancianos y ancianas muertas por imposición institucional y negocio privatizador a destajo. Son muchos, realmente: demasiada dignidad para tan poca vergüenza.

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