Dominio público

Como dice aquel

Andrea Abreu

Autora de 'Panza de burro'

Como dice aquel
El Puertito de Adeje junto al Sitio de Interés Científico de La Caleta y a una Zona de Especial Conservación.- ANDREA DOMÍNGUEZ TORRES

Arriba del coche, ella y él enseñan los dientes. El coche es viejo, azul turquesa, con una inscripción en la chapa del costado derecho que reza Cuna del Alma. Alzan copas de vino rosado, visten colores pastel. Rondan los setenta años, y digo setenta por echarles alguna cifra, porque nunca se sabe. Algunos países del mundo se preñan y paren a gente muy limpia. Gente con la cara blanca y los ojos claros y los pelos rubios y arrugas más bien pocas. Bastante fuerza en los huesos, esperanza de vida.

Tardo un rato en entender qué pasa, qué están celebrando. Por qué tantas personas enfadadas están compartiendo la foto. Pincho en la imagen, me fijo en el fondo y entiendo. Están en el Puertito de Adeje, en Armeñime, una zona de costa todavía sin turistificar del suroeste de Tenerife. En la descripción del post, aparece etiquetado el perfil de Cuna del Alma y lo reviso. Cuna del Alma es un complejo turístico de capital belga que va a contar con 420 residencias de lujo y una superficie de 437.000 m2. Como bien explica la plataforma Salvar El Puertito, Cuna del Alma es también una amenaza directa a dos espacios naturales protegidos, ya de por sí muy descuidados: El Sitio de Interés Científico de La Caleta y la ZEC Franja Marina Teno-Rasca.

Montaditos arriba del coche, ella y él observan el océano abierto, el mar azul-azul. Destellos de sol como lentejuelas cosidas a las olas tiemblan, les regañan los ojos. Les parece hermoso, el mar. Allá a lo lejos. Están privados de contentos y no paran de sonreír. Les parece hermoso, pero no les basta. Por eso sonríen, porque dentro de poco el proyecto va a estar todo enmachetado. Avanzan, ella y él, por el caminito ahora todo emparejado gracias al trabajo de las palas de Segunda Casa Adeje S. L., la promotora que comenzó la sorriba el pasado 5 de mayo. El Cabildo paralizó la obra por cautela, ya que algunas asociaciones avisaron de la posible existencia de yacimientos guanches no registrados. El 2 de junio, la plataforma Salvar la Tejita tuvo que presentar una nueva denuncia -la cuarta ya contra Cuna del Alma-, porque las palas seguían trabajando como quien no quiere la cosa.

Un risco hace rebotar el coche y el cuerpo les tiembla. Se muerden la lengua contra el vaso, pero no les sangra, no pierden la sonrisa. Atraviesan todo el terraplén hasta llegar a la zona en la que se va a situar la vivienda que les corresponde. Alrededor de la casa imaginada, se aturullan montañas de tierra canela y cardones partidos, magarzas y tabaibas que las palas juntaron en montonitos para facilitar el acceso al barranco. Las escombreras de cardones les lucen más bien bonitas. Más bien les parecen ordenadas, como quien junta motañitas de basura después de darle un escobillazo al patio.


Ella y él se fijan en los cardones partidos, y algo así como una acidez se les clava en la garganta. Saben que hay gente en contra de este proyecto. Rápido el reflujo vuelve al sito. La barriga se asienta. No pasa nada malo, nada malo existe. No es la cantidad sino el dinero. Les apoya buena parte de la clase política, los empresarios, la asociación de vecinos de El Puertito, de cuya presidenta -que ha defendido a muerte el proyecto- se acaba de descubrir que su marido recibió más 40.000 euros del ayuntamiento. Por eso, de nuevo, respiran y observan los cardones. No pasa nada malo, nada malo existe. La consejera de Gestión del Medio Natural del Cabildo de Tenerife dijo que no hay que preocuparse por los cardones, que los están trasladando a viveros. Solo tienen que empatarlos como aparejos rotos, pegarlos con gotita antes de llevarlos.

El verano pasado, Salvar Fonsalía consiguió reunir 400.000 firmas en menos de un mes. La contestación social logró frenar un proyecto de macropuerto que se pretendía construir en Fonsalía, una zona de costa también al suroeste de la isla, muy cercana al Puertito de Adeje. El proyecto hiperturistificador aprieta, aprieta pero no ahoga. Cada poco hay que aflojarse el ciento del cogote. En los últimos tiempos no se ha sentido otra palabra que el verbo salvar: salvar La Tejita, salvar Fonsalía, salvar Quintanilla, El Cotillo, Agaete, Tindaya.

Justo el 15 de junio, se compartió en Youtube un documental del tinerfeño Felipe Ravina que lleva por título Salvar Tenerife. En él, varias voces expertas advierten de la importancia para la biodiversidad marina -canaria y mundial- del suroeste de la isla. Curiosamente es ese mismo suroeste el que cuenta con la mayor presión turística del territorio. En solo 30 kilómetros de costa, se llegan a desplegar hasta tres puertos seguidos. Junto a esos puertos, se encuentran algunas especies en peligro crítico de extinción -como el angelote o la tortuga verde-, pero no solo la naturaleza sufre la violencia de este modelo turístico. El turismo empuja más allá de los márgenes a las personas que, por lo general, ya los habitan. En el caso de Cuna del Alma, Salvar El Puertito acaba de visibilizar la situación de Antonio, un vecino en situación de vulnerabilidad de la zona. Antonio vive desde hace muchos años en una casita abandonada. Desde el comienzo de las obras, no ha parado de recibir amenazas, coacciones. Ahora pretenden cerrarle la vía de acceso al que tanto tiempo ha sido su hogar.


Años después, en un mañana tampoco muy alejado, ella y él se bajan del coche de un solo brinco (algunos países del mundo se preñan y paren a gente vieja que puede saltar). Le dan la llave al aparcacoches y entran en la casita acabante de estrenar. Se ponen el bañador, se botan dentro de la piscina infinity. De cara al océano, tragan martini sin aceituna, no fuman. Privaditos de orgullo admiran el proyecto por fin terminado: no el de Cuna del Alma, que también, sino el otro, el más grande y antiguo. Una playa artificial gigante que le dé la vuelta entera a la isla. Ahí está, ahí se estira ese bicho carretero cumplidito, ese bicho enorme de arena fina que tanto deseaban. Tienen un sueño hecho realidad delante de los ojos y es tan sensual, tan tradicionalmente exótico, tan no-lugar, que se les abre el apetito. Todavía no saben qué les toca de almorzar, pero la cocinera ya se está acercando con la bandeja de metal cerrada. Sonríen, ella y él. Botan los dientes afuera con entusiasmo. La cocinera se alonga arriba del borde de la piscina, y con virguería, destapa el almuerzo. Solo le quedaba un fisquito de ingredientes, pero logró meterlo todo a camino. Hoy toca un plato típico de la cocina tradicional canaria: escaldón de cemento, como dice aquel.

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