Dominio público

El posfascismo, Berlusconi y el teatro parlamentario

Daniel V. Guisado

Politólogo y asesor político

El posfascismo, Berlusconi y el teatro parlamentario
El líder del partido Forza Italia, Silvio Berlusconi, durante la votación para el nuevo presidente del Senado, en Roma, Italia, el 13 de octubre de 2022.- EFE

Teatralización y política son dos caras de la misma moneda. Sobre todo en Italia, donde ayer lo simbólico emergió en la constitución del Parlamento (Cámara y Senado de los diputados) con una serie de imágenes que pueden representar el que será el tono de la nueva legislatura política.

El primer simbolismo se resume en el traspaso de poderes del Senado. Liliana Segre, senadora vitalicia y superviviente de Auschwitz, declaró electo a Ignazio La Russa, representante fundador de Hermanos de Italia y declarado posfascista, presidente de la cámara. El ramo de flores y el beso que la mano derecha de Meloni entregó a Segre tiene un fondo trágico. Militante del Movimiento Social Italiano y líder de sus juventudes desde los años 70, nunca ha mostrado un mínimo de rubor a la hora de reivindicar su linaje político. En su casa de Milán tiene una habitación dedicada al ‘Duce’ con bustos, medallas, fotos y estatuas de Mussolini y de su régimen.

Benito (segundo nombre) La Russa es el máximo representante de la nueva cara que ha adoptado el posfascismo italiano. Ni renegar ni restaurar, pero por el camino normalizar. Para el que retiene desde ayer el segundo cargo más importante de la República Italiana, el saludo fascista no es apología del fascismo (tanto él como su hermano lo han hecho públicamente) y se enorgullece tanto de ser anti-antifascista como de haber tenido un padre fascista. En cada entrevista resta importancia a la dictadura y afirma querer hablar de los problemas del presente, pero nunca renegando de los del pasado, una forma de evadir la condena del periodo mussoliniano y de normalizar su reivindicación en la actualidad.

Este simbolismo también deja en evidencia a todas aquellas personas que desde que Giorgia Meloni saltó al escenario del mainstream político se niegan a vincular a su formación con el fascismo histórico. Si bien puede existir debate en torno a la definición actual de Hermanos de Italia (un partido que tiene mucho más que ver con la tipología de las derechas radicales populistas), es un secreto a voces los numerosos vínculos que guarda con el posfascismo político, social y cultural del último medio siglo italiano. Desde el presidente de la región Marcas acudiendo a una cena conmemorativa de la Marcha sobre Roma hasta concejales que tratan de levantar estatuas a colaboracionistas nazis, pasando por los numerosos dirigentes que en su juventud eran asiduos a organizaciones, sindicatos y juventudes posfascistas.

"En este octubre en que se cumple el centenario de la Marcha sobre Roma me toca a mí asumir momentáneamente la presidencia de este templo de la democracia", manifestó Liliana Segre, de 92 años que en 1943 fue deportada junto a su familia a Auschwitz debido a las leyes raciales emitidas por Mussolini. Su discurso no se quedó ahí. También recordó a Giacomo Matteotti, socialista italiano que denunció la represión de la dictadura y fue secuestrado y asesinado por la milicia fascista. Aquí otro momento simbólico que marcará la legislatura. La historia lleva rimando en Italia mucho tiempo.

La guinda simbólica la puso Silvio Berlusconi. El líder de Forza Italia volvió al Senado ocho años después de su expulsión por fraude fiscal. Se fue con la cabeza gacha y entró ayer triunfante. Quienes le conocen saben que en su cabeza estaba desde el principio este retorno con aires de venganza. Sus parlamentarios serán decisivos para que Meloni pueda llevar adelante sus planes, y precisamente ayer quiso dejar claro su poder de veto negándose a votar a Ignazio La Russa. Encima de la mesa Berlusconi pide el ministerio de Justicia (todavía tiene abierto un juicio por prostitución de menores), el control de los medios de comunicación públicos y puestos clave para sus más allegados.

El veto no se llevó a cabo por los "franchi tiratori", una figura parlamentaria tan recurrente como italiana para designar a los numerosos versos sueltos en el Parlamento que votan como quieren y no como les indica el partido. En la designación del posfascista La Russa fueron decisivos. Sin ellos, Meloni estaría ante el primer enroque de su propia coalición para pararle los pies. No pasó, algunos aventuran, gracias a movimientos procedentes de los pasillos de Renzi, quien otrora acabó con Conte y puso a Draghi.

Aquí la nota final a este ensayo alegórico. Meloni arrasó pese a una coalición de derechas por debajo de lo esperado. Salvini y Berlusconi, ambos tocados, pero no hundidos, querrán hacerse valer y demostrar que siguen siendo los hombres fuertes. Mientras, Meloni seguirá con su vendetta histórica para redimir a todos aquellos que durante décadas no pudieron reivindicar sus preferencias fascistas por el miedo que todavía despertaba una República construida sobre cimientos antifascistas. Y algunos pueden mostrar su devoción por la temeridad dando alas a uno de los gobiernos electos más derechistas de Europa pensando no en los derechos que se derruirán, sino en las prebendas que obtendrán en sus ruinas. El posfascismo ya estaba en el teatro parlamentario, pero ahora tiene el control del telón.

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