Dominio público

Existo (trans), luego me odian

Elizabeth Duval

Una persona sostiene una bandera trans en una manifestación en Nueva York. REUTERS/Brendan McDermid
Una persona sostiene una bandera trans en una manifestación en Nueva York. REUTERS/Brendan McDermid

Es el mes de "Octubre Trans", que se celebra todos los años, y estos días veremos si se amplía o no el plazo de enmiendas a la ley trans, ampliación por la cual Podemos ha acusado al PSOE de obstaculizar la aprobación de la ley. He de decir que, tras todas las energías invertidas el año pasado en ello, ya casi ni me fijo en estos datos o fechas. Para eso no me quedan energías. Pero hay un sector sediento en las redes que se empeña en recordarme siempre, haga lo que haga, diga lo que diga, que ese tema o esa cuestión sí que van conmigo y sí me afectan. Lo hacen con burla, con mofa, con gritos. Roza la auténtica obsesión. Son siempre las mismas cuentas, ¡pero son muy insistentes!

La triste realidad es que, aunque ya no participe tan activamente del debate sobre lo trans, y por más que no intervenga demasiado para hablar del recorrido parlamentario de la ley, ni la defienda, ni la nombre; por más que haya hecho efectiva la jubilación que había anunciado, y me interese por otros temas, discurra por cuestiones distintas, me centre en cualquier cuestión no relacionada; aunque lo tratado sea política, literatura, mi vida, mi cesta de la compra, el amor, el tedio, la indiferencia: cualquier aparición mía en público o incluso si los medios no hacen más que mencionarme suscita una cantidad inverosímil de odio y aparece en redes una turba que asusta.

Cuando me quejo alguna vez de esto, porque nadie tendría por qué vivir sometida a un escrutinio u odio así, la acusación de esa misma turba es tratarme de victimista: no son quienes se molestan día sí y día también por mi existencia los obsesos, sino yo por pensar que tantas malas palabras son inverosímiles. Como si no tuviera derecho a defenderme de ofensas que no he hecho nada por provocar. Que yo, tan tranquila, pague el alquiler, constituye ya «delirio» o «misoginia trans»; que haga la compra podría ser clasificado como «terapia de conversión contra lesbianas»; si aparezco por la tele o escribo o se escribe sobre mí, aparecer o escribir o existir constituye una ofensa para alguien fácilmente ofendido. Existo (trans), luego me odian. Y es tan triste.

No sería ni tan fácil ni tan profuso este acoso y derribo público si no hubiera quien lo banaliza día tras día. No estoy diciendo que, por sensibilidad excesiva, los terrenos de la identidad sexual estén vetados para la comedia o la discusión; sí que hay quien se permite jugar con ello porque ni le afecta ni le toca y quizá viera las cosas de una forma distinta si pudiera vivir por un día en mi bandeja de notificaciones. Tengo una red afectiva lo suficientemente tierna y buena como para que lo que vivo en ese círculo del infierno no me destroce y sólo me canse. «No necesito la validación de los energúmenos que me atacan, porque vivo tranquila», declaré una vez en una entrevista. Es verdad. Pero es agotador leer siempre según qué cosas.

¿Cuántas voces nos estamos perdiendo al aceptar, así como así, que las redes sociales sean un espacio hostil e irrespirable para colectivos enteros? ¿Quién está renunciando a hablar, escribir, pensar en alto o existir por las consecuencias que ello trae, si incluso yo tengo días lo suficientemente malos como para valorar si me compensa o vale la pena, incluso cuando lo que encuentro fuera, en el mundo real, es amable y bondadoso frente a la amenaza del resentimiento que trae consigo lo virtual?

Pienso, extendiendo un poco el radio, en las mujeres que han abandonado las redes sociales por el ambiente insoportable en el que se habían convertido para ellas, en todos y cada uno de los tipos de acoso y agresión que hemos de pagar como precio por tener una voz que en algún espacio es escuchada. Hay quien no sabe lo que es ese peso y vive sin saberlo. E incluso hay quien pretende saberlo, juega la carta de la cancelación al sentir el primer graznido y luego acaba celebrando los instantes de odio y amenazas ajenas porque le han permitido lograr un huequito, una columna, un podcast. Ni por mil altavoces así valdría la pena soportar lo que muchas soportamos semana tras semana. Confieso estar algo agotada e imagino que muchas otras también lo están. Algo tendremos que hacer para que estos mundos que habitamos sean menos hostiles y sangrientos. Yo, ni dejando bastante de lado el tema de lo trans, he conseguido que dejen de odiarme abiertamente por serlo.

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