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Gallardía

Nere Basabe

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El vicepresidente de la Junta de Castilla y León, Juan García-Gallardo, durante la tercera jornada de la Feria Internacional de Turismo, Fitur 2023, en IFEMA Madrid, a 20 de enero de 2023, en Madrid (España).- EUROPA PRESS

Poco me parecen los 80.000 euros de sueldo por una vicepresidencia autonómica sin competencias que cada año se embolsa Juan García-Gallardo. Carece de competencias (afortunadamente) porque su única función es armar bulla. Y tal y como está el patio político de este ruedo ibérico, donde se han roto ya todos los récords de exabruptos y hasta la pértiga, lograr acaparar el debate político durante toda una semana tiene su mérito y vale su peso en oro: 80.000 euros brutos, concretamente, más 200 de calderilla cada vez que asiste a su puesto de trabajo, no vaya a ser que se vea obligado a utilizar el transporte público y comer un bocadillo pagado de su bolsillo. Eso sí, a García-Gallardo no deberían pagarle los pobres castellanoleoneses por cuya mejora vital nada ha hecho, sino la dirección de su partido a cambio de tanto titular y tantos minutos de radio y televisión.

Allá por noviembre o diciembre, dando más o menos por concluida la maratón legislativa del Gobierno, los medios informativos no titubearon a la hora de afirmar, en esta tertulia y en aquella, que empezaba el periodo de campaña. Qué sobresalto, cuando aún faltan meses para municipales y autonómicas, y un año casi para las generales. Pero ya estamos todos comentando los sondeos demoscópicos, como si el paisaje político de este país no cambiara de una semana para otra. Confirma en todo caso lo que siempre creí: que habría que acabar con las campañas electorales propiamente dichas, esas que tanto dinero cuestan a los partidos en carteles y merchandising, y que les obligan, a los desdichados, a hacer promesas quiméricas y a recurrir a la financiación ilegal para pagar miles de bolis con su logo. Porque aquí siempre estamos en campaña, a quién queremos engañar.

Vox lo ha entendido bien y la fanfarria de las ecografías en 4D (¿fetos en la cuarta dimensión?) y los latidos del embrión para las mujeres que quieran y para las que no, también, ha sido su chupinazo. Desde las elecciones andaluzas y la espantá de Macarena Olona andaban en horas bajas, la arena política parecía haberse resignado a su presencia como a la de un primo problemático al que lo mejor es no prestar atención, y necesitaban recuperar protagonismo. Y vaya si lo han conseguido: horas de tertulias, Mañueco sudando la gota gorda a pesar de tener casi todas sus provincias nevadas o bajo cero, el portavoz popular de su gobierno haciendo el papelón de donde dije Diego, Feijóo convertido en el meme de Travolta mirando a un lado y a otro sin entender nada, Ayuso opinando de todo que es lo único para lo que sirve aunque sus opiniones no valgan nada, todo el bloque progresista rasgándose las vestiduras y levantando antiguas barricadas por los derechos de la mujer, el Gobierno muy solemne enviando un requerimiento sin respuesta, y la oposición culpando al Gobierno central de todo el jaleo, que esa parece ser su función también. Hasta hubo quien apeló al artículo 151.

No me dirán que no es como para aumentarle el sueldo a García-Gallardo. Porque quien marca la agenda en buena medida ya ha ganado. Aunque el apelado protocolo fantasma no aparezca por ningún sitio, y él mismo se ría, cuando en rueda de prensa se le requieren más detalles, aduciendo que no sabe nada de embarazos. También contenía la risa hace medio año cuando criticaba el olvido generalizado de la procreación como finalidad principal del sexo, él que sigue soltero y sin hijos. No olvidemos que estamos hablando de un niño rico que se baja del coche oficial con un casco de motocicleta bajo el brazo para estrechar manos y hacerse fotos con los pingüinos moteros concentrados en Valladolid. Un cachorro pijo formado ética y estéticamente en ICADE, que trabajaba en el bufete de papá, con apellido compuesto para que no le confundan con un García cualquiera, aficionado a la hípica, pero que convenció a miles de campesinos que trabajan de sol a sol con su tractor pagado a plazos para que le votasen.

La estrategia de Vox es la patraña, la bravuconería y la bronca, porque saben que en España nos encanta el ruido de una buena mascletá o las pullas de una canción de Shakira contra su ex. Su objetivo final no es gobernar, sino alterar la democracia y las normas básicas de convivencia ciudadana. Lo mismo que en Brasil. Por eso entran en gobiernos autonómicos cuando lo que persiguen es acabar con el Estado autonómico: no para garantizar la gobernabilidad, sino para causar problemas, poniendo en apuros cada dos por tres a Mañueco o no aprobándole los presupuestos a Ayuso. Es un partido de hooligans, de los que no van al fútbol a disfrutar del fútbol, sino a dar rienda suelta a sus ansias de vandalismo.

Al Partido Popular le salió bien su estrategia de fagocitar a Ciudadanos, pero ahora tienen que apechugar con los hooligans, sus cachorros más incendiarios, que vieron las barbas de su vecino pelar y aprendieron la lección. No van a prestarse a ser la muleta leal del PP contra el diabólico sanchismo. Ellos han venido a otra cosa, a dinamitarlo todo desde dentro, y sabían que con el tema del aborto hacían pupa a su socio, que entre liberales y clericales, nunca se aclaran. La política de Vox no es la del valor y la gallardía, por mucho que les guste tachar a otros de "derechita cobarde". La marrullería, tirar la piedra y esconder la mano no es gallardía, pero esa es la bandera que agitarán durante todo este ciclo electoral.

A estas alturas del partido, y con el año que les queda por delante, los de Feijóo deben de estar nerviosos, echando de menos a los viejos amigos de Ciudadanos o incluso a los buenos de CIU con los que charlaban en catalán en la intimidad. Borja Sémper, en qué trampa mortal has venido a meterte; espero que al menos te paguen tanto como al vicepresidente de Castilla y León por no hacer nada.

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