Dominio público

Núñez Feijóo en busca de la Moncloa perdida

Jonathan Martínez

El presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, durante el acto de presentación de los candidatos del PP a capital de provincia para las elecciones municipales, a 22 de enero de 2023, en Madrid (España). -Alejandro Martínez Vélez / Europa Press
El presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, durante el acto de presentación de los candidatos del PP a capital de provincia para las elecciones municipales, a 22 de enero de 2023, en Madrid (España). -Alejandro Martínez Vélez / Europa Press

El pasado lunes, durante una comparecencia en el Oratorio de San Felipe Neri de Cádiz, Alberto Núñez Feijóo proponía reformar la ley electoral con el propósito de que en los Ayuntamientos gobierne siempre la lista más votada. Lo que parece un amaño restringido a la esfera local tiene una traducción en el ámbito autonómico y estatal. El Partido Popular ya está urdiendo una coartada para justificar el asalto a la Moncloa de la mano de la ultraderecha. No es difícil imaginar el subtexto del discurso de investidura de Feijóo en el Congreso de los Diputados: "Yo quería gobernar en solitario pero no me lo permitisteis".

Sin embargo, la vieja discordia del cómputo electoral y la repartición de escaños genera debates de mecha corta e incluso abre en el seno de la derecha algunas suspicacias razonables. Un artículo reciente del diario El País refleja el malestar de los barones del PP ante el envite de Feijóo: "Moviliza a la izquierda hablar tanto de si pactamos con Vox o no". Ya no es una sospecha sino una pertinaz evidencia: los populares pactarán con quien sea necesario con tal de hincar sus uñas en cualquier pedazo de poder que se ponga en disputa. La cuestión ahora es cómo justificarlo con agudeza o cómo disimularlo con astucia.

La ambigüedad de Juan Manuel Moreno en Andalucía ha ofrecido unos réditos envidiables. En el debate electoral celebrado en Canal Sur el pasado mes de junio, el presidente de la Junta se zafaba de la cuestión con unas dotes escapistas dignas del mismísimo Harry Houdini. A la pregunta de si pactaría con Vox, Moreno respondía que su aspiración es pactar con los ciudadanos andaluces. Reconocemos a la legua esa mueca de fingida moderación. En 2018, mientras Europa debatía sobre cordones sanitarios, Moreno no dudó un segundo en abrazar a la extrema derecha con tal de derrocar a la lista más votada.

Después del doble hundimiento de Pablo Casado en las elecciones generales de 2019, el PP ha levantado cabeza en las encuestas con un Feijóo que ya olisquea los laureles de la presidencia. En Génova nadie ignora que el PP deberá pagar a Vox alguna clase de contraprestación a cambio de llevarse al bolsillo las llaves de la Moncloa. Ya no estamos en 2018, cuando los acuerdos con la ultraderecha se vendían tan baratos que no costaban ni una triste consejería. En febrero de 2022, Santiago Abascal elevaba sus exigencias en Castilla y León: o gobierno de coalición o repetición de las elecciones.

En este contexto se comprende mejor la actitud de Ana Rosa Quintana, Federico Jiménez Losantos y otros nombres menores de la infantería mediática derechista. Los dueños de la opinión publicada han entendido la necesidad de bajarle los humos a Vox para que el proyecto de Feijóo prospere y para que una hipotética alianza de gobierno tenga un precio menor en número de ministros. Los medios de comunicación que hipervitaminaron el ideario ultra al calor del proceso catalán mantienen la misma capacidad de crear reputaciones que de destruirlas. Y están en ello.

Nos hemos creído el mito de que la izquierda vive inmersa en un permanente fratricidio mientras que la derecha resuelve sus discrepancias sin derramamientos públicos de sangre. Cabe, sin embargo, postular otra hipótesis: los medios de comunicación hegemónicos tienden a exagerar las desavenencias entre sectores de la izquierda mientras que administran con una prudencia clínica las cuchilladas que se asestan las familias derechistas. Por eso ahora conviene teatralizar las diferencias entre el PP y Vox. Para que Feijóo pueda recuperar votantes moderados sin romper sus alianzas con los líderes exaltados.

Es imposible comprender las rencillas parlamentarias sin entender primero el papel que desempeñan televisiones, radios y periódicos en esta batalla a varias bandas. Las cámaras y los micrófonos son el territorio donde se dirimen las pugnas de poder entre grupos de interés. Y la tensión es permanente. A veces cobra la forma de una Blitzkrieg o guerra relámpago y se desata una tormenta mediática que dura unos pocos días pero que mancha y distrae con extrema eficacia. Otras veces actúa una guerra de guerrillas con digitales subvencionados que infestan el debate público de noticias falsas.

Al PP le gustaría que España fuera Madrid y que Madrid fuera España para que Feijóo pudiera hacerse con unas cifras electorales desahogadas como las de Díaz Ayuso. Un PP trumpista en lo discursivo y turboliberal en lo económico, con un apoyo testimonial y casi folclórico de la extrema derecha en el parlamento. Estatuas de Millán Astray, barriadas sin luz, centros de atención primaria sin médicos, especulación inmobiliaria, guateques animados por banderas franquistas y una embajada en Bruselas para Mario Vaquerizo.

Mientras tanto, Vox amortiza la manifestación de Cibeles y hace suyo todo un repertorio de eslóganes montaraces que van más allá del inocuo #GobiernoDimisión. Ya no existe el triunvirato de Colón. En primer lugar, porque Feijóo no parece dispuesto a repetir los errores de Pablo Casado. Y en segundo lugar porque Ciudadanos ya no es más que una ruina inservible cuyo único capital simbólico son Begoña Villacís e Inés Arrimadas. Si el PP ha comprado el transfuguismo de Sergio Sayas y Carlos García Adanero, no hay motivo para que no pueda repetir la transacción con los restos del naufragio naranja.

Si Santiago Abascal considera un éxito la verbena bolsonarista del otro día en Cibeles, el guion exige que presente cuanto antes la moción de censura que anunció el pasado mes de diciembre. Fue una proclamación demasiado solemne y rodeada de demasiado boato como para echarse atrás y no sostener lo prometido. La única duda ahora es identificar a ese "candidato neutral, con experiencia de gobierno, que no milite en partido político alguno y se comprometa a convocar elecciones inmediatas". Diría que Rosa Díez y sus siete años como consejera del Gobierno vasco cumplen con creces todos los requisitos.

Que nadie vea en las peleas de la derecha un síntoma de debilidad o desgaste sino la constatación de que existe un amplio espacio político en mutación permanente. Mientras corren rumores de adelanto electoral, mientras los Ayuntamientos y las comunidades autónomas organizan el primer asalto para el mes de mayo, la derecha se rearma y extiende donde puede sus tentáculos. Todos sonríen e hincan el codo para disputarse el centro de la foto de familia. Hay hambre de poder y hay todo un pastel que repartirse.

Más Noticias