Dominio público

El circo de Olona

Miquel Ramos

Periodista. Autor de 'Antifascistas'

El circo de Olona
Macarena Olona en la entrevista con 'Lo de Évole'

El efecto de varios espejos multiplicando la imagen de la entrevistada definió bastante acertadamente al personaje, y a la extrema derecha en sí. Macarena Olona, la ex diputada de Vox, interpretó un papel que lleva tiempo ensayando y testando en redes sociales, buscando precisamente la atención que recibió el pasado domingo cuando Jordi Évole la entrevistó en su programa. Lejos de conseguir esa redención pretendida, su papel quedó atrapado entre dos posibles excusas: si sabía lo que había y lo toleró hasta que la defenestraron, esto es puro ego y venganza. Si no sabía donde estaba desde hacía años, es simplemente una ignorante. Ninguno de estos dos papeles le va bien a ningún candidato para cualquier apuesta política. Y ella sola se atrapó entre esos márgenes.

Hasta una excompañera de partido, la mallorquina Malena Contestí, que presentó su dimisión en 2019, le recordaba públicamente que entonces la llamó traidora por denunciar ‘el insulto constante (...) demagogia, homofobia y extremismos varios’. En su carta de dimisión, hecha pública, Contestí señalaba que ‘una foto con la bandera del movimiento gay es motivo de expulsión del partido’, y que la formación ‘manipula la realidad para vincular directamente el terrorismo con la inmigración’. Que criminaliza a la mujer ‘que pasa por el trauma de abortar, sin atender a sus circunstancias, dirigiéndose a la posibilidad incluso de estatalizar a los niños, o irrumpiendo en minutos de silencio con pancartas políticas’. ‘Vox no es un partido político. Vox es un "movimiento" extremista y antisistema’, remata la exdiputada. Nada de esto, sin embargo, se atrevió a explicar Olona, mucho más metida que Contestí en las entrañas del partido al que ahora renuncia.

Aunque la ultraderechista no anunció ningún proyecto político, es obvio que algo trama cuando sigue reclamando atención desde el día en que abandonó el partido en el que se popularizó. Es consciente que el espacio al que perteneció deja poco margen para un calco que compita con la marca ya consolidada que es hoy Vox, esa ultraderecha que por fin logró despegarse del partido que había atrapado todo el espectro de la derecha desde su fundación, el PP. Las múltiples siglas que trataron durante años de liderar este nicho ideológico habían sido demasiado cutres y nunca supieron superar las rencillas personales entre sus líderes ni deshacerse de la caspa y el nazifascismo que las envolvían. Tras la ofensiva reaccionaria que empezó a gestarse veinte años atrás, las múltiples plataformas, fundaciones, think tanks, medios de comunicación y chiringuitos varios que el propio PP alimentó, apoyó y trató de rentabilizar, este sector ultraderechista terminó por despegarse, orgánica y espiritualmente del partido, y empezó a trabajar para conquistar tan deseado espacio ya consolidado en otros países de Europa.


Conocer la trayectoria de las derechas españolas es fundamental para entender el presente y la reconfiguración de este espacio político, sus vaivenes, sus condicionantes y su diversidad. La ‘derechita cobarde’ señalada por Vox no es más que aquella que, una vez gobierna, no se atreve a revertir determinadas políticas aprobadas por gobiernos socialdemócratas, sobre todo en materia de igualdad: matrimonio igualitario, ley del aborto y otras tantas conquistas hechas ley que, revirtiéndolas, tendrían un alto coste político para cualquiera, incluso para quienes tratan de abanderar lo que llaman centroderecha. Esto, según el mantra ultra, es el ‘marxismo cultural’ o la ‘dictadura progre’ o de lo ‘políticamente correcto’, que ha acabado, dicen, por impregnar incluso a los derechistas. Y en esto consiste lo que llamamos batalla cultural: en tratar de derribar esos consensos en materia de derechos y presentar la regresión no solo como algo legítimo sino como un imperativo para proteger a ‘los niños’, ‘la patria’, ‘la civilización occidental’ o cualquier otro rehén que sugiera que solo ellos serán sus salvadores.

Sin embargo, no todas las ultraderechas ni todos los contextos son iguales. Entender la diversidad dentro de la ultraderecha, a pesar de sus elementos básicos compartidos, impedirá que incautos y desinformados no la identifiquen cuando les cuelen alguna de sus campañas que estimulan prejuicios transversales que atraviesan a gran parte de la sociedad, como el racismo, el machismo, la LGTBIfobia o la islamofobia. Es decir, que la ultraderecha sabe explotar estos prejuicios que muchos de los que no se identifican con la ultraderecha, también comparten.

Olona ha empezado ya a picar de otra cesta, poco explotada por Vox hasta ahora, pero ya probada e instalada en otros países de nuestro entorno. En un momento de la entrevista con Évole se atrevió a llamarse ‘feminista’, y como otras ultraderechas ya han hecho, LGTBIfriendly, esto es, partidaria de los derechos LGTBI y condenando públicamente la LGTBIfobia. Nada nuevo para quienes llevan años investigando a la ultraderecha. Lo hizo Pim Fortuyn, el líder ultraderechista neerlandés que se declaraba abiertamente homosexual, y que hace ya más de veinte años identificaba la homofobia con las personas migrantes, sobre todo musulmanas. Lo mismo que Alice Wiedel en el partido ultraderechista alemán AfD (Alternativa por Alemania), que usa su orientación sexual y su matrimonio con una mujer de origen migrante para esquivar las acusaciones de racismo cuando señala a las personas migrantes y musulmanas de todos los problemas de machismo, homofobia y seguridad en el país. Algo que también ha esgrimido Marine Le Pen, sin ser ella homosexual, pero erigiéndose como defensora de sus derechos, amenazados, según ella, por migrantes y musulmanes. Esta estrategia consiguió captar el voto de una gran parte del colectivo homosexual en 2019 en Francia, llegando a alcanzar el 22% de este colectivo, según un estudio del Instituto Francés de la Opinión Pública.

Aunque Vox tiene también algún que otro personaje que trata de explotar esta estrategia de escudo contra los viejos estigmas de la ultraderecha, es un terreno todavía poco afianzado en el partido. Esto es lo que posiblemente haya empujado a Olona a empezar por ahí su nueva identidad política, a pesar de que en la entrevista mantenía intactos la mayoría de temas y lemas que había defendido cuando fue diputada del partido verde. El asunto de la memoria histórica fue quizás uno de los más obvios, del que no supo escapar y en el que terminó por caer a pesar de sus intentos por esquivarlo. Lo mismo con la presencia de nazis en los entornos de Vox, que Macarena pareció descubrir cuando estos se le volvieron en contra, no antes, cuando desde su irrupción en la política ya empezamos a exponer a varios de estos en La Marea y en otros medios.

En resumen, el papel que interpretó Olona en el programa de Évole no coló. Ni siquiera cuando dejaba caer sospechas sobre sus cuentas, invitando a hacerlas públicas. Ella estuvo allí hasta hace nada, y siendo además abogada del Estado, debería haber informado de cualquier irregularidad. Primero a su partido, por si se les había pasado, y segundo, al Estado para el que trabaja y al que dice defender como buena mujer de ley y orden. Veremos en qué medida Macarena hace daño al partido que la popularizó, qué papel interpretará en un futuro, y qué papel jugarán esta vez los medios de comunicación ante la deriva de Vox cuando este juguete empieza ya a desgastarse

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