Dominio público

¿A quiénes dicen que representan?

Ana Pardo de Vera

Imagen del Consejo de Ministros de PSOE y Unidas Podemos, presidido por Pedro Sánchez.- EFE
Imagen del Consejo de Ministros de PSOE y Unidas Podemos, presidido por Pedro Sánchez.- EFE

Si los dos socios del Gobierno están de acuerdo en que las rebajas de penas y las excarcelaciones a violadores y agresores sexuales como consecuencia de la ley del solo sí es sí son un problema no previsto y provocan la revictimización a muchas mujeres, menores y a su entorno; si ambos aliados están conformes en que la llamada Ley de Garantía Integral de Libertad Sexual es una magnífica ley, revolucionaria contra los delitos sexuales y por la libertad de las mujeres; si PSOE y Unidas Podemos consideran que hay un cambio cultural -no solo legal- con la norma producto de la movilización feminista tras la primera sentencia contra La Manada en Navarra y que ese cambio debe ir calando como lluvia fina en una sociedad aún muy machista, como todas, desde sus cimientos; si los socios coinciden en que el consentimiento es el gran parto de la norma por cuanto coloca el foco en el presunto criminal y no en la víctima, preguntándole cuánto y cómo se resistió, entre otras lindezas de sobra conocidas ...

Si están de acuerdo en todo esto y más, ¿por qué la tensión indisimulada, los reproches durísimos entre dos socios progresistas, el intento de apropiación del movimiento feminista (¡qué osadía!), el masaje a la derecha y a la ultraderecha,...? Los partidos políticos, ninguno, tienen la hegemonía del feminismo, porque el feminismo es muchísimo más que un partido político y, por supuesto, muchísimo mejor. Como movimiento -el más potente en estos momentos-, el feminismo tiene una capacidad de movilización y cambio de los que los partidos son los instrumentos para hacer efectivas las reivindicaciones de igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres, nada más y nada menos.

Los partidos políticos feministas son servidores públicos del feminismo, de la causa de mujeres y hombres que luchan por la igualdad, de activistas que trabajan, se vuelcan y se dejan la salud y la vida luchando por ese derecho humano; están al servicio, y solo eso, de mujeres maltratadas, de hijos sin madres y madres sin hijas por crímenes machistas, mujeres prostituidas, vulnerables por culpa de una sociedad patriarcal, que ha avanzado mucho -y no por generación espontánea, sino por otras mujeres que estuvieron ahí antes-, pero a la que queda recorrido amplio y vigilancia intensiva ante la amenaza del retroceso que siempre está ahí.

Lo publiqué en un videoblog hace semanas: ustedes, los partidos del Gobierno, no tienen que explicar al movimiento feminista, a voz en grito y con reproches públicos que traspasan líneas rojas -por las que, por cierto, después es muy difícil retroceder-, cómo van a arreglar algo indeseado. Ustedes tienen que hacerlo, sin más, porque están de acuerdo en que lo es, y además, tienen que hacerlo respetando la esencia de esta ley: la víctima nunca más debe estar en el foco probatorio con la eliminación de la diferencia entre agresiones y abusos sexuales.


Este 8 de Marzo, para dar la puntilla al lamentable día anterior en el Congreso, los dos socios de Gobierno se han vuelto a montar dos cabeceras para la manifestación en Madrid. El 25-N de 2022 ya hubo peticiones de dimisión para la ministra de Igualdad, Irene Montero, por la ley trans que aún no había sido aprobada. En el momento que escribo estas líneas, tras la votación parlamentaria del 7 de marzo, prefiero no pensar en qué nos deparará la movilización en la capital, que podrán seguir en directo en Público; de momento, sabemos que antes habrá dos actos en el Gobierno: el del Ministerio de Igualdad con Montero (Unidas Podemos) y el de Moncloa con el presidente Sánchez (PSOE). Cada uno por su lado.

La agresiva división en el seno del Ejecutivo tapará todo lo bueno de una jornada que no es de los partidos, sino de las mujeres feministas, cuando queda tanto por hacer, exigir, cambiar, enseñar ... Y cuando hay también muchas cosas que celebrar; menos el acuerdo del feminismo partidista: ese parece haberse ido por el retrete de los intereses electorales cortoplacistas, como si alcanzar un pacto y ceder algo por ambas partes -responsables por igual de la ley- no fuera mejor que un Gobierno con la ultraderecha, que es a lo que nos están abocando.

Quizás los socios del Ejecutivo, enfrascados como están en sus campañas electorales -más de dos-, no recuerden cómo contaba el PP que se las gasta para echar a la izquierda del poder: dividirla, cabrear a sus votantes, promover la abstención, la frustración ... Ni siquiera les interesan sus votos, les basta con que los progresistas se queden en casa. Si los socios de Gobierno entran al trapo en el marco de la derecha (alarmismo y punitivismo); si encima lo hacen a grito pelado, tirándose los escaños a la cabeza con reproches paternalistas y acusaciones incompatibles con compartir un Consejo de Ministros ..., la (ultra)derecha puede cantar victoria. Y lo está haciendo ya, sin haber llegado a las elecciones: madrugada de fiesta machista la del 8-M. Bravo.


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