Dominio público

Pintar Covadonga en el siglo XXI

Alfredo González-Ruibal

Arqueólogo y etnoarqueólogo especializado en investigación de la arqueología del pasado contemporáneo

Estos días se ha presentado en público la última obra de Augusto Ferrer Dalmau. El tema: la batalla de Covadonga. El artista se ha convertido en un ídolo del conservadurismo y cuenta con el favor tanto de medios de derechas como de instituciones públicas: disfruta del patrocinio del Ministerio de Defensa y recientemente ha sido galardonado por el Ministerio de Cultura y Deporte con la medalla al Mérito en las Bellas Artes. El galardón hay que entenderlo por razones patrióticas, más que artísticas. Porque Ferrer Dalmau vuelve al realismo historicista del siglo XIX sin aportar nada nuevo y con una técnica bastante menos depurada que la de maestros como Antonio Gisbert o Francisco Pradilla.

Sin embargo, consigue conectar con un público amplio gracias al estilo efectista de los libros ilustrados de temática militar. Sucede algo parecido con las novelas de su amigo Pérez Reverte. En ambos casos, pescan más allá de los caladeros reaccionarios gracias a sus productos de consumo fácil y su supuesto apoliticismo -o antipoliticismo, en el caso de Reverte. Lo suyo, nos vienen a decir, trasciende las ideologías. Porque lo suyo es España.

El problema es que si uno discrepa de la calidad de las obras de Ferrer Dalmau o Pérez Reverte o pone en tela de juicio el mensaje político que transmiten, se verá acusado inmediatamente de atacar a España. Y si el arte de Ferrer Dalmau y la literatura de Pérez Reverte encarnan España, no pueden por menos que ser, además, Arte y Literatura con mayúsculas. Cualquier obra que se aleje del realismo más pedestre corre el riesgo de pasar a considerarse arte antiespañol y degenerado -arte woke.

Conviene recordar que las dictaduras del siglo XX (de izquierdas y de derechas) se caracterizaron por su amor al realismo, el clasicismo y el historicismo y su rechazo de la modernidad artística. No es sorprendente que ante una nueva crisis de la democracia liberal vuelvan a estar en auge, tanto en España como internacionalmente –en EEUU tienen a Jon McNaughton, Andy Thomas y otros "artistas" que hacen que Ferrer Dalmau parezca Velázquez.

¿Cuál es la España de Ferrer Dalmau? Como la de Pérez Reverte, una España de héroes y gestas militares. La historia convertida en cuartel. Una historia esencialmente masculina y de violencia. Por mucho que nos intenten vender que su obra es apolítica, lo cierto es que los temas que ha decidido inmortalizar coinciden con los del nacionalismo reaccionario desde fines del XIX y se solapan con los del franquismo: el Cid, la batalla de las Navas de Tolosa, las conquistas del Imperio español y, más recientemente, Covadonga. Los mismos episodios que forman parte del imaginario histórico de Vox.

El cuadro de Covadonga es particularmente preocupante. No por la historicidad de la batalla –probablemente tuvo lugar en algún momento y de alguna forma— sino por lo que significa elevada a la categoría de símbolo. Si hubiera alguna duda, el título la despeja: La primera victoria. Si es la primera victoria es porque forma parte de una serie. La serie es, naturalmente, la Reconquista. El pintor recupera un concepto desacreditado historiográficamente, pero otra vez de moda gracias a la derecha populista.

Lo hace además tomando partido por uno de los bandos: los cristianos del norte. Y toma partido por ellos porque representan la verdadera España, que es cristiana, visigoda y romana. Los musulmanes no son más que un cuerpo extraño. Aunque estuvieran en la Península ocho siglos (nueve si llegamos a la expulsión de los moriscos en 1613). Dos más que los romanos. Cinco más que los visigodos. Los mismos que aseguran –con razón—que en las sociedades latinoamericanas actuales no es posible separar lo español y lo indígena, tienen muy claro quienes son los nosotros y los otros en la historia de España.

Vuelvo a lo que comentaba al principio: el favor de las instituciones. Que Ferrer Dalmau arrase entre el público conservador y nacionalista es comprensible. Que consiga adeptos más allá, gracias a su estilo popular, también. Que las instituciones públicas ensalcen una visión reaccionaria y simplista de la historia, en cambio, no debería serlo. Lo han hecho otras veces –la Real Academia de la Historia, Roca Barea invitada por el Ejército, el documental España. Una primera globalización en la televisión pública. La historia de España que siguen manejando nuestras instituciones es esencialmente reaccionaria, nacionalista y anacrónica, esté quien esté en el gobierno. Y eso es lo que, de verdad, debería preocuparnos.

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