Dominio público

El valor de la palabra frente a la indignidad

Javier Rojo

JAVIER ROJO

05-12.jpgDecía el escritor israelí Slomo Ben Ami que ante "situaciones complicadas, soluciones imperfectas, pero soluciones". Esta máxima bien podría aplicarse a lo que está aconteciendo estos días en diversos pueblos de Euskadi, en los que alcaldes indignos que no merecen representar a un pueblo se niegan a condenar el asesinato de un vecino, a quien segaron la vida por el mero hecho de pensar de una determinada manera, o los atentados contra varias sedes de partidos. Estas actitudes indignas se han producido también gracias a formaciones políticas que con sus posiciones han hecho imposible que prosperasen varias mociones éticas para desalojar de los ayuntamientos a aquellos que son incapaces de soltarse las cadenas de la violencia.

Sabemos bien que el terrorismo persigue la destrucción de la democracia, del progreso y de la convivencia. Pero, sobre todo, sabemos que el terrorismo persigue la negación de la palabra, esto es, de aquello que nos hace fuertes, de lo que nos identifica como una sociedad democrática, tolerante, moderna y abierta. Con nuestra voz, con nuestra palabra, combatiremos siempre el miedo y la desmemoria. Haremos frente a la impunidad de los crímenes y la indignidad de quienes apoyan la violencia o de quienes quiebran la confianza del pueblo y dividen a la sociedad. La palabra, hoy más que nunca, nos ha de servir para fortalecer la unidad de los demócratas y para alcanzar acuerdos que apuntalen la convivencia.

Mientras todo esto acontece, el presidente que debiera de ser de todos los vascos, el lehendakari, sigue instalado en una apelación constante al derecho de la sociedad vasca a decidir su futuro. No alcanzo a comprender qué quiere decir con ello ya que los vascos llevamos años decidiendo sobre nuestro futuro. Sin embargo, sigue empeñado en llevar adelante su propuesta para no se sabe muy bien qué, en una perfecta escenificación de un fracaso político y de un empecinamiento personal en contra de la realidad social vasca.

No le bastó con sacar adelante su Plan en el Parlamento Vasco con el apoyo de los que respaldan la quiebra de la convivencia. Parece ser que tampoco le sirvió el "no" rotundo y sereno que le dieron las Cortes Generales y, consecuencia de esta negativa, adelantó las elecciones autonómicas y las quiso transformar en un plebiscito sobre su propuesta. Los vascos le restaron más de 140.000 votos. Pero el lehendakari, pensando que a lo mejor la sociedad vasca no le había entendido bien, volvió a presentarse con su plan debajo del brazo a los comicios municipales y forales en Euskadi. Y volvió a perder 80.000 votos. En las elecciones generales del pasado mes de marzo perdió otros 120.000 votos.

El lehendakari parece no querer escuchar lo que ya empieza a ser un clamor en la sociedad vasca: que no se puede aceptar su propuesta porque está queriendo justificar un soberanismo caduco que no tiene ningún futuro. Más aún cuando los propios nacionalistas cuestionan y devalúan el principio de soberanía para los Estados. Es un viaje hacia atrás, un viaje en el tiempo hacia otro siglo, un regreso al pasado. Una propuesta que no da solución a los problemas que tiene la sociedad. Una propuesta contra la convivencia. Ya se lo ha dicho bien claro el Presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero: "Diálogo sí, aventuras, no". Es decir, poner en valor la palabra frente a propuestas que quiebran la convivencia.

Resulta un tanto incomprensible que la política en Euskadi no se rija por los mismos parámetros por los que se rigen las relaciones personales. No se entiende el hecho de que se lleve a cabo una estrategia política que va contra el  más elemental sentido común y que busque la confrontación permanente mientras los problemas de los ciudadanos siguen sin resolverse después de casi 30 años de gobierno nacionalista en el País Vasco. Y el más grave de esos problemas, el de la convivencia, continúa vigente.

La sociedad vasca es transversal. Nuestras familias son transversales y no por ello dejamos de convivir, ni dejamos de querernos ni abdicamos de compartir un proyecto de vida. Esto que está en el día a día de la sociedad vasca y que es tan aparentemente normal se torna en una quimera en la escena política vasca, donde el valor de la palabra pierde enteros a marchas forzadas por la insistencia de situar al conjunto de la ciudadanía de Euskadi en el disparadero de los problemas internos de un partido que se muestra incapaz de conjugar modernidad y tradición en pleno Siglo XXI.

Además, este año celebraremos el trigésimo aniversario de nuestra Constitución o, lo que es lo mismo, del respeto a la pluralidad y la tolerancia desde el reconocimiento del otro. Treinta años de convivencia en torno a la palabra y a la voluntad democrática de la ciudadanía.

Se hace pues indispensable reclamar el valor de la palabra entre los representantes públicos. Debemos hacer oír una voz que sea representativa de un país que trabaje por la libertad, por la paz, por la justicia y por la democracia frente al silencio de aquellos que justifican o amparan la violencia. Es necesario favorecer la expresión mediante la palabra para alcanzar la configuración de una cultura abierta, defensora de la dignidad y de la pluralidad en la convivencia. Esta tarea es una necesidad que nos reclama la sociedad vasca para ganar el futuro.

Javier Rojo es presidente del Senado

Ilustración de Enric Jardí

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