Cuando el pasado martes Joaquín Sabina regresaba al Wizink, el público rugió y el ídolo, pese a la costumbre de escenario, no disimuló la emoción. Poco después, ya sobre el taburete, agradecía y dedicaba la actuación a una exsuegra, a Jorge Drexler y a Ana Belén y Víctor Manuel. Sonaba Peces de Ciudad, y "mentiras que ganan juicios tan sumarios que envilecen el cristal de los acuarios".
Meses antes, allá por noviembre, precisamente el cantautor asturiano afeaba al de Úbeda unas declaraciones que había pronunciado en la presentación en Madrid del documental Sintiéndolo mucho, dirigido por Fernando León de Aranoa. Si Sabina reconocía que ya no es "tan de izquierdas" porque tiene "ojos, oídos y cerebros para saber lo que está pasando", en referencia a la evolución de algunas izquierdas latinoamericanas, Víctor Manuel le reprochaba: "No me gusta que generaliza cuando habla de la izquierda latinoamericana y mete en el mismo saco a Daniel Ortega y Lula da Silva. No son comparables".
Quizás lo que más molestó a buena parte de su público fue lo de "ya no soy tan de izquierdas", no tanto la referencia al otro lado del Atlántico. Pero Sabina hace ya que no es el referente político que fue, hoy es otras muchas cosas. Ya no se pierde por los subterfugios de las discusiones cainitas de la izquierda, ni caricaturiza a la derecha en sus sonetos, ni cierra listas de IU en Úbeda, ni se presta para actuar en festivales solidarios en favor de causas justas, ni se preocupa si ha de cantar en Israel pese a la campaña BDS por los derechos del pueblo palestino, ni parecen incordiarle "esas chungas movidas de croatas y serbios"...
Sabina, ni en el Wizink, ni siquiera a pocos días de unas elecciones autonómicas y municipales también madrileñas, hizo el mínimo conato de revolución, ni lanzó un dardo verbal a los que mandan en la zona, ni una sola crítica, ni nada por el estilo, a la ínclita presidenta y musa de las derechas (sí, también latinoamericanas y también golpistas) Isabel Díaz Ayuso, ni a su fiel (ahora fiel, antes infiel) escudero en el Palacio de Cibeles, José Luis Martínez Almeida. Ese alcalde que hace tres años la tomaba con el poeta Miguel Hernández e hizo eliminar sus versos del memorial de la Almudena; quien confesó "no haber leído ningún libro de Almudena Grandes" y se negaba a que la escritora fuera hija predilecta de Madrid.
Sabina se levantó del taburete en muy pocas ocasiones... Al final del concierto, cuando la apoteosis, cuando se puso "a buscar tu cara entre la gente", cuando se ofrecía como consejero en Pastillas para no soñar: "Si lo que quieres es vivir cien años, no vivas como vivo yo". También a mitad del show, para retirarse a tomar aire y ceder un trío de canciones a sus compañeros de escenario (Yo quiero ser una chica Almodóvar, cantada por Mara Barros; La canción más hermosa del mundo, por Antonio García de Diego; o El caso de la rubia platino, por Jaime Asúa).
Las 15.ooo voces que coreaban los estribillos no hablaron de política el martes, pese a la campaña electoral. Lo hicieron de desamor, de la noche y de la gente "que pierde la calma con la cocaína". Juan Soto Ivars se atrevió a diagnosticar, al día siguiente, que "Madrid no es Ayuso, sino el público de un concierto de Sabina". No sé yo, si hoy el día el público de Sabina es una mayoría absoluta de los reaccionarios, pese a que ya no sea tan de izquierdas. Por eso, el domingo, quizás...
Sabina, hace años, se definía como "un anarquista que nunca cruza un semáforo en rojo", pero ya no se recrea en el pasado, pues "al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver". Esta frase, por cierto, también de Peces, es la que la propia Ayuso reivindicó en aquella conferencia en la Universidad Computense, cuando a principios de año fue nombrada Alumna Ilustre. Entonces, los estudiantes protestaron en las inmediaciones de la Facultad de Ciencias de la Información y ella cargó contra el movimiento estudiantil, como también ha hecho contra el asociacionismo vecinal, contra los médicos, los maestros, los ecologistas y todo aquello que huela a comunidad pero no sea, precisamente, la propia Comunidad de Madrid o sus tentáculos subvencionados.
Sabina no dudó en cantar La Magdalena, una de sus obras de talla más hermosa ("dueña de un corazón tan cinco estrellas que, hasta el hijo de un dios, una vez que la vio, se fue con ella") y, a la vez, más controvertida. Un reconocimiento a la prostitución y a las prostitutas y, en los tiempos que corren, entonarla es también una provocación. Pero no se abrió el debate en la calle Goya, al acabar el concierto, sobre abolición o regulacionismo. Provocar es una de las cualidades de este jienense que si con algo no comulgó nunca fue con lo políticamente correcto.
"Cuando la muerte venga a visitarme, no me lleven al sur donde nací, aquí he vivido, aquí quiero quedarme". No cantó el himno este martes en el Wizink, pero sí que hizo un guiño a la felicidad que le suponía volver al recinto del que la última vez salió "con los dedos del Serrat entrelazados" en ambulancia, rumbo al hospital, tras dar con los piños en el suelo, tras pensar que el escenario seguía donde solo había aire, Pongamos que hablo de Madrid.
Ay Madrid, Madrid, Madrid, "con sus guantes de seda", que el domingo vuele lejos la "nube negra" y nos veamos "al otro lado de los apagones, al otro lado de la luna en quiebra".
Hoy, jornada de reflexión, sus canciones no acaban de marchar, ni de dar "un portazo como un signo de interrogación". Hacen "tanto ruido que, al final, ruido de amenazas" y no me deja reflexionar tranquilo. Las melodías que estaban casi olvidadas retornan con fuerza desde "el bulevar de los sueños rotos".
Y aunque Sabina ya no sea ya "tan de izquierdas", ni aquel referente político que llegó a ser para mucha gente, que se levante del taburete una vez más para ir a votar, que no se caiga al foso y llegue a la urna. Venga, a votar. "Que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde no valga la pena". Que no pasen ya los nacionales, que no rapen a la señá Cibeles.
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