Dominio público

Qué sucede en Kosovo o cuando la geopolítica cambia las alianzas

Ruth Ferrero-Turrión

Qué sucede en Kosovo o cuando la geopolítica cambia las alianzas
Soldados de la la fuerza de la paz de la OTAN en la localidad kosovar de Leposavic. - EFE/EPA/GEORGI LICOVSKI

Durante la última semana se ha incrementado la tensión en el norte de Kosovo. La situación en la región venía deteriorándose desde hace meses. La crisis de las matrículas en agosto del año pasado fue uno de los episodios más recientes de los distintos tiras y aflojas entre albanokosovares y serbokosovares, un episodio que se prolongaría en el tiempo hasta fin de año.

No sería hasta el mes de marzo cuando desde Bruselas, en sus tareas de mediación, dentro del marco del diálogo Pristina-Belgrado, consiguió sentar en la mesa de negociación a ambas partes con el fin de estudiar el plan franco-alemán con el que se pretendía desatascar el proceso de normalización, un proceso que lleva en construcción ya demasiado tiempo y en el que la UE no consigue avanzar de manera sustantiva. Los avances alcanzados en el Acuerdo de Bruselas de 2013 se habían quedado estancados. Uno de los principales objetivos del Alto Representante, Josep Borrell, era el de avanzar en la negociación y eventualmente poner fin a una situación que lleva bloqueada muchos más años de lo deseable. Sin embargo, esta voluntad política no fue suficiente hasta que llegó la guerra a la frontera oriental de la UE.

Así, la cambiante situación geopolítica, la vuelta de los tanques y la muerte al continente abría paradójicamente una ventana de oportunidad para volver a intentar avanzar en el camino de la normalización entre Kosovo y Serbia en un contexto en el que se rescataba una política de ampliación para volver a utilizarla como herramienta de transformación, de cambio, pero, sobre todo, como instrumento geopolítico frente a la agresión rusa.

En este marco se ofreció la candidatura a Moldavia y a Ucrania, y en ese mismo marco se concedió el estatus de país candidato a Bosnia-Herzegovina tras más de ocho años de espera. Y es, de nuevo, en ese contexto donde Bruselas ha querido intentar desatascar una situación que a la luz de los acontecimientos se hace cada vez más insostenible. El plan franco-alemán con el que se ha trabajado con ambas partes durante estos meses y que arrojó algo de luz a final de marzo buscaba precisamente esto: avanzar hacia un nuevo contexto regional. Con este plan se pretendían alcanzar tres objetivos: el de ser una herramienta de construcción de paz, estabilizar la región y, por supuesto, mejorar la percepción de la UE en la región.

Parece muy claro que no sólo no se han alcanzado ninguno de estos objetivos, sino que la situación se ha agravado hasta extremos que hace tiempo que no se veían en la región. De hecho, es la primera vez que las tropas de KFOR han intervenido en los enfrentamientos entre las partes.

Más allá de las causas puntuales que han provocado la escalada de violencia en este momento -como son la renuencia de Vucic a firmar el acuerdo en marzo, o la imprudencia de Kurti al intentar que los alcaldes tomaran posesión en unas mas que cuestionables elecciones locales celebradas en el mes de abril que contaron con el boicot de la población serbia- es fundamental ser conscientes de cómo estas tensiones son utilizadas por los actores políticos locales para fortalecer su imagen frente a sus opiniones públicas respectivas.

Durante las últimas semanas, a raíz de la matanza llevada a cabo por un niño de 13 años en una escuela en la que murieron 17 personas, las movilizaciones ciudadanas no han dejado de sucederse. Movilizaciones que tenían por objeto denunciar la ausencia de medidas sustantivas para frenar la violencia, pero que se tornaron rápidamente en una crítica explícita al actual Gobierno de Alexander Vucic. Estas manifestaciones han sido de tal magnitud que el Gobierno del impasible Vucic se ha puesto nervioso. Y todo aquel que siga la actualidad serbia sabrá que cuando sus líderes se ponen nerviosos, sale inmediatamente Kosovo a la arena política.

Por su parte, Kurti, líder y fundador del partido Vetëvendosje (Autodeterminación), siempre ha dejado muy claras cuáles eran sus intenciones: en el plano nacional el reconocimiento de Kosovo y eventualmente, incluso, su unión con Albania; en el plano democrático, la lucha contra la corrupción (hay quien le llama el Robespierre de Kosovo). Pero, sobre todo, si por algo se ha caracterizado ha sido por su elevada coherencia política, algo poco frecuente en la escena política regional. De hecho, es precisamente esta coherencia y firmeza en sus decisiones la que está haciendo que los aliados (e impulsores de la estatalidad) de Kosovo observen desconcertados cómo, por vez primera, un líder albanokosovar no se ciñe a sus designios.

Y así, la forma de hacer política de Kurti, junto con los juegos de ambigüedad a los que nos tiene acostumbrados Vucic, confluyen en un contexto geopolítico en el que las grandes potencias lo último que quieren es que se genere un nuevo foco de tensión en los Balcanes. Y la forma de evitarlo es tan sencilla como pragmática. Pese a lo que pudiera parecer, desde hace tiempo, pero especialmente desde el comienzo de la guerra en Ucrania, las relaciones entre Serbia y la OTAN se han reforzado, las maniobras conjuntas son cada vez más frecuentes.

De hecho, ha sido Belgrado y no Pristina el que durante los últimos meses ha apelado a la OTAN como salvaguarda de la seguridad en la región. Occidente además es muy consciente de que para evitar movimientos extraños en Serbia es imprescindible mantener tranquila a una población susceptible de ser llamada por cantos de sirena paneslavos procedentes de Moscú.

Por su parte, las actuales autoridades albanokosovares, hartas de los juegos de Vucic, hace ya tiempo que decidieron actuar en los mismos términos que los serbios. Lejos de ceder en sus reivindicaciones, han aprovechado la situación actual para presentar su candidatura a la UE, dejando la pelota en el tejado de la UE y utilizando los resquicios legales que le permite la actual situación para tensar un poco más la cuerda. El problema, con el que quizás no contaban, era que en esta ocasión EEUU no iba a estar de su lado.

Así las cosas, son varias las conclusiones que se pueden extraer de este nuevo episodio. La primera, que lo que sucede en estos momentos en Kosovo no se puede analizar sin tener una visión de conjunto que incorpore a Ucrania. Los actores locales aprovechan la situación de incertidumbre para tensar una cuerda que casi ya no aguanta. La segunda, que la estrategia seguida por la UE está fracasando estrepitosamente. En general, pero especialmente durante los últimos meses y con la idea de no alterar al avispero, sólo se ha empleado la zanahoria y no el palo como elemento de mediación.

Con ello se ha reforzado una fórmula que prima la estabilidad y la seguridad frente a condicionalidad democrática y que claramente no ha funcionado en ninguno de los países donde se ha utilizado. La ilusión de que la UE tenía capacidad de mediación en los conflictos, de nuevo, se desvanece. Y la tercera, que la UE está jugando con la hipótesis de que el proceso de ampliación y su subsecuente proceso europeizador puede resolver casi cualquier problema. De ahí la reactivación de la política de ampliación que vemos estos días en la reunión de la Comunidad Política Europea en Chisinau.

Y, sin embargo, si simplemente se observan algunos ejemplos no tan lejanos de algunos Estados miembros -Hungría, Polonia o el propio Chipre- o de algunos que esperan desde hace años su ansiada incorporación -Bosnia o Serbia-, veremos que lejos de avanzar en los términos marcados por el artículo 2 del Tratado de la Unión, se retrocede cada vez más deprisa. Entrar en la UE ya no es garantía de nada, ni tan siguiera de estabilidad.

Más Noticias