Dominio público

Contra la Unidad

Santiago Alba Rico

Escritor, filósofo y ensayista

Contra la Unidad

No me resulta fácil escribir estas líneas y quisiera alejar de ellas cualquier coloración emocional, pero creo que hay que analizar la situación actual en el más corto plazo, donde se juega la renovación improbable del Gobierno de coalición y donde Podemos resulta ya un activo muy dudoso; pero también a medio plazo, donde Podemos se convierte, a mi juicio, en el obstáculo mayor para la renovación de un proyecto progresista mínimamente saludable dirigido a las mayorías sociales. En 2017, tras Vistalegre II, escribí que Podemos era un cadáver que, como los de los griegos en las Termópilas, podía servir, en todo caso, para frenar la irrupción de los persas. Muchos le votamos entonces por ese motivo. Como sabemos, no solo no sirvió para eso sino que de algún modo sus errores franquearon en 2019 la entrada de los persas de Vox en el Parlamento. Hoy es más que nunca un cadáver, pero un cadáver que cierra el paso no a los bárbaros, ya asentados con sus hachas en el sentido común de los españoles, sino a los restos semivivos de esa izquierda transformadora que debe intentar reconstruir en el futuro la hegemonía perdida en estos años.

Tanto el reciente batacazo electoral como las encuestas de valoración de sus líderes, revelan un hecho incontestable: el apoyo a Podemos mengua irreversiblemente en medio de un creciente y acérrimo rechazo general. La marca está dañada para siempre y solo puede hacer daño a quien se aproxime a ella. No tiene futuro. Ya nunca será capaz de interpelar a una mayoría social que, injustamente o no, siente un odio irracional hacia Iglesias y Montero; y nunca será capaz de liderar a una izquierda que contempla con indiferencia, cuando no con alegría, su descomposición. El papel de algunos medios sin escrúpulos ha alimentado sin duda la alergia social a la formación morada, pero ni las deserciones constantes ni el distanciamiento del electorado de izquierdas pueden atribuirse a ninguna clase de manipulación mediática. Los líderes de Podemos han hecho todo lo que ha estado en su mano para movilizar a la derecha con sus alertas antifascistas y se han malquistado con las izquierdas convirtiendo en enemigos a cualesquiera que no pensara como ellos. Su victimismo, su soberbia, su actitud regañona; su sectarismo creciente en pugnas bizantinas que la gente normal no comprende; los disparos indiscriminados -desde posiciones de gobierno- contra periodistas, jueces y tuiteros; su defensa dinamitera de leyes que había que saber explicar a las mayorías -por no hablar de su falta de autocrítica- han convertido a Podemos, en fin, en un comodín de Vox y del PP y en una molestia para la izquierda. No se pueden ignorar estos hechos a la hora de abordar la cacareada Unidad; ni seguir invocándola, a modo de un fetiche, una porra y un instrumento de chantaje como si el domingo 28 de mayo no hubiese ocurrido nada en nuestro país.

Lo diré con franqueza: cada día me interesa menos la política, pero cada día me importa más. Este desajuste, que nos reúne a muchos españoles en un desencanto activo, me pone en un aprieto lacerante. Me interesan la literatura, la historia, el cine, mis amigos, mis hijos, la salud de mi suegra, los árboles de mi pueblo, pero todas estas cosas no están sueltas, flotantes, en un mar de almíbar. Me importa la política precisamente porque me interesan estas cosas; y porque una mala política me puede arrebatar su existencia misma o el tiempo necesario para acercarme a ellas. Me importa mucho, pues, el resultado electoral del próximo 23 de julio.

¿Está todo perdido? No. ¿Es probable que gobiernen PP y VOX, inaugurando así no un "cambio de ciclo" sino un "cambio de país"? Sí. Por eso -añado con la misma franqueza- me da miedo una Unidad mal hecha que consista en atar cadáveres en una cuerda de presos malavenidos. Es verdad que, en un marco de confrontación sin poros en el que tan difícil es conservar los propios votos como conquistar votos nuevos más allá del propio porciúnculo ideológico, la izquierda tiene contados sus sufragios y los necesitará todos para una incierta victoria agónica. El PSOE necesita a Sumar para gobernar, pero no para sobrevivir. Podemos necesita a Sumar para sobrevivir. Sumar, por su parte, necesita al PSOE para gobernar, pero le sobra Podemos, me temo, en términos de supervivencia. Todos los cálculos que se hacen, muy mecánicos y finalmente conjeturales, ignoran los efectos sobre el potencial electorado de izquierdas de una Unidad demasiado "ambiciosa" que incluya a un Podemos en caída libre, incapaz de hacer concesiones y reprobado, a derecha e izquierdas, por la mayoría social. Es incierto que, después del 28M, Podemos pueda realmente sumar los votos que hacen falta; es más verosímil que contribuya más bien a frenar apoyos e incorporaciones aún inseguras.

Así que, después de muchas y dolorosas reflexiones, con un poco de miedo y sin ninguna certeza, me atrevería a afirmar que, si en cualquier caso será difícil renovar el Gobierno de coalición, en compañía de este Podemos será imposible.

Veamos. Más allá de su guardia pretoriana tuitera, cuyo tono legionario es en todo parecido al de los mamporreros de Vox, el problema de Podemos es una dirigencia que, maltratada por los medios y engolosinada en sus propios errores, se ha vuelto tóxica para cualquier proyecto ganador. Lo ideal no ocurrirá. Pero lo ideal, en estas adversas condiciones reales, sería -digámoslo claramente- que Montero, Belarra, Echenique, siguieran el camino que les ha señalado Garzón, a quien saludo con respeto desde aquí, e Iglesias hiciera un voto de disciplina, mediático y subterráneo, hasta después del 23J; y que todos ellos pidieran el voto para Sumar. Deben comprender que su tiempo ha pasado, que -cualesquiera sean las injusticias que han sufrido- se han convertido en gasolina para la derecha (a la que sinceramente combaten) y en fuego para la izquierda (que sinceramente defienden); y que una militancia responsable y generosa demanda a veces una retirada humilde y sin condiciones. En cuanto a los muchos cuadros sensatos y los miles de militantes que están deseando integrarse en Sumar, se les debe facilitar su incorporación como un activo indispensable para el despegue del tan titubeante como esperanzador "tinglado" de Yolanda Díaz. Me temo que las cosas están así: sin Podemos quizás no se puede ganar; pero con Podemos solo se puede perder. Me temo, sí, que las elecciones se pueden perder con independencia de la Unidad cadavérica que se pretende; pero que no se pueden ganar con ella. Ahora bien, si finalmente se pierden, la única posibilidad de renovación de la izquierda, en los duros años que en ese caso se avecinarían, pasa por evitar que Sumar sea una prolongación de Podemos o esté preñada de los discursos y conflictos que la dirigencia morada inocularía en su interior. La esperanza de Sumar es inseparable de su "vacío"; y no puede por eso llenarse de nuevo de Podemos. La esperanza de Sumar es inseparable de su "novedad" relativa; y no puede por eso empezar desde el principio con un pasado que no es el suyo y que la mayor parte de los españoles rechaza.

Esto sería lo mejor -lo he dicho- pero conviene hacerse pocas ilusiones. Podemos no tendrá el coraje de estar a la altura de la misión histórica para la que nació; es decir, la de disolverse en cualquier fuerza que pueda hacer mejor su trabajo. Menos bueno que la jubilación militante, pero menos malo que la Unidad a golpes, sería que Podemos y Sumar se presentasen por separado después de desearse amigablemente suerte. No sé hasta qué punto se reducirían de ese modo las posibilidades de renovación del Gobierno de coalición, pero Yolanda podría concurrir a las elecciones con libertad, midiendo así el apoyo real con el que cuenta; y Podemos, por su parte, podría chocar sin freno contra sus propios límites electorales. La ventaja mayor, en todo caso, sería la de evitar una campaña imposible en la que las asperezas, las diferencias, las discordancias, saldrían inevitablemente a la luz. La Unidad es más o menos fácil de acordar en un despacho; mucho más difícil es disciplinarse en una campaña larguísima en la que cada fuerza va a tratar de imponer su tono y su discurso. De todos los partidos que compondrían Sumar, el único que no converge en un mismo horizonte temperamental es sin duda Podemos, cuya épica antifascista perjudicaría, a mi juicio, el éxito electoral. Otra ventaja adicional sería la de que, si se consumase la derrota, Sumar podría intentar organizarse internamente de manera republicana y seguir su camino sin lastres ni deudas ni rencores.

Las dos primeras opciones, de resultado incierto, protegerían, en cualquier caso, la oportunidad de un nuevo comienzo. Como las presiones son muchas, los fetiches muy poderosos y el tiempo apremia, me preocupa que finalmente se llegue a algún tipo de Unidad fetichista y chapucera entre Podemos y Sumar. En este caso, a mi juicio indeseable, se trataría de amortiguar los daños con un acuerdo en el que -como decía en un reciente tuit Raimundo Viñas- se aceptara el 28M como una especie de "primarias" cuyos resultados reflejarían la relación de fuerzas entre los distintos partidos; un acuerdo en el que -sugiero ahora yo- se redujera la visibilidad en campaña de la dirigencia podemita y muy especialmente la de Pablo Iglesias, idolatrado por 10.000 hooligans y odiado por millones de ciudadanos; y en el que se abriera paso a candidaturas de independientes no vinculados a nuestra izquierda angosta y pugilística. Si, a pesar de todo, se siguiese adelante con esta Unidad a palos, yo votaría a esa Cosa con la nariz tapada, pero conozco a mucha gente que no lo haría. Votaría incluso a cualquier Cosa que finalmente se bricoleara a toda prisa en los despachos (pues me horroriza el nuevo país que llama a las puertas del Parlamento) pero con ello -no lo ignoremos- se perderán votos que salvarán al PSOE o que irán a la abstención y se infectará de entrada, y quizás sin remedio, el impulso de un Sumar abierto, republicano, plural y federal, como alternativa de futuro para una izquierda magullada y en retroceso. Porque de eso se trata. Sumar, más allá de las elecciones (que hay que intentar ganar), es una oportunidad, la única que hoy tenemos, de un nuevo comienzo que, recogiendo las luchas y logros de estos años, se dirija a una potencial mayoría social sin sus errores y desatinos y en medio de un vendaval de persas enardecidos.

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