Dominio público

La democracia pachucha

Nere Basabe

Profesora de Historia del pensamiento político en la Universidad Autónoma de Madrid

La democracia pachucha
Imagen de Leonhard Niederwimmer en Pixabay

Ciudadanos regala todo su merchandising propagandístico tras la debacle electoral: palas de playa, neveras portátiles y hasta manguitos para que los más pequeños aprendan a nadar sostenidos por el naranja ultraliberal. Siempre me he preguntado por el propósito de todas esas cacharrerías promocionales (carteles, chapas, bolígrafos, globos) en las que invierten nuestros partidos políticos; incluso yo tengo en mi portalápices un bolígrafo de Vox que no sé cómo demonios llegó ahí, y nunca me he planteado votarlos.

El coste en constante aumento de las campañas electorales es en buena parte responsable, desde finales del siglo XX y no solo en España sino en el resto de Europa, de la corrupción política. Cada vez más caras y cada vez más frecuentes, nunca he entendido, personalmente, para qué sirven: me basta y me sobra con haberlos visto actuar durante los cuatro años anteriores. Me bastaría, todo lo más, con algún debate televisado que enfrente a los candidatos y con echar un vistazo a los programas, esos que prácticamente nadie se lee y casi nunca se cumplen. Y sin embargo, vivimos en perpetua campaña electoral, y lo que antes era una frase figurada, actualmente es un hecho incontestable.

La pertinaz campaña, estratégica y cortoplacista por su propia naturaleza, incide en la degeneración del propio debate político. Ya he dicho que nunca les he tenido demasiada fe, pero esta última ha sido sin lugar a duda la peor y de mayor bajeza que he vivido hasta ahora, y no me hace albergar grandes esperanzas en la nueva que se nos viene encima. Seguramente algunos candidatos y candidatas sí hayan hablado de los problemas de los ciudadanos y de sus propuestas para hacerles frente, pero eso no interesa a los medios de comunicación, empeñados como están en amplificar el disparate, la salida de tono y el morbo autorreferencial: un debate político que no apela a la ciudadanía, sino a los problemas internos de las organizaciones políticas. La política, en fin, reducida a un spin-off de Sálvame.

Así las cosas, el Partido Popular madrileño ha obtenido la mayoría absoluta hablando de una extinta ETA, cuestionando la legalidad del proceso electoral en los últimos días por si las cosas no les salían como ellos querían y sin más propuesta que, quien tenga balcón, ponga una maceta como medida inútil para paliar el cambio climático. Si hubiesen presentado como candidata a la maceta, supongo que el resultado no habría variado mucho. Y tal vez hasta gestionaría mejor una de las regiones más ricas y que menos invierte en la sanidad y la educación de sus ciudadanos.

Si los madrileños han votado masivamente a favor del desmantelamiento de los servicios públicos y las calles sucias, los andaluces han votado contra la supervivencia del parque natural de Doñana. Las generaciones anteriores se deslomaban por dar a sus hijos un buen futuro, pero las de ahora parecen decirse que, para lo que me queda en el convento, me cago dentro. La oleada azul que cubre hoy el mapa nacional, por lo demás, no puede tener otra razón de ser que el tirón del flamante Feijóo: un líder de la oposición que no sabe de casi nada y se equivoca cada vez que abre la boca, pero que entre lapsus y gazapos ha enamorado al público con su verbo ininteligible, igual que hicieron antes Rajoy o Chiquito de la Calzada. Porque tú eres de Badajoz y a mucha honra, pero te llega este tío clamando que cómo le gusta venir a Andalucía y te entran unas ganas locas (sobre todo, locas) de votarle. De su proyecto de país si gana las inminentes generales nada sabemos, salvo que quiere "derrocar al sanchismo", sea lo que sea eso. Su partido lleva cuatro años ya incumpliendo el mandato constitucional de la renovación del órgano de gobierno del tercer poder del Estado, el judicial, pero a nadie parece importarle. También repite machaconamente aquello de que gobierne la lista más votada, salvo si la lista más votada en Vitoria-Gazteiz es la de EH Bildu, que entonces ahí ya no le vale su propia máxima: estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros.

En Marbella, la alcaldesa popular Ángeles Muñoz, investigada por vínculos con el narcotráfico, un patrimonio inmobiliario improbablemente pagado con los rendimientos de su trabajo y empadronada, no en ninguna de sus villas de lujo, sino en un local de un centro comercial, ha obtenido la mayoría absoluta. En Ourense, y pese a los escandalosos audios de su alcalde Jácome reconociendo su propia corrupción, revalida la victoria para seguir siendo el sostén del también corrupto PP de Baltar.

No solo en el Partido Popular pintan bastos: en la localidad granadina de Maracena, la alcaldesa socialista repite victoria, a pesar de que pocos días antes se hiciese público el sumario que la implica en el secuestro de una compañera del Ayuntamiento y del partido, novio desequilibrado mediante. Pensé que la carrera a la alcaldía barcelonesa de Xabier Trias estaba acabada en el mismo momento en que profirió, con una ignorancia de la realidad social de sus conciudadanos rayana en el desprecio, aquello de que con tres mil euros no se llega a fin de mes, pero ahí lo tienen victorioso. Y en la nave socialista resisten solo dos grandes mástiles: García-Page, con sus chanzas machistas sobre sus propios hijos (qué orgullo de hija empollona e hijo pichabrava), y el despilfarro de la meganavidad no apta para epilépticos de Abel Caballero en Vigo.

En cuanto a Vox, que triplica presencia en las instituciones locales y autonómicas, ni tan siquiera merece la pena detenerse en las casuísticas particulares, que si candidatos triunfales con pasado militante en Fuerza Nueva y condenados por violencia machista, o el sinfín de Garcías-Gallardos con los que tendremos que lidiar a partir de ahora. Me limito a dos anécdotas ejemplares: en la localidad madrileña de Parla, con una concejala por Vox, tercera en la lista y encarcelada ahora por narcotráfico, el partido ultra revalida sus tres concejales y sube en número de votos; y en Encinarejo, provincia de Córdoba, un tal Francisco Franco (le venía de cuna, o hay padres que merecen palos) se ha hecho con la primera alcaldía de Vox en la provincia. Paco Franco ya lo había intentado antes presentándose por el PSOE, el Partido Andalucista y el PP, pero solo la ultraderecha ha sido capaz de otorgarle el bastón de mando. Ese vaivén de siglas en su carrera política no solo apunta a cierta confusión de ideales o carencia de principios; todos estos casos extienden la sospecha, más allá de lo ideológico y muy a mi pesar, hacia los propios valores cívicos de aquellos que los votan.

Como científica de lo social, me veo en la obligación de tratar de analizar y comprender este fenómeno sombrío; como ciudadana ética, se me antoja una tarea llena de obstáculos. El código deontológico del buen historiador me impide buscar semejanzas en el pasado y menos aún extraer vaticinios de posibles paralelismos, por mucho que Marx, parafraseando a Hegel, dijese aquello de que la historia se repite dos veces, la primera como tragedia y la segunda como farsa. El gran teórico de la democracia moderna Alexis de Tocqueville ya nos advirtió de que la democracia, antes que un sistema representativo de gobierno, era un "estado social" en el que los ciudadanos, más allá de sus diferencias de cuna, sexo o rentas, se perciben como radicalmente iguales en sus relaciones cotidianas. Y para que esa igualdad no arrasase con la libertad, el pensador liberal francés creyó hallar la clave en una sociedad civil robusta y organizada.

Nuestra cultura política democrática siempre ha sido flojita, porque cuarenta años de desmovilización forzada no pasan en balde. Hace poco me crucé con un certificado de buena conducta, fechado en el "III Año Triunfal" de la Cruzada nacional y firmado por un alto mando militar, en el que se afirmaba que Don Fulano "ha sido siempre de una conducta moral intachable, apolítico, persona de orden y de derechas". Solo que los resultados de las sucesivas Encuestas Europeas de Valores vienen señalando desde hace tiempo cierta "anomalía" de nuestras derechas (especialmente en la capital, como explicaba Ignacio Sánchez Cuenca en otro periódico tachándolo de "derecha macarra", y en contraste con los conservadores de otras regiones): materialistas, desconfiados de la gente, reacios a pagar impuestos, a la igualdad o a la lucha contra el cambio climático, que no ven con malos ojos defraudar a Hacienda siempre que se pueda y dispuestos a abandonar a toda prisa el "lugar del crimen" si han dañado a un vehículo estacionado sin informar del hecho ni dejar sus datos.

Uno de cada tres jóvenes españoles aspira a ser influencer (datos de Fundación FAD Juventud y, a nivel global, Remitly), frente a la tónica generalizada en el resto del mundo por ser pilotos, abogados (Francia) o profesores (Alemania). La última evaluación nacional de comprensión lectora en niños y niñas de 4º de primaria (Informe internacional PIRLS) realizada en 57 países, apunta en el nuestro a un importante retroceso, particularmente en Madrid, Catalunya, Castilla y León o Andalucía. El voto de los menores de 24 años vira sustantivamente a la derecha, especialmente a Vox (datos del CIS). De forma paralela, su salud mental empeora, crece el bullying y los intentos autolíticos en menores. Este es el resultado del ejemplo social que les damos, el futuro que entre todos nos estamos construyendo.

La "excepción ibérica", no obstante, no es extrapolable más allá de la factura energética. Spain is not so different, y nadamos en las aguas turbulentas de un fenómeno global: si a finales del siglo XX, tras la caída del muro de Berlín y la URSS, la oleada democratizadora se extendió por el mundo, el siglo XXI rueda por la pendiente inversa, la del "autoritarismo posdemocrático" del que hablan los especialistas: menos de una quinta parte de la población mundial vive ahora bajo regímenes democráticos. Tocqueville, y con él otros muchos pensadores del siglo XIX, creyeron ver en América el futuro. Y en ese futuro geográfico ya hemos visto el trumpismo o el bolsonarismo, o los datos del Latinobarómetro, que muestran que la insatisfacción con la democracia en el subcontinente ha pasado en una década del 51% al 71%, y solo aumenta la valoración positiva de las instituciones militares y religiosas.

Proliferan así los estudios de título fúnebre: La democracia asediada (Mauricio Rojas), La democracia bajo asedio (Freedom House) o la "Democracia diabética" (Joaquín Estefanía); la ganadora del Premio Pulitzer y especialista en la Europa del Este Anne Applebaum publicó recientemente El ocaso de la democracia, donde alerta del auge de los autoritarismos de mensajes simples y ultranacionalistas, aupados por todo tipo de teorías de la conspiración y la connivencia de los medios. El politólogo británico David Runciman publicaba poco antes Así termina la democracia, donde rastrea los posibles horizontes políticos de Occidente a la luz de las señales y amenazas que nos acechan, y ante lo que plantea cinco posibles alternativas posdemocráticas: el autoritarismo pragmático, el Estado Corporación (si en el fondo mandan Elon Musk o Florentino Pérez, al menos que rindan cuentas ante la ciudadanía), una Epistocracia de tecnócratas, una Robotcracia controlada por la Inteligencia Artificial o un nuevo estado de anarquía.

Como en el chiste, tal vez nos veamos pronto en la tesitura de elegir entre susto o muerte. En el periodo de 1996 a 2011, tuvimos cinco elecciones generales en 15 años; en el que va de 2015 a 2023, han sido cinco en solo 7 años. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Italia ostenta el récord de un cambio de gobierno cada año y medio como promedio, para acabar embarrancando en el triunvirato Meloni-Salvini-Berlusconi de nuestros días: si Mussolini fue la tragedia, estos sin duda deben de ser la farsa. Que no sea también nuestro destino, y para ello debemos recordar que la llamada al orden es históricamente tan poderosa o más que la voluntad de cambio. Mientras, volvamos a llenar todo de coloridos globos electorales, para que la fiesta no pare. Ya veremos cómo lidiamos luego con la resaca.

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