Dominio público

La política de las emociones

Alana Portero

La ministra de Igualdad, Irene Montero, durante una sesión plenaria en el Congreso de los Diputados. EUROPA PRESS/Fernando Sánchez
La ministra de Igualdad, Irene Montero, durante una sesión plenaria en el Congreso de los Diputados. EUROPA PRESS/Fernando Sánchez

Se puede ir a votar con tristeza y el resultado no cambiaría, sea más o menos cercano a nuestros intereses o necesidades. A nadie que conozca la trayectoria de esta columnista le sorprenderá que escriba unas líneas movida por la decepción que provoca ver cómo un proyecto político feminista, el del presente Ministerio de Igualdad, con Irene Montero a la cabeza, que ha puesto tanto sobre la mesa, en la calle y en nuestras vidas, ha sido barrido del futuro debido a una serie de cálculos mal hechos y peor comunicados. Además de la injusticia que supone tal barrido político, la forma de hacerlo público, sin un agradecimiento, aunque sea falso, es descorazonadora, poco feminista y tiene bastante de colaboracionismo con las mismas fuerzas que no dudarán en aplicar la peor mano dura contra quienes hoy se piensan a salvo de la reacción.

La labor de Igualdad se ha quedado a medias y hacía falta al menos otra legislatura para dibujar mejores contornos a leyes que han quedado difusas. También para la crítica, personalmente me he quedado con ganas de defender desde mis columnas aspectos del trabajo sexual en los que creo que difiero radicalmente con las posiciones de este ministerio, hacer mi parte como oposición popular. Nos han cortado la comunicación, el tiempo de construir, de cuidarnos y de discutir con nervio si hace falta aunque se comparta gran parte de la visión política, algo que antes se nos daba bien a las feministas.

Pero esta columna no trata de esto, o no sólo. Trata de las cosas que estos hechos dejan al descubierto y que, paradójicamente, apuntan a la necesidad de un ministerio de igualdad fuerte y combativo.

Desde que se supo que Irene Montero quedaba fuera de las listas de Sumar y muchas mujeres expresamos que, tal movimiento, lo percibíamos como un castigo colectivo por razones que compañeras como Cristina Fallarás o Silvia Agüero han explicado a la perfección, no tardaron en llegar reacciones aleccionadoras de lo más paternalistas, confundiendo maliciosamente ejemplo con idolatría haciendo ver que estábamos personalizando el feminismo entero en Irene Montero, contándonos nuestras propias vidas y explicándonos lo que queríamos decir, corrigiendo nuestras emociones y llamándonos de vuelta a la pertinencia de la distancia, la estrategia y el juego en equipo. Un "menos lloros" en toda nuestra cara. El eterno retorno a la infantilización y la validación solo de emociones aprobadas por el comité de gestión de estas cosas, que nadie sabe quien lo forma pero que tiene vocales pesadísimos en cada esquina.

Cuesta entender que la decepción, la tristeza, la rabia y sus correspondientes desahogos sean bandera roja de inmadurez personal y política, en cambio la ilusión, la alegría y la esperanza -aún sin proyecto claro que las azuce más allá de la invocación constante de las mismas- indiquen madurez, responsabilidad y capacidad para leer el presente. Todo esto me suena al mismo disciplinamiento que se ha llevado por delante a Montero, además de destilar misoginia por todas partes y tocar de refilón las teclas del clasismo. Se ha instalado de cara a las elecciones y por el bien de la confluencia en torno a SUMAR un ambiente de tutores decimonónicos que nos afean las malas posturas, el lenguaje malsonante, el exceso de gesticulación y la libertad de decir a alguien a quien vamos a votar: "nos has decepcionado y nos has hecho daño". Convendría hacer llegar al grupo de trabajo de las buenas maneras que eso que tantas veces decimos las feministas, las personas LGTBIAQ+ y otras aguafiestas de "poner el cuerpo", además de existir tal y como somos en la esfera pública, también consiste en defender las salidas del tiesto, los impulsos emocionales que nos hacen gritar y despeinarnos, las reacciones airadas y los corazones que laten sin un diapasón. Nada hay más político, responsable y maduro que esto, no entenderlo es no entender nada.

Votaremos y votaremos bien, como cada una entienda que debe hacerlo. Nos entusiasmaremos con la confluencia cuando nos de motivos para ello más allá del discurso alucinado y parroquial de la ilusión, sin que ello signifique que cedamos un centímetro a la ultraderecha y que no cumplamos con nuestras obligaciones ciudadanas parándoles en las urnas, a las que iremos como nos de la gana, enfadadas, tristes, ilusionadas, borrachas o cantando el "Bella Ciao". Las sospechas de lo contrario son otra forma de disciplina.

Aconsejaría, para terminar, comisariar con un poco más de gallardía las emociones de los rivales políticos y sus estallidos de carácter, los mismos que llevaron la semana pasada a que un energúmeno diese una paliza en el metro a una mujer trans mientras decenas de moderados, tranquilos y discretos ciudadanos no movían un dedo para evitarlo.

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