Dominio público

Preservar la incomodidad

Noelia Adánez

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología. MBA en gestión cultural. Editora y ensayista

Una mujer sostiene una pancarta en una manifestación del 8M de 2022 en Santander. E.P./Juan Manuel Serrano Arce
Una mujer sostiene una pancarta en una manifestación del 8M de 2022 en Santander. E.P./Juan Manuel Serrano Arce

En su primera entrevista con fines abiertamente electorales, el presidente del gobierno Pedro Sánchez, en un giro de discurso completamente esperable dada la derechización creciente de la sociedad española y la popularidad del antifeminismo en este contexto, así como su proverbial "versatilidad" para decir una cosa y la contraria, ha afirmado que tiene amigos a los que determinados discursos feministas les causan incomodidad. El líder de la ultraderecha española, por su parte, retoma las tesis vaticanas de la ideología de género mientras que el del Partido Popular afirma categórico que la violencia de género existe al tiempo que pacta con la ultraderecha y exhibe su cinismo a este respecto sin demasiado problema. Expuestos los hechos de esta manera puede parecer que los amigos de Pedro Sánchez a los que el presidente del gobierno aludió, esos que se sienten incómodos con los feminismos, no eran otros que Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal.

El antifeminismo va a ser la palanca que estos tres señores, de un modo u otro, van a activar de cara a las elecciones generales del 23J. Unas elecciones que llegan en medio de una desmovilización y desmotivación más que comprensible del electorado de izquierdas y tras un periodo de esfuerzo legislativo desde el Ministerio de Igualdad con resultados muy debatibles, tanto en términos de políticas públicas como de comunicación de las mismas. Lo ideal sería que el ciclo político facilitara los debates que las distintas iniciativas emanadas de ese ministerio hubieran debido generar. Pero una parte importante de la sociedad hoy en día (a 28 de mayo y todo apunta a que esa tendencia se verificará el 23 de julio) no tiene el más mínimo interés en debatir porque ni siquiera se siente con el ánimo de escuchar.

No es la primera vez en la historia de los movimientos y los discursos feministas que sucede algo así. En contextos de protagonismo de las propuestas feministas y de conquista de nuevos espacios y/o derechos, el antifeminismo aparece como la respuesta de quienes sienten amenazados sus privilegios o de quienes perciben en las reivindicaciones feministas un elemento de desorganización del orden social. Que esto haya sucedido otras veces en el pasado no debe relajarnos; antes al contrario, debería advertirnos sobre la necesidad de pararnos a reflexionar.

El feminismo incomoda. Incomodaron las sufragistas que pedían el voto, las activistas de la segunda ola que reivindicaron libertad sexual e incomodan las de la tercera cuando denuncian las violencias que subsisten adheridas al patriarcado. La incomodidad es el germen del que el feminismo brota históricamente cuando se dan las condiciones políticas para que florezca. No hay que temer a la incomodidad; hay que politizar la incomodidad porque es el sustrato sobre el que se levantan todas nuestras intervenciones y nuestras luchas.

No obstante, creo que la experiencia que acumulamos las feministas es suficiente como para comprender que cuando se dan las circunstancias (que hayamos o no participado en su generación no es el tema en este momento) por las que amplios sectores de la población perciben el feminismo como un problema en el mejor de los casos y una amenaza en el peor de ellos, conviene coger aire y evaluar estrategias que desactiven las de los adversarios. Esa es nuestra fortaleza histórica y la clave de nuestra sostenibilidad. Cuando te conviertes en la coartada del adversario conseguir lo máximo con lo mínimo pasa a ser la única prioridad. Siento expresarlo en términos tan crudos, pero hoy por hoy se trata de defenderse y subsistir, no de ganar. No se trata de hacer concesiones ni de dar pasos atrás, sino de garantizarnos a futuro la capacidad de intervenir políticamente porque esa es la principal razón de ser del feminismo al que nos adherimos muchas de nosotras; intervenir políticamente para denunciar y revertir, allí donde se manifieste y sean quienes sean los sujetos que las padecen, situaciones de subalternidad atravesadas por el género.

Las derechas aspiran, a escala global, a controlar la conversación pública. En una medida muy importante ya lo han conseguido y lo han hecho contra el "consenso progre", el feminismo y el "marxismo cultural". Nuestras apelaciones a los derechos humanos no han logrado contrarrestar el avance reaccionario. Hemos de reconocerlo. Como hemos de enfrentarnos con el hecho de que la ultraderecha va a negarnos el pan y la sal, y a sus embestidas deberemos oponer lo que el ciclo político que se cierra nos deja y que no es poca cosa: nuestra incomodidad. Vendrán movilizaciones en defensa de logros pasados y presentes tan importantes como el aborto, la visibilización y el acompañamiento de las víctimas de violencia de género y la ley trans. A partir del otoño nos veremos en las calles y nos reconoceremos por una misma expresión en el rostro de profunda incomodidad.

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