Dominio público

La muerte de la cultura

Mar García Puig

Editora y escritora. Autora de 'La historia de los vertebrados'. Ex diputada en el Congreso

La muerte de la cultura
A la izquierda, una imagen de Santiago Abascal. A la derecha, Mortadelo y Filemón.

Tras la noticia del fallecimiento de Francisco Ibáñez, han sido miles los que han explicado cómo aprendieron a leer con a sus historietas. Yo, con Mortadelo y Filemón, aprendí algo casi tan fundamental como la lectura, a reírme de mí misma. Me recuerdo con nueve años, tras pasar por quirófano debido a una afección en la cabeza, con un vendaje enorme que me cubría la cocorota en forma de pepino. Y al lado de la cama, un volumen de los dos célebres personajes, que me acababan de regalar.

En cuanto empecé su lectura, le puse sonido al dolor que sentía, que imaginé que ya no se debía a la enfermedad, sino a un cómico mamporro como el que ellos se daban: ¡Ptoff!, ¡Bam!, ¡Boum!, ¡Badaboum! Y ya no respondía con asustado silencio infantil, sino con un sonoro ¡Ay!, ¡Auch!, ¡Auuuu!, ¡Mi cabeza! Cuando la enfermera entraba para realizarme las curas, o el médico amenazaba con sus tijeras para quitarme los puntos, yo permanecía quieta, pero sin tanto miedo, porque fantaseaba con que, como Mortadelo, me había disfrazado de mesa y no podían verme, o había tomado forma de avión que salía por la ventana. Y de repente, me retornaba a la realidad la voz del sanitario, "ya está, lo ves, ni te has enterado".

Sin la magia del trazo de Ibáñez a mi lado, me habría visto condenada a la literalidad de lo que me pasaba. Y no hay peor condena. A eso nos lleva un mundo en el que la cultura ocupe un papel accesorio. Sin ficciones, sin metáforas, no hay posibilidad de imaginar una sociedad mejor, y perdemos toda esperanza. Las concejalías y consejerías de cultura han sido las primeras que ha exigido Vox, porque ha entendido mejor que nadie que es ahí desde donde se anulan las libertades, que en un mundo con una cultura pobre y uniforme la ciudadanía cede al silencio del miedo, ya no se ríe de sí misma y de lo que tiene enfrente, ya no imagina que es un avión que vuela alto y se pega a la literalidad del suelo.

Las primeras medidas de Vox en este ámbito han escandalizado a la sociedad. La censura directa de obras de teatro y películas evoca imaginarios que creíamos superados. Con toda la gravedad que implica, no es ahí, me temo, donde radica el mayor problema. Los romanos sometían a la damniatio memoriae (condena en la memoria) todo aquello que querían castigar, pero lo que conseguían con su torpeza era darle vida eterna. Después del asesinato del sádico emperador Domiciano, los senadores se aprestaron a destruir sus imágenes; pero Plinio relató el exterminio en un bello texto que ha mantenido hasta nuestros días viva su memoria. Vox censura una pieza teatral basada en el Orlando de Virginia Woolf y éste sube de repente en las listas de los libros más vendidos.

Si solo reaccionamos ante la censura directa nos quedamos en esa literalidad tan limitante que busca Vox. Decía la escritora Toni Morrisson que "la falta de medios de distribución es un tipo de censura", y ahí es donde se puede hacer más daño, en esa censura silenciosa que va mermando nuestro derecho a una vida cultural diversa. Acabamos de conocer los presupuestos de la Concejalía de Cultura de Castilla y León, liderada por Vox, y se confirma lo que ya temíamos: se aumenta el presupuesto en tauromaquia y se reduce drásticamente el de artes escénicas y literatura. Y la historia confirma el tópico: el fanatismo se ensaña con el arte, y las hogueras de libros pueden presagiar fuegos de otro tipo.

El 23 de julio saldremos a votar contra la barbarie que nos roba la poesía, y pase lo que pase será más importante que nunca recordar el papel de la cultura en un mundo que se quiera democrático. También desde una izquierda que muchas veces ha preferido la alfombra roja a políticas culturales valientes. Tendremos que desterrar esas palabras, tan literales, con las que durante la pandemia el entonces ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribes, nos quiso cortar las alas: "Primero la vida y luego el cine".

La izquierda tendrá que creerse de verdad que la cultura es un derecho y que sin ella todos los demás derechos están en riesgo. No se podrá limitar a entender la cultura como un acto de consumo o ensalzarla como mera industria que genera beneficios, sino que deberá luchar parar garantizar la dignidad y la libertad de sus profesionales y el derecho de toda la ciudadanía, también fuera de las grandes ciudades, y de cualquier clase social, a participar en ella. En definitiva, tendrá que asimilar que la cultura es un elemento esencial de vida y habitar por fin la metáfora, esa que, como dijo el dramaturgo Eugène Ionesco, demuestra que «la poesía, la necesidad de imaginar, de crear, es tan fundamental como lo es respirar, y respirar es vivir y no evadir la vida».

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