Dominio público

¡España viva!

Pepe Viyuela

De izq. a der., la vicesecretaría de Políticas Sociales, Carmen Funez, el coordinador general, Elías Bendodo, el presidente del partido, Alberto Núñez Feijóo, la secretaria general, Cuca Gamarra, y el vicesecretario de Acción Institucional, Esteban González Pons, durante la reunión de la Junta Directiva Nacional del PP tras las elecciones generales del 23J. E.P./Fernando Sánchez
De izq. a der., la vicesecretaría de Políticas Sociales, Carmen Funez, el coordinador general, Elías Bendodo, el presidente del partido, Alberto Núñez Feijóo, la secretaria general, Cuca Gamarra, y el vicesecretario de Acción Institucional, Esteban González Pons, durante la reunión de la Junta Directiva Nacional del PP tras las elecciones generales del 23J. E.P./Fernando Sánchez

En el marco de este verano con el clima en clave apocalíptica y las temperaturas alcanzando unos máximos históricos, que hacen pensar precisamente en el final de la historia o en que el infierno se ha podido instalar definitivamente entre nosotros, los planes de políticos y de partidos reptan con dificultad en medio de un desierto con un horizonte repleto de espejismos y falsos oasis.

Resulta patético ver a los dirigentes del Partido Popular arrastrarse por el polvo ardiente de la desesperación, intentando modificar su discurso con el fin de adecuarlo al momento, al tiempo que pretenden hacerse pasar por dialogantes; precisamente ahora que se les acaba el agua de la cantimplora y necesitan desesperadamente un abanico con el que, al menos, dejar de sudar por el bochorno.

Su relato suena a balbuceo nacido de la debilidad de quien está a punto de alcanzar la agonía. La suma insuficiente de escaños y apoyos para formar gobierno les ha provocado un golpe de calor que les ha hecho conscientes de su impotencia y de su falta de capacidad para negociar.

Negociar, esa habilidad que han olvidado a fuerza de no practicarla, y que ahora resulta clave para sobrevivir en medio de la tórrida situación política.

Que no se nos olvide, por ejemplo, que el hecho de que las fuerzas independentistas en Cataluña alcanzaran su máximo apoyo hace unos años, se debió, en gran parte, a la falta de capacidad negociadora y de diálogo de un Partido Popular instalado en la soberbia.

Fue ese el caldo que provocó el crecimiento de un sentimiento independentista que, aún estando latente, no se había manifestado con tanta vehemencia como lo acabó haciendo durante el procés.

Los causantes del incendio no solo fueron incapaces de apagarlo con cientocincuentaycincos y piolines, sino que se han hartado después de acusar a la izquierda de querer destruir España, cuando en lo que han andado empeñados ha sido precisamente en recoser costuras y las vías de diálogo que ellos reventaron.

Ahora que resulta absolutamente necesario sentarse a negociar para gobernar, se dan cuenta de que solo son capaces de pactar con ellos mismos, porque -todos lo sabemos-, VOX son ellos mismos, o como mucho una versión radicalizada de lo que se lleva cociendo desde la Transición en los fogones de un partido emanado de la misma médula del franquismo.

¿Cómo negociar ahora con aquellos a los que consideran los enemigos de España, nacionalistas e independentistas irredentos, de cuernos y colmillos afilados, que amenazan nuestra patria y que solo quieren destruirla?

Para sentarse a hablar, primero deben enfriar sus incendiarios discursos, pedir perdón por las descalificaciones y por tanto insulto vertido, cocido y recocido que ha dejado en el ambiente un cierto olor a odio y a podrido.

Deben dedicarse previamente a desembarrar un terreno que llevan años enfangando con argumentos hediondos. Hedionda era, por ejemplo, aquella melodía que hablaba de un enano hablando castellano o esta otra canción del verano, que solo cuenta con un estribillo zafio y machacón referido a un asesino apodado Txapote.

Andan empeñados en hacernos creer que es preferible un gobierno del Partido Popular en solitario, -lo único a lo que pueden aspirar-, a otro compuesto por un crisol de voces, que son las que se escuchan a diario en las calles de un país complejo y diverso como el nuestro.

La pregunta que me hago es ¿por qué ha de ser mejor un gobierno monocolor que uno formado y apoyado por el conjunto de partidos que ponen de manifiesto la enorme riqueza y variedad ideológica de la que participa España?

Necesitamos una orquesta que abogue no por una falsa armonía impuesta desde el poder, sino por otra que sea capaz de escuchar las disonancias y hacerlas visibles con el fin de resolverlas.

Si queremos evitar que los conflictos se enquisten o crezcan, debemos efectivamente hablar de todo y entre todos, pero no sólo hacerlo cuando nos resulte necesario para conformar gobierno, sino siempre y aunque estemos en la oposición.

El parlamento debe ser la casa en la que se parle de todo lo que nos atañe y donde, además, se pueda parlar en todas las lenguas que conforman nuestro rico abanico lingüístico.

¡Viva España!, le gusta vociferar a la derecha, pues claro que sí, que viva, pero que no conviertan eso en un grito de guerra. No hace falta que nos repitan tanto que España está viva, ya lo sabemos. Y precisamente porque está viva es plural y diversa, y tiene contradicciones y conflictos que la hacen grande y muy libre. ¿Les suena?

A su grito cansino y rancio de ¡Viva España!, deberíamos responderles con este otro de ¡España viva! Esa es la que queremos y la que muchos queremos construir, una España que sienta y escuche todos los latidos y acentos que construyen el nosotros de cada día.

Necesitamos gobiernos que escuchen y que contribuyan a bajar la temperatura del calentamiento global de la política a la que la están sometiendo los negacionistas del derecho a la diferencia.

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