Dominio público

El fútbol como representación del poder

Miquel Ramos

El presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), Luis Rubiales, durante el Mundial de Catar. REUTERS/Kim Hong-Ji
El presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), Luis Rubiales, durante el Mundial de Catar. REUTERS/Kim Hong-Ji

Algo se ha debido hacer bien cuando hablar de fútbol ya no es simplemente hablar de hombres y entre hombres, como bien explicaba ayer Cristina Fallarás en este mismo medio. Pero algo se ha hecho aún mejor cuando se ha demostrado un consenso firme y casi unánime en reprobar la agresión de Rubiales a Jennifer Hermoso. Y esto a pesar de las resistencias, todavía días después, de una buena parte del establishment deportivo y mediático a admitir la gravedad de lo sucedido y pedir la lógica medida correspondiente, que no es otra que la expulsión de este sujeto de cualquier órgano de poder en la Federación.

Es precisamente el poder lo que ha quedado desnudo estos días, en evidencia, mostrándose primero arrogante (Rubiales tocándose los huevos en el palco, besando sin permiso a una jugadora e inmediatamente insultando a quienes le critican), después mentiroso y tramposo (falseando declaraciones de la deportista) y finalmente atrincherado en el búnker, protegido solo por quienes beben de ese mismo poder, tratando de administrar los tiempos a su favor y de mantener un insostenible relato alternativo de lo sucedido. Y con ellos, los irredentos youtubers e influencers misóginos que necesitan seguir defecando en sus canales para alimentar a sus seguidores. Mientras, se sucede el goteo de deserciones, de recogidas de cable y de oportunistas que se suman al carro para que no les salpique la mierda, aunque sigan pensando que ellas exageran.

Esto también ha servido para exponer lo mal que han entendido el problema algunos señores como, nada más y nada menos que el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, diciendo que "nuestras mujeres" juegan casi tan bien con los hombres. Borrell debe ser uno de esos amigos a los que aludió Pedro Sánchez, que no entendían muy bien el rumbo que estaba tomando el feminismo, cuando el presidente quiso desmarcarse de la ministra de Igualdad de su gabinete, Irene Montero, en plena campaña de acoso y derribo contra ella y sus políticas. Esas mismas políticas que insistían en la importancia del consentimiento, algo que en el caso de la agresión de Rubiales parece haber asumido la gran mayoría de la sociedad.

Nunca he sido un forofo del fútbol, pero reconozco que llevo días leyendo sobre todo lo que le rodea, y no por cuestiones deportivas. Me pasó lo mismo con la polémica de Vinicius y los insultos racistas que recibió. Siempre son hechos ajenos a lo deportivo lo que me acercan a este deporte. Es precisamente todo lo que envuelve a este negocio lo que más me llama la atención. Y son esas cosas que acaban teniendo una repercusión en los consensos y el sentido común de la sociedad, siendo como es el fútbol un espectáculo de masas que modela identidades y transmite valores, para bien o para mal


El fútbol está resultando ser una ventana desde donde se puede ver cómo funciona el mundo entre bastidores. Con la agresión de Rubiales hemos visto una representación excelente de cómo funciona el poder. Con el caso de Vinicius vimos la hipocresía de este mismo poder, aunque enarbolara la necesaria bandera del antirracismo. Con el Mundial de Qatar supimos que miles de trabajadores migrantes murieron durante las obras, en condiciones de explotación infrahumanas. Constantemente vemos a las dictaduras del Golfo encapricharse con las estrellas del fútbol, con realizar competiciones o patrocinar equipos. Y a más de un técnico o fútbolista lavándoles la cara por unos cuantos millones de euros. La mafia que envuelve todo este espectáculo es una perfecta representación de cómo funciona el mundo, del capitalismo, del poder.

No es la primera vez que las mujeres deportistas levantan la voz contra los abusos. Pero quizás nos encontremos ahora con una sociedad mucho más sensibilizada, con una sociedad mejor que ya no tolera ni la agresión ni su banalización, y esto es algo que hay que celebrar y reivindicar, sobre todo cuando nos encontramos inmersos en plena ofensiva reaccionaria. Mientras representantes públicos se alejan de las pancartas que condenan la violencia machista, las deportistas, como decía Irene Zugasti en su magnífico artículo en CTXT, marcan un golazo en Las Gaunas. Y más todavía cuando, encima, Hermoso incluye en esta ecuación a su sindicato. La importancia y el simbolismo de todo esto para quienes se baten a diario contra el poder, es inmensa.

Toca esperar para ver cómo se resuelve todo esto, pero la victoria sobre el relato de que el feminismo se pasa de frenada o que es innecesario, es incontestable. Y esto debería hacer reflexionar a quienes todavía hoy se empeñan en desenfocar lo sucedido desde sus medios, banalizar en sus corrillos la gravedad de la agresión o dejar impunes a sus responsables mediante los mecanismos de poder de todos los organismos implicados en la resolución de este asunto. Y a pesar de esto, y pase lo que pase, queremos y pelearemos porque el tipo que manda, ya sea en la Federación de fútbol o en el negocio de tu barrio, se piense dos veces esas agresiones a las que se había acostumbrado con sus empleadas. Y que nunca más les salga gratis.


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