Dominio público

Horror en streaming

Nagua Alba

Psicóloga. Ex diputada en el Congreso

Un soldado israelí patrulla la zona del Kibbutz Be'eri, cerca de la frontera entre Israel y Gaza. Foto: Ilia Yefimovich/dpa
Un soldado israelí patrulla la zona del Kibbutz Be'eri, cerca de la frontera entre Israel y Gaza. Foto: Ilia Yefimovich/dpa

Hace poco se publicaba la noticia de que el 20% de los moderadores de Facebook están de baja por problemas psicológicos consecuencia del contenido brutal que tienen que revisar en la red social  cada día. Los trabajadores y trabajadoras de la subcontrata que ofrece el servicio de moderación a Meta explicaban en una aterradora entrevista en La Vanguardia que, tras tener que visionar cientos de vídeos al día con contenidos espantosos presentaban cuadros de ansiedad, estrés postraumático, insomnio, depresión e incluso intentos de suicidio. Y es que el poder de las imágenes para impactarnos en lo más hondo es incomparable al de cualquier otro formato. De hecho, hace días que lo comprobamos de manera masiva en carne propia.

Desde el pasado 7 de octubre entrar en cualquier red social, abrir un periódico o encender la televisión se ha convertido o bien en una heroicidad, o casi en un ejercicio de puro masoquismo. Las imágenes del horror de Gaza inundan nuestras pantallas, somos testigos de asesinato, del dolor extremo y del sufrimiento más crudo en tiempo real. No son pocas las personas que me han dicho estos días que no pueden soportarlo más y han decidido apagar su móvil y cerrar los ojos a la infamia. No puedo más que comprenderlo, las imágenes de niños y niñas palestinos ensangrentados, los testimonios en vídeo de quienes se saben ya condenadas a muerte, las fotografías de ciudades arrasadas o de fosas comunes generan un malestar tan insoportable como desesperante. Dosificar se vuelve una tarea imposible, solo tenemos dos opciones: o consumimos incesantemente contenidos espeluznantes o cerramos los ojos. Es todo o nada.

El flujo constante de imágenes es inevitable, pero también necesario: el mundo no puede permanecer sordo y ciego mientras se comete un genocidio, darle la espalda no es una opción. Pero al mismo tiempo parece generar en quienes somos testigo de ello una sensación increíblemente angustiosa, la de que las atrocidades ocurren ante nuestros ojos y solo podemos ser espectadores de un horror imposible de detener.

Aunque esto no es del todo cierto y tiene mucho que ver con cómo se narra lo que está pasando. Denunciaba en X el fotoperiodista y gran conocedor de la realidad Palestina, Bruno Thevenin, cómo algunos medios retransmiten la masacre en directo como si de un partido de fútbol se tratara y no podría estar más de acuerdo. Contar es una forma de posicionarse, de ofrecer una mirada concreta a la realidad, y hay muchas maneras de hacerlo. Algunos medios de comunicación y periodistas han elegido la más perversa de todas, la espectacularización.

Esta espectacularización (de la que por cierto hemos sido testigo también en el caso de la muerte de Álvaro Prieto, el lamentable tratamiento en directo de TVE y la posterior difusión por parte de otros muchos medios de las imágenes) nos arrebata la humanidad, la empatía y genera un efecto que Susan Sontag describe en Ante el dolor de los demás de la siguiente manera: "En un mundo no ya saturado, sino ultrasaturado de imágenes, las que más deberían importar tienen un efecto cada vez menor: nos volvemos insensibles. En última instancia tales imágenes sólo nos incapacitan un poco más para sentir, para que nos remuerda la conciencia."

Pero Sontag defiende posteriormente la potencia movilizadora que puede tener una fotografía, porque hay otras formas de mostrar la realidad, desde una mirada crítica, que contextualiza el horror y se posiciona en su contra. Estas miradas, aunque igualmente crudas, no generan en el espectador apatía o desesperanza, sino indignación ante la injusticia y voluntad de cambiar esa circunstancia insoportable. Porque también eran imágenes de atrocidades las que hicieron que miles de personas se echaran a la calle este fin de semana en numerosas capitales de Europa, las que hacen que se acentúe la brecha entre el discurso oficial de la UE y sus habitantes. Son esas imágenes las que constatan que eso del "derecho a defenderse" de Israel es una falacia que solo busca legitimar la brutalidad.

No sé cómo hacer para que esta avalancha de horror no nos arrastre, probablemente sea imposible. Pero sí sé que la única salida a este malestar tiene que ver con que no cerremos los ojos, con que miremos a la realidad a la cara y volquemos todo ese dolor en movilizarnos para dejar claro que "no en nuestro nombre"; con que los medios se comprometan a alejarse de la espectacularización que solo genera consumidores cínicos y desesperanzados; y con que los gobiernos se pongan de una maldita vez del lado de los derechos humanos y la legislación internacional y detengan esta masacre.

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