Dominio público

Vender lo prohibido

Marta Nebot

La semana pasada, poco antes de que un ataque informático dejara esta columna y este digital en el limbo, una noticia disparó en mi cabeza una metralleta de preguntas: ¿Qué es lo prohibido en el mundo del arte en pleno siglo XXI? ¿Qué no se puede exhibir por censurado, cancelado o atacado? ¿Quién lo decide? ¿Por qué? ¿Han cambiado los tabús y los censores o son los mismos? ¿Cuáles son los tipos de censura: política, religiosa, comercial, militar, social...? ¿En qué orden operan? ¿Quién prohíbe más? ¿Dónde va lo prohibido?

La novedad era que había abierto sus puertas un museo único en el mundo: el Museo del Arte Prohibido y en sus galerías podría haber algunas respuestas.

Está en Barcelona, en un edificio singular, bien de interés cultural desde 1980: la casa Garriga Nogués, obra del arquitecto Enric Sagnier i Villavecchia de 1904. Por ahora expone 42 obras de las 200 que atesora Tatxo Benet, su propietario y próspero periodista venido a mega empresario, con un patrimonio estimado de 240 millones de euros.

Benet empezó esta colección en 2018, cuando retiraron de Arco la obra "Presos políticos en la España contemporánea" de Santiago Sierra, unas horas después de que él la hubiera adquirido.

De repente era dueño de una obra prohibida y empezó a preguntarse por la suerte y el paradero de otras con historias parecidas. Encontró la National Coalition Against Censorship (NCAC), una ONG estadounidense que trabaja contra la censura de todos los tipos, y el libro, su biblia oficiosa, Censor Art Today (El Arte Censurado Hoy) del periodista y escritor británico Gareth Harris, pero ninguna colección como ésta; ningún museo como el suyo.

Y no se trata de una recopilación de arte escandaloso, como aclaró a los medios en su presentación, ni ideológico: "Censura tanto la derecha como la izquierda", afirmó. Se trata de reunir y exponer las obras que quienes las retiran no quieren que sean vistas. Su valor artístico y su cotización son muy dispares. Hay Goyas y hay dibujos realizados por presos de Guantánamo. Lo importante es la historia de persecución de la obra. Eso es lo que la hace susceptible de pertenecer a este nuevo selecto club, según su dueño.

Repasando las obras expuestas al estreno queda claro que el poder sigue siendo el Censor Número Uno. La conclusión es muy simplona: censura el que puede y siguen pudiendo más los reyes, los dictadores, los Gobiernos, las religiones y ahora también empiezan a poder las corrientes sociales movilizadas con ansias canceladoras. La censura es, sin duda, síntoma de fuerza pero también de inseguridad y de intolerancia.

Juan Carlos I sodomizado por la activista y líder bolivariana Domitila Barrios de Chúngara, Franco –siempre a mano– en una nevera de Coca–cola, crucifijos de mil maneras: en pis, con el payaso de Macdonald´s haciendo de

Cristo, con avión militar como cruz, etc; versión de retrato de virgen de Murillo sexualizada con la tela rajada por ataque con objeto punzante, veinte alfombras de rezo extendidas con una pareja de tacones de aguja sobre cada una, imagen de Emiliano Zapata con piernas de mujer y tacones altos montando a caballo desnudo, retrato de la vuelta al ruedo del torero Juan José Padilla después de perder un ojo, las fotos sado de Robert Mapplethorpe, los Caprichos de Goya, un desnudo de Klimt, un Banksy de un policía...

Las desventuras de estas piezas entrañan la historia del poder y de la intransigencia y de los intentos más o menos infructuosos de limitar el pensamiento, de manipular a la masa, de imponer un statu quo y un relato, de ejercer el control más omnímodo, el que pretende aniquilar las ideas distintas, el principio de cualquier cambio, atentando contra la pluralidad, la convivencia y la libertad más básica en el presunto mundo libre, la de nuestras cabezas.

Este museo demuestra que cada vez será más difícil e incongruente poner puertas a ese campo, que no habrá diques efectivos para esos manantiales rebeldes e infinitos que nos trajeron hasta aquí y que podrían llevarnos mucho más lejos, porque la democracia es imperfecta pero ha avanzado mucho y puede seguirse perfeccionando desde dentro. Contiene rendijas por las que destruirla y también por las que irla agrandando. De cuál de esas dos maneras de modificarla gane, depende el porvenir: que el mundo, entendido como la vida de las personas y del planeta, mejore y sea más justo o siga empequeñeciendo.

Y dicho esto, como el mundo del arte y sus paradojas es infinito, también hay que decir que estas obras probablemente se revalorizarán tras pasar por este espacio, instalado con gusto y dinero en uno de los epicentros mundiales del turismo artístico. Y que es posible que aparezcan artistas que creen planificando su censura y la posterior compra por parte de este nuevo coleccionista, que podría promover la aparición del arte pre–prohibido.

Y, por no dejarme nada, también destaco que la entrada general cuesta 14 euros en la taquilla, 12 online y solo tiene un pequeño descuento de dos euros para estudiantes y jubilados. Los niños no pagan pero no entran solos y el merchandising también está ya a la venta y tampoco es barato.

Así que ¿lo prohibido en este caso además es negocio? ¿No es solo denuncia y/o activismo, sino también oportunismo y lucro, como mucho arte, como casi todo lo que se comercializa, como mucho de lo que se vende como mejoras para el mundo? ¿En el control de beneficios está el futuro? Ganar sí, pero ¿cuánto?

Y espero que no me censuren por señalar todo esto y, si así fuera, que expongan este articulito en algún rinconcillo oscuro.

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