Dominio público

Museo Judío: a favor

Pablo Batalla Cueto

Periodista

Placa explicativa del Barrio Judío en Alcalá de Henares, Madrid.
Placa explicativa del Barrio Judío en Alcalá de Henares, Madrid.

Isabel Díaz Ayuso quiere abrir un Museo Judío en Madrid, y quien esto escribe también quiere que se abra. Un museo judío, en un país como España, es un acto de justicia. Alguno hay. El Museo Sefardí de Toledo es espléndido. Pero hace falta algo más fastuoso, más ambicioso. Y que esté en Madrid. Así como hay cosas que están en Madrid y no deberían estarlo, las hay que sí deben estar en la capital; que requieren la unción regia de una ubicación capitalina.  

El gran Museo Judío que España necesita es una. Y podría ser un museo que, montado en el año 2024, partiendo del cero del que no puede partir un Prado, se erigiese en ejemplo para el mundo; en un museo premiado e imitado en la sensibilidad decolonial que tendría que tener desde el minuto uno; ese debate que ahora se amplifica a raíz de unas declaraciones del ministro Urtasun. Un museo que fuera un gigantesco pedir perdón. 

El Museo Judío que debería hacerse sería uno atento, por supuesto, a la tradición sefardí y marrana, y no solo al tiempo en el que se desplegaron en España, sino a su diáspora y su continuación hasta el presente. Un museo cuyos visitantes se encontrasen con Maimónides, aquel intelectual titánico, oriundo de Córdoba, autor de tratados médicos pioneros en los que prescribía que «el médico no debe tratar de curar la enfermedad, sino al enfermo»; preocupado también por armonizar la fe y la razón, y del que un refrán hebreo dice que «mi-Mosé 'ad Mosé lo qam ke-Mosé», esto es, que desde Moisés hasta Maimónides no hubo otro igual.  

Un museo alguna de cuyas salas estuviera dedicada a la gastronomía sefardí; asociado, quizás, a un restaurante donde se cocinasen las recetas compiladas por Rosa Tovar en Un banquete por Sefarad: cocina y costumbres de los judíos españoles, libro de referencia escrito por Luis Jacinto García: del hamin (huevos de caña con carne, huevos y garbanzos) a la horchata de almendras, pasando por las berenjenas rellenas, la caldereta de cordero, las revanadas de parida (torrijas), el komposto de bimbriyos (compota de membrillos), el piñonate o el manjar blanco.  


Un museo que tuviera también auriculares con los cuales escuchar las conmovedoras canciones de Sefarad recopiladas por el gran Joaquín Díaz: «Abridme galanica/ que ya amanece./ Abrir ya vos abro,/ mi lindo amor,/ la noche yo non durmo/ pensando en vos». Un museo con joyas, vestidos, menorás, reproducciones de sinagogas como las del Museo de Israel de Jerusalén; pero donde también aprendiéramos sobre Elías Canetti, judío de Tesalónica cuya lengua materna era el español sefardí; sobre Walter Benjamin, que pasó temporadas en las Baleares y se suicidó en Portbou; o sobre grandes judíos españoles como Margarita Nelken. 

Y pedir perdón. Un museo que no sea amable; del que uno no salga acunado por la cursilería autocomplaciente y turística de la España de las tres culturas, sino apercibido de que este país cometió pogromos antijudíos, hizo una limpieza étnica de judíos, los quemó en hogueras, inspiró a los nazis, mató al padre, el abuelo materno, dos tíos abuelos, dos tíos y dos primos de Luis Vives y aun desenterró los huesos de su madre, Blanquina March, fallecida de peste en 1508, para quemarlos en 1530.  

Un Yad Vashem español en el que se recordara también a nuestros justos entre las naciones; aquellos españoles que a lo largo de la historia reivindicaron este legado frente a los bardos nacionalcatólicos, de Ángel Pulido a Américo Castro; o que fueron una hebra de luz en las horas nigérrimas de la Shoá, como Ángel Sanz Briz. Un museo que estableciese una suerte de confederación museística con el Museo Islámico que también debería montar este país. Y que como tal museo doble fuera uno de los grandes museos españoles, a la altura del Prado, el Reina o el Thyssen, expresión de una España ejemplarmente arrepentida de sus páginas más sombrías a la par que orgullosa ahora de su diversidad presente e histórica. 

Estamos, sí, de acuerdo con Díaz Ayuso: España necesita un Museo Judío. Lo terrible es preguntarse qué Museo Judío harán los reivindicadores de Isabel la Católica, financiadores y aplaudidores de libros rosalegendarios que defienden a tumba abierta la expulsión de 1492; y cómo de cerca o lejos estará ese museo de la calle Caídos de la División Azul.

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