En su comparecencia del pasado lunes, Pedro Sánchez manifestó que nos encontrábamos ante un auténtico punto de aparte democrático. Su proceso de reflexión y la decisión final de permanecer en el gobierno se concretaba de esta forma. Esa noche, entrevistado en RTVE, el punto y aparte se convirtió literalmente en un punto y seguido. Las medidas para abordar esa regeneración democrática no se concretaron y mas bien se desarrolló la necesidad de una reflexión colectiva sobre los medios de comunicación y las formas de la derecha en España.
No es la primera vez en la historia que el PSOE encapsula su propuesta política en torno a las formas. La campaña de Zapatero de 2008 se basaba en la pelea de "el talante" y "la crispación". La fórmula dio resultado. El PSOE levantó 11 millones de votos y 169 escaños. Tres años después estallaba el 15M.
Tras la declaración de Pedro Sánchez pudimos asistir a un ejemplo concreto sobre formas, talante y democracia en el Pleno del Ayuntamiento de Madrid esa misma semana.
La portavoz de la primera fuerza de la oposición en el Ayuntamiento, Rita Maestre (Más Madrid), estaba hablando de las movilizaciones convocadas por Vox en las inmediaciones de la sede del PSOE de la Calle Ferraz e indicó que en esas movilizaciones había nazis, lo cual, salvo que la gente que portaba banderas con esvásticas en las movilizaciones lo hiciera un poco con la distancia irónica y la mala leche con la que lo hacía Joy Division en sus primeros conciertos, era cierto.
Si bien a Vox no pareció molestarle demasiado el comentario (por lo que sea), al PP le molestó muchísimo (por lo que sea, también) y tras un intercambio de pareceres, el Presidente del Pleno Borja Fánjul (bisnieto del General Fánjul, porque la historia no se repite, pero rima) expulsó a Rita Maestre del pleno. Unos meses antes, el portavoz de Vox en la oposición, Javier Ortega Smith, agredió al concejal de Más Madrid, Eduardo Fernández Rubiño, en el mismo pleno. Ortega Smith no sólo no fue expulsado, sino que se le ofreció la posibilidad de explicarse y disculparse, cosa que por supuesto no hizo.
En el mismo pleno de esta semana, el Alcalde de Madrid se hizo eco de un bulo sobre el Presidente del Gobierno que venía de una de esas terminales del bulo que financia el propio Alcalde (único motivo por el que se mantienen a flote) con alegría discrecional.
¿Es este un problema de talante? ¿De formas? ¿O es una manera concreta de entender el ejercicio democrático? ¿Se resuelve este asunto reflexionando y con elegancia discursiva? Yo lo dudo. No porque no piense que las formas son una condición de posibilidad de la convivencia, sino porque creo que los edificios se caen por su estructura y sus cimientos y no por el color con el que se pintan las paredes.
Que un bulo sobre el Presidente del Gobierno circule es malo para la democracia, pero es muchísimo peor que lo cite un alcalde en un pleno y es aún peor que un juez lo asuma como base para una denuncia. De estos tres problemas se podrían sacar tres conclusiones que se mezclan y entrelazan.
La primera es que no se puede establecer ningún tipo de pacto, contacto o acuerdo con quienes han hecho de la mentira su forma de estar en política. Renunciar a cualquier idea de "unidad de estado" con una derecha que sólo reconoce el consenso cuando sirve a sus intereses. El único consenso se tiene que dar hacia abajo. Con la sociedad.
En segundo lugar es necesario luchar contra los bulos, pero sobre todo es necesario luchar contra la capacidad de los bulos de articular mayorías. Para ello no es tan necesario disciplinar a los medios del bulo como desactivar su influencia social. Eso se hace con más periodismo, más independiente y con mejores condiciones laborales. Apostando por plataformas digitales que pelean activamente contra la toxicidad (poco hemos hablado de la relación entre X – antiguo Twitter – y la difusión de mentiras a escala planetaria).
En tercer lugar, la pata judicial tiene que democratizarse. Ese no es un trabajo de días (aunque cambiar la forma de elegir el CGPJ y derogar la Ley Mordaza es urgente), sino de años, y pasa porque la misma sociedad que puede dedicarse a la educación o la sanidad pueda dedicarse a la judicatura.
Ah, sí. Star Wars.
En los últimos 15 años Star Wars ha tenido dos formas de abordar su universo.
Una es la que ha impulsado J. J. Abrams. El director fue responsable de dos de las tres nuevas películas de la última saga (la séptima y la novena). Ambas recogen a la perfección sus mejores talentos: actualizar una franquicia que estaba perdiendo punch en las nuevas generaciones por la vía del "sampleo". Su gran mérito es coger imágenes reconocibles y, como memes hipervitaminados, volver a ponerlas en circulación. Su gran defecto es, precisamente, la incapacidad de lidiar con el punto y aparte. La novena película de la saga es una enmienda a la totalidad a todos los caminos que se abrían en la octava. Así, asfixiando la posibilidad de lo nuevo, todo es una suerte de cortoplacismo que no termina de encontrar su camino.
La otra forma de abordar la saga la encarna Dave Filoni, mucho menos conocido a nivel general y encargado de la "hermana menor" de las grandes producciones: la animación televisiva. Menos reconocimiento, menos visibilidad, más osadía y libertad sin traicionar ningún canon. Filoni se ha especializado en coser por detrás y dar nutriente (es el creador del personaje de Ashoka Tano, por poner sólo un ejemplo entre mil) cada vez que la saga se queda sin aliento.
En España necesitamos una de estas dos cosas. O un Filoni que pueda acaparar la atención que acaparar Abrams. O un Abrams que sea capaz de arriesgarse como Filoni para cuidar la franquicia, o una alianza productiva de Abrams y Filonis.
Lo demás es el Imperio, el bulo y el lado oscuro de la fuerza.
Comentarios
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