Dominio público

Galicia tiene un plan (y no es ser El Molino de España)

Ana Pardo de Vera

Las elecciones en Galicia del 18 de febrero, cuya campaña empieza este viernes, se demuestran como las más importantes de este territorio en España, por la repercusión que traería un cambio de color en la Xunta, es decir, que el PP perdiera la mayoría absoluta y la izquierda pudiera gobernar en coalición. Pedro Sánchez se juega mucho, pese al kit flojo de su partido caduco en la comunidad, el PSdeG-PSOE, pero Alberto Núñez Feijóo se lo juega todo: perder Galicia y aflojarse su liderazgo nacional son todo uno.

Aunque el ahora presidente nacional del PP es la primera vez que no se presenta como candidato a gobernar Galicia desde 2009, la derrota de su delfín, Alfonso Rueda, sería un fracaso absoluto de la estrategia electoral incomprensible que Feijóo está desplegando en su presunto antiguo feudo, al que sigue controlando con mano de hierro. Si algo ha caracterizado al PP de Galicia durante el tiempo del liderazgo de Feijóo, incluso del de su antecesor, el difunto Manuel Fraga, ha sido la cerrazón territorial de los planes electorales, donde los dirigentes españoles del PP, incluso de otras comunidades autonómas, han brillado por su ausencia. Esta vez, no: amnistía, Feijóo en primer plano y estopa a Pedro Sánchez y sus alianzas con el independentismo catalán, sobre todo. Esta apuesta arriesgada y la falta de tirón de Rueda, un candidato al que Feijóo no dejó evolucionar como sucesor hasta que fue demasiado tarde, ponen al PP de Galicia en una de sus batallas electorales más complicadas, pese a la dificultad de su derrota.

Solo el BNG mantiene el tono galleguista de la campaña con Ana Pontón, cuyo ascenso meteórico no parece, sin embargo, suficiente para gobernar Galicia debido al lastre del resto de la dividida izquierda (PSdeG, Sumar, Podemos y Espazo Común Galeguista, la nueva formación del exsecretario general socialista gallego Pachi Vázquez), que ni levanta cabeza ni ha encontrado su sitio en una comunidad donde el férreo poder del PP en el rural y la altísima abstención en las elecciones autonómicas lo condicionan todo. El nacionalismo gallego crece gracias a un giro inteligente de su estrategia identitaria, muy centrada en apelar a un proyecto que potencie la productividad industrial en Galicia, los avances sociales y la protección de sus sectores tradicionales, el campo y la pesca, muy perjudicados por la crisis general y las políticas deslavazadas del PP. Como subrayaba Pontón durante una entrevista en Carne Cruda, el partido de Feijóo y Rueda -por este orden- es el partido de las grandes energéticas: la obsesión de la Xunta por instalarnos molinos generadores de energía eólica en cada rincón de la comunidad, terrestre y marítimo, solo es comparable a su clásico afán de sacarse de la chistera ayudas económicas a las puertas de cualquier contienda en las urnas. Todas las gallegas con sentido común estamos a favor a de las energías renovables, faltaría más, pero no de convertirnos en El Molino de España como seña de identidad y de gobierno. Necesitamos y tenemos alternativas, solo nos falta una Xunta que las ponga en marcha.

La derecha en Galicia, no obstante, es el PP y nada más que el PP; no hay espacio para Vox como no lo hubo para Ciudadanos y eso es algo por lo que gallegos y gallegas podemos sacar pecho orgullosas como ningún otro territorio, incluyendo a Euskadi o Catalunya, donde Vox sí tiene representación. Tal vez el hecho de ser la tierra que parió a Franco nos ha inmunizado o tal vez la tragedia poblacional, represora y famélica que trajo el dictador a su tierra, que no se salvó de la masacre general, ha conseguido que en Galicia, de derecha a izquierda, de norte a sur y de oeste a este ni se hable ni se quiera hablar de nacionalismo español y otros delirios fascistas, a los que incluso se desprecia profundamente. Nunca un concejal, como el único que sacó la ultraderecha en la provincia de Ourense, se debió de sentir tan solo en un territorio. Y eso es indiscutiblemente positivo, aunque al PP le impida pactar con nadie si pierde la mayoría absoluta: o el PP o la izquierda en su destartalado conjunto si BNG y PSdeG, aunque éste menos, logran arrastrar voto útil, por un lado, del resto de formaciones y movilizar a sus votantes de las zonas urbanas, por otro.


Galicia se va a convertir -está iniciándose, desde luego, con gran entusiasmo- en uno de los grandes refugios climáticos de España, cuando por mucho que Isabel Díaz Ayuso se empeñe en convertir a la Comunidad de Madrid en el parque temático turístico por excelencia del país, el calor abrasador de la meseta en diez años -quién sabe si menos- hará los veranos insoportables, teniendo en cuenta, además, que apenas quedan por el centro de España invierno y primavera. Esta evolución de una Galicia, de momento, ya altamente turistificada en las costas pontevedresa, sobre todo, y coruñesa, hacen urgente un plan socioeconómico que gestione las enormes posibilidades de a terriña priorizando el bienestar de gallegos y gallegas. Ni los molinos de viento a gogó -que no generan empleo y destrozan las zonas donde se instalan, aparte de ser un atentado estético- ni el turismo climático en avalancha son la solución para una nación excepcional en el resto de España. Acaben con esa economía de subsistencia, inviertan en una población que necesita urgentemente crecer y rejuvenecerse, servicios públicos y empleo de calidad y déjense de autocompadecerse: si Galicia no es una potencia autonómica hoy es porque la corrupción, el caciquismo de descaradas redes clientelares y la brutal manipulación mediática del PP lo han impedido. Galicia tiene un plan, va en sentido contrario a la desidia del PP en la Xunta y hay que ejecutarlo cuanto antes. El talento y la capacidad lo tenemos sobradamente demostrado.

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