Dominio público

La cercanía de la tiniebla

Pablo Batalla Cueto

Periodista.

Foro romano del yacimiento de Herculano.- Freepik.
Foro romano del yacimiento de Herculano.- Freepik.

La era está pariendo una vesícula biliar. No puede más, se muere de dolor. Sufre ya contracciones en Ucrania, en Gaza, en Armenia. Vienen tiempos caníbales. Se anuncian con presagios siniestros como los que azoraban a los aztecas inmediatamente antes de la llegada de Cortés. A veces son siniestros sin la menor sutileza.

En un conjunto de playas turcas, de esas calas mediterráneas de ensueño, en las que el agua refulge de un cautivador azul turquesa, han ido apareciendo en las últimas semanas trozos de cadáveres, vomitados por la marea sobre la arena, incluyendo el cuerpo de un niño sin cabeza ni brazos. Es una noticia real. En la zona se desencadenaron las más diversas teorías de la conspiración. Se teorizaba que alguna mafia había arrojado aquellos cuerpos al mar; había quien fabulaba una trama pedófila.

El Estado turco se puso a investigar y dedujo una explicación más prosaica y a la vez más terrible de la procedencia siria de la ropa de los cadáveres: procedían de un cayuco de aquel país que viajaba hacia Chipre, y que se hundió en el Mediterráneo en diciembre con noventa personas a bordo.

La verdad es, decimos, más terrible que las fábulas porque una trama pedófila es espeluznante pero es una. Los cayucos, en cambio, son innumerables, un flujo constante, indetenible, creciente, lógico. Es relativamente fácil desarticular una trama pedófila, pero no lo es detener los centenares de guerras que asolan el mundo entero. 


El horror, otras veces, sí es sutil, poco evidente; se camufla, incluso, con los ropajes de la belleza. Pueden ser unas flores, si florecen a un inquietante destiempo. Margaritas en enero; hierba que segar, de tan crecida, en febrero. El cambio climático provocó en parte la guerra siria, al causar en el país, unos del estallido, unas sequías graves cuyos estragos el ineficiente Estado no supo paliar, generando una indignación que, aguas abajo, sumada a otras iras, se tradujo en revueltas.

Hoy nosotros vemos ahogarse de sed a Cataluña. Y las desordenadas margaritas. A algunos nos aterra, otros viven tranquilos, pero viven tranquilos al modo de los nativos de aquel breve poema de Jane Hirshfield: 

Cuando su barco llegó por primera vez a Australia,

escribió Cook, los nativos
siguieron pescando, sin alzar la vista.
Incapaces, parecía, de temer lo que era demasiado grande para ser comprendido. 

Levinas dijo una vez: «Todo el mundo es capaz de saludar a la aurora. Pero distinguir el alba en la noche oscura, la proximidad de la luz antes de que resplandezca, en eso consiste tal vez la inteligencia». Hoy consiste tal vez en todo lo contrario: distinguir, en el día radiante, la cercanía de la tiniebla. Porque aún son radiantes los días en esta parte del mundo.


Vivimos bien, y la flecha del progreso sigue pareciendo indetenible a veces. Otra noticia de estos días es un nuevo test, de paternidad española, que detecta precozmente el alzhéimer con solamente un análisis de sangre, evaluando, además, la respuesta de los pacientes a los tratamientos, lo que abre la puerta al desarrollo de terapias mejores en el futuro. 

En décadas futuras, sí, podremos detectar el alzhéimer en la sangre que derramaremos a espuertas; que se derramará también aquí; en Madrid y Barcelona, en Bilbao y en Sevilla, en Sarria y en Cieza, en Ubrique y en La Jonquera, que tal vez vuelva a ver la Desbandá de hace un siglo, cuando Gaza éramos nosotros, Israel eran Franco y Hitler y el mundo también dejó que nos desangráramos.

Nos cuesta imaginárnoslo bajo estos radiantes cielos del Primer Mundo, donde a día de hoy no cae fósforo blanco sobre los hospitales, sino que se hacen tests que predicen el alzhéimer; pero nos cuesta como le cuesta —robamos la metáfora a un artículo deslumbrante de Graham Gallagher— a la mosca que nace en un desierto en el que ha caído una lluvia inusual, y todo florece asombrosamente, y la mosca que solo ha conocido el desierto florecido no se imagina el desierto sin florecer, por más que en realidad sea lo normal. 


Pero no hay que ser fatalistas. Es otra noticia de estos días que se han conseguido descifrar unos papiros carbonizados del yacimiento romano de Herculano. Parecía imposible y ha sido posible. Ahora empezarán los expertos a leerlos y tal vez encuentren libros desconocidos de Tito Livio o Polibio, la Historia de los etruscos de Claudio o el libro de viajes de Piteas de Massallia. Somos la especie que construyó Auschwitz, pero también la capaz de devolver la vida y la voz a un amasijo de cenizas o leer en la sangre los espantos que vienen, y evitar entonces que vengan.

Las tinieblas son derrotables.

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