Dominio público

Ucrania: ¿y ahora qué?

Manuel Garí

Economista, Fundación Espacio Público

Escombros de edificios en la región de Zaporizhzhia, Ucrania.- EFE/EPA/KATERYNA KLOCHKO
Escombros de edificios en la región de Zaporizhzhia, Ucrania.- EFE/EPA/KATERYNA KLOCHKO

"La barbarie reaparece, pero esta vez ella es engendrada en el propio seno de la civilización y es parte integrante de ella. Es una barbarie leprosa, la barbarie como la lepra de la civilización."

Karl Marx en 'La ideología alemana'.

Pasados los discursos con ocasión del segundo aniversario de la invasión de Ucrania por Putin, la realidad nos escupe en la cara. La muerte de decenas de millares de soldados ucranianos y rusos, la de miles de civiles ucranianos, la emigración forzada de millones de ellos, la destrucción de infraestructuras críticas y de viviendas y edificios públicos, el asolamiento de feraces campos de cultivo, el aumento de la deuda pública de Kiev y la repercusión internacional en los precios de los alimentos debería hacernos reflexionar sobre el saldo humano y material de la guerra. Y en este momento la situación en el frente es de impás trágico. 

Hay también un resultado político de la guerra para tener en cuenta: tanto en Ucrania como en Rusia se ha fortalecido la ideología nacionalista excluyente preexistente y el peso de los partidos y corrientes de extrema derecha, se han consolidado las políticas económicas oligárquicas neoliberales y la corrupción a gran escala, así como las políticas liberticidas contra los derechos democráticos, sindicales y sociales. Y tomemos nota: han proliferado mercenarios y milicos de fortuna y en el campo de batalla no sólo están luchando soldados de leva o voluntarios, también corporaciones de la guerra. Ni en Rusia ni en Ucrania han salido fortalecidas la democracia y las libertades. Bien al contrario, a tenor de los hechos. 

Tanto en la sociedad mártir ucraniana como en la sufrida sociedad rusa comienzan a calar los mensajes de los etnonacionalismos que llegan al ridículo atroz de "borrar" de los anaqueles y webs las obras maestras de la literatura del otro país o del propio, pero que expresen heterodoxia. El batallón fascista Azov puede estar contento, de ahí su total "empotramiento" en las filas del ejército ucraniano. Los zares de la madre Rusia pueden regocijarse en sus tumbas con los desmanes de sus herederos en el Kremlin. A ambos pueblos se les está ocultando lo común y exacerbando las diferencias: la cultura es también un campo de destrucción del enemigo. Al respecto dejó escrito Milán Kundera -que algo sabía de ello- que "para liquidar a los pueblos se empieza por privarlos de la memoria. Destruyen tus libros, tu cultura, tu historia. Y alguien escribe otros libros, da otra cultura, inventa otra historia; después, la gente comienza a olvidar lentamente lo que son y lo que fueron". 

Pero, además, hay un saldo político internacional no previsto por los estrategas del Pentágono y sus socios menores de Bruselas: las sanciones económicas occidentales a Rusia no han mellado su PIB, más bien al contrario. Éste no ha dejado de aumentar debido a dos causas: por tierras ucranianas sigue manando el gas ruso hacia los países de la Unión Europea (paradojas de la posición "occidental") y Putin ha contado con otro factor a su favor y es que el mundo ha cambiado sustantiva y aceleradamente. La globalización neoliberal tiene varias potencias en ascenso que aspiran abiertamente a disputar la hegemonía a los Estados Unidos de América, lo que ha beneficiado a los arsenales y las finanzas rusas. El mundo pierde recursos y alimentos, pero los oligarcas del este y del oeste se enriquecen.  

¿Por dónde empezar? 

Así no puede continuar la cosa. Es conveniente considerar la reciente afirmación de Josep Borrell, jefe de la diplomacia europea: "No hacer nada no es una opción". La cuestión es qué hacer, cuál es la opción que desde una posición de izquierda socialista radicalmente democrática e internacionalista debe adoptarse. Y, desde luego, no es el "más madera" de los hermanos Marx que en términos comunitarios para Borrell se traduce en fabricar más armas, vender más armas, aumentar los presupuestos militares en detrimento de los rubros sociales (el gasto público, incluso si subieran los impuestos, se mueve con la regla de hierro de "suma cero"). Ese camino ya se ha experimentado y bien lo saben Biden, Ursula von der Leyen y el propio alto representante de la UE para Política Exterior y Seguridad. 

Tras los cuantiosos envíos de armas y dinero al gobierno de Volodimir Zelenski por parte de Estados Unidos y la UE, la situación militar -por razones que no son objeto de la reflexión de hoy- se ha estancado y se muestra favorable al gobierno del sátrapa Putin. El pasado jueves 2 de marzo la Unión Europea aprobó otros 50.000 millones de € para sostener el aparato militar ucraniano. Desde el inicio de la invasión la UE aportó 84.300 millones de euros -de los que Alemania aportó 21.000-, Estados Unidos 71.400 y el Reino Unido 13.300. Dinero acompañado de un fuerte apoyo diplomático y de los medios de comunicación occidentales y, muy importante, apoyo directo en los campos de seguridad e inteligencia apoyada en el despliegue tecnológico y en la red de espionaje mayor del mundo. ¿Realmente es lógico apostar por victoria total o nada? Esa es la opción de Putin y de Biden y Borrell. Aunque, ojo, lleve cuidado el pueblo ucraniano, los vientos de poniente pueden cambiar de dirección y puede encontrase desolado y abandonado en el esfuerzo bélico si este no es exitoso a corto plazo. 

Habrá que buscar otros caminos. No es ese el camino. En primer lugar, la izquierda política occidental, los sindicatos y los movimientos sociales deben alzar su voz independiente respecto a los gobiernos. Como en las mejores tradiciones del movimiento obrero internacionalista frente a las guerras imperialistas. Por ello no puede repetirse la subordinación a los dictados del propio imperialismo reflejados el 1 de marzo de 2022, tras la invasión de Putin, cuando se produjo una votación en el Parlamento Europeo en el sentido de ampliar la presencia de la OTAN en los países del entorno de Rusia. Si no interpreto mal, las actas del europarlamento reflejadas en B9-0123/202, Podemos y ERC votaron a favor; Bildu, BNG e IU se abstuvieron; Miguel Urbán de Anticapitalistas fue uno de los 13 eurodiputados que votaron en contra y obviamente, PP, PSOE, VOX y Ciudadanos votaron a favor. 

Para mejor lograr una posición propia es necesario intentar -más allá de la propaganda bélica y belicista- comprender la naturaleza del conflicto en curso ya que las simplificaciones son el arma del diablo de la guerra y del campismo. Y en la guerra de Ucrania confluyen varios estratos y conflictos: hay una guerra defensiva de liberación nacional por parte de Ucrania frente a una guerra de ocupación rusa, un conflicto en el seno de la comunidad ucraniana asentada en el Donbás respecto a las relaciones con el imperio vecino en el que se manifiestan identidades nacionales diferente y una guerra interimperialista por procuración de Estados Unidos -y la OTAN- contra la potencia rusa. Si no se tienen en cuenta todos estos elementos no hay posible salida democrática y popular. 

La guerra que anuncia guerras 

La tensión entre los imperialismos, con varios países dueños del arma nuclear, ha subido grados de temperatura y decibelios de sonido. Es ingenuo pensar que jamás se usarán, como en su día más de una vez denunció Ernest Mandel -con quien comparto análisis de las lacras del capitalismo tardío-. También coincido plenamente con Ken Coates - presidente de la organización Bertrand Russell, coordinador de la campaña para el Desarme Nuclear Europeo (END) y miembro destacado del Partido Laborista británico- cuando afirmó hace décadas de forma visionaria que "la disuasión es un modelo diseñado para un mundo bipolarizado, pero la bipolaridad del mundo está desapareciendo. Si todos los pueblos van a convertirse en potencias nucleares para ser independientes, el mundo no va a durar mucho...".

La situación actual es volátil y peligrosa, basada en un modelo congelado, en una doctrina del equilibrio del terror de hace 40 años. Podemos concluir a la vista de anteriores conflagraciones mundiales y de la dinámica actual de proliferación de conflictos en lo que el Subcomandante Insurgente Marcos, desde Chiapas, calificó de "cuarta guerra mundial". En la arena internacional cualquier pequeño detonante puede hacer arder la pradera como ya ocurrió en el siglo XX dos veces seguidas. 

La "operación militar especial" de Putin es una manifestación sangrienta de la lógica expansionista del imperialismo ruso. Para llevarla a cabo, el presidente ruso ha tenido que falsificar la historia para asentar su discurso por una parte y a la vez cercenar las escasas libertades y derechos del pueblo y los pueblos que configuran esa gran cárcel de pueblos que es la actual Rusia, reprimiendo cualquier manifestación política y sindical independiente. A la vez, y hay que tenerlo en cuenta, Putin manifiesta una preocupación ante tres hechos que no hay que desestimar: la extensión constante de la OTAN hacia el este, el enquistamiento de la guerra del Donbás desde 2014 en el que una parte de ucranianos se manifestaron pro-rusos y las propuestas occidentales de incluir a Ucrania en la OTAN y recientemente en la UE. 

El resultado de su acción es contradictorio: por una parte, reforzó el sentimiento nacional ucraniano incluyendo el de sectores ruso-parlantes de fuera del Donbás que se unieron a la defensa armada de Ucrania y, por otro lado, provocó un resurgir y una hipócrita (re)legitimización de la OTAN que desde el fiasco de Afganistán estaba sin misión ni función como pollo sin cabeza. De hecho, dio argumentos a quienes, en la Cumbre de Madrid de la Alianza Atlántica, señalaban como enemigo principal a Rusia y de paso comenzaron a poner en el mapa el mar de China para ir creando el miedo ante el avance del competidor asiático. En el imperialismo nadie da puntada sin hilo. 

El resultado de la evolución de la oligarquía putinista es un reforzamiento de la ideología etnonacionalista panrusa excluyente y, por tanto, un giro al autoritarismo tan propio de la evolución de las principales potencias neoliberales. El capitalismo ruso quiere reforzar su posición mundial para poder participar del nuevo reparto de influencias, del saqueo extractivista en el Sur global y mejorar su balanza comercial. La continuación de la guerra favorece a Putin, y que nadie piense, con los datos que actualmente tenemos en la mano, que es posible una victoria total sobre el ejército ruso que haría tambalear a Putin. Solo si se logra recomponer una oposición democrática y socialista con fuerza en el interior de Rusia puede detenerse la actual deriva del Kremlin y cambiar el curso de la historia derrocando al sátrapa. 

En el caso de Estados Unidos y la OTAN se libra una batalla a través de intermediario. El pueblo ucraniano es el que pone los muertos mientras se intenta cercenar el poder de las potencias imperialista competidoras. Esta guerra proxy, de momento, evita repatriar cadáveres a USA bajo la bandera de las barras y estrellas. Cualquier interpretación de la actitud del imperialismo norteamericano y europeo como defensores de las libertades y la democracia o del legítimo derecho a la autodefensa del pueblo ucraniano es taparse los ojos y los oídos frente a las numerosas -tanto pasadas como presentes- actuaciones del imperialismo occidental en defensa de los intereses del gran capital de sus respectivos países o de las multinacionales. Empezando por el renacimiento de la industria militar europea y norteamericana que a la vez que provee de nuevos artefactos de la muerte comienza también a establecer planes para la futura reconstrucción del país. Negocio redondo. 

De nuevo y una vez más, el viejo Marx acertó al afirmar que los capitalistas y sus estados son una "banda de hermanos en guerra". 

Existen alternativas, luchemos por ellas 

Como se puede comprobar, esta guerra tiene múltiples capas y trampas escondidas tras los discursos belicistas. Y debemos acercarnos a esa realidad con decisión y precaución para evitar el llanto. Al belicismo hay que atacarlo con propuestas que puedan interesar tanto al pueblo A como al Z, en este caso al pueblo ucraniano y al pueblo ruso. La premisa de la que debe partir una posición internacionalista independiente es de guerra a la guerra imperialista, construyendo una respuesta solidaria a favor de una paz justa y duradera. La única solución duradera a esta guerra es poner fin a la invasión y la ofensiva rusas, a los bombardeos de poblaciones civiles y de suministros energéticos.  

Los puntos que posibilitarían un frente amplio para presionar a los gobiernos ruso y norteamericano, así como a los gobiernos de cada país involucrado se pueden sintetizar en los siguientes: 

Hay que exigir un alto el fuego para parar la sangría, la destrucción de recursos y el exilio; y la desmilitarización y desnuclearización de las fronteras de Ucrania así como poner fin al envío de armas por parte de los países imperialistas occidentales y de los embargos y medidas económicas que gravan en última instancia no a la oligarquía sino al pueblo ruso. El correlato de lo anterior es la retirada inmediata de las tropas rusas e impulsar la neutralidad y no alineamiento de Ucrania ante todos los imperialismos que concurren en el conflicto.  

Es muy importante acabar con el secretismo diplomático y la razón de Estado que nos roban la verdad. Por ello, todas las posibles negociaciones de alto el fuego o de "paz" deben ser públicas ante los pueblos ucraniano y ruso, y ante el mundo entero. La lógica internacionalista conlleva la solidaridad con el pueblo ucraniano y particularmente con los minoritarios sectores de izquierda y sindicales que se oponen a las medidas antisociales de Zelenski, que pese a la debilidad que les impide jugar un papel independiente importante en el conflicto, existen. Solidaridad entre pueblos con el pueblo ucraniano más allá de sus dirigentes neoliberales, solidaridad extensiva a los sectores del pueblo ruso que resisten al dictador.  

Lo que supone partir del reconocimiento y defensa del derecho del pueblo ucraniano a resistir la invasión de Putin, a decidir su propio futuro en su propio interés respetando los derechos de todas las minorías; su derecho a determinar este futuro independientemente de los intereses de la oligarquía o del actual régimen capitalista neoliberal, de las condiciones del FMI o de la UE, con la condonación total de su deuda; y el derecho de todos los refugiados y desplazados a regresar con plena seguridad y derechos. 

Para construir un futuro en paz en Ucrania es preciso asegurar el ejercicio del derecho de autodeterminación para el Donbás bajo la supervisión de países no alineados en el conflicto y la cancelación de la deuda externa que pesa como espada de Damocles sobre el conjunto de la sociedad ucraniana. 

Para pagar los costes materiales de la guerra es necesario romper el secreto bancario y abrir los paraísos fiscales para confiscar los activos de los oligarcas rusos y sus cómplices internacionales para dedicarlos a la reconstrucción de Ucrania y a las familias rusas afectadas por la guerra. 

Y finalmente, no hay que hacer ninguna concesión a la existencia de los bloques militares (OTAN, OTSC y AUKUS),  que lejos de ser garantía de paz y defensa, son instrumentos de agresión y guerra contra los pueblos. Como tampoco hay que aceptar la utilización cínica de la guerra en Ucrania para aumentar los presupuestos militares y la industria bélica. Y no menos importante: hay que exigir el desarme mundial, especialmente en lo que respecta a las armas nucleares y químicas, trabajar por una paz global en la que ningún Estado imponga, invada u oprima al otro; es decir, una paz sin colonizadores ni cementerios de pueblos colonizados.  

Con ello quizás podamos desmentir a los actualmente denostados literatos rusos, como Maksim Gorki, cuando en el entierro de Antón Chéjov afirmó que el mensaje que este nos dejaba era "señoras y señores, no hemos aprendido a vivir en paz". 

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