Dominio público

Deseo y nihilismo

Antonio Antón

Sociólogo y politólogo

Girando sobre la noche oculta, Egon Schiele
Girando sobre la noche oculta, Egon Schiele

El #SeAcabó defendido como idea fundamental en este último 8M, demuestra una buena orientación feminista, con el refuerzo del consentimiento frente a la lacra de la violencia machista. Esta gran movilización, en el marco de la actual ola feminista de los últimos años contra el acoso sexista y los privilegios y la desigualdad de género, contrasta con la opinión de que el feminismo ha ido demasiado lejos y tiene que rebajar sus objetivos, en particular, la exigencia de consentimiento para asegurar la voluntariedad de las relaciones sexuales y la libertad sexual. Critico aquí, desde el punto de vista teórico, algunos de los fundamentos posmodernos que relativizan la importancia del consentimiento.

Además de las dos posiciones que ningunean el consentimiento, la teoría -estructuralista- de la dominación y el neoliberalismo -radical-, desde cierto pensamiento posmoderno se contribuye al combate contra el consentimiento con la crítica a su fundamento doctrinal en el contractualismo y basándose en la importancia del inconsciente. No se trata de valorar las bases del pensamiento psicoanalítico, desde Freud, Foucault y Lacan, sino de su expresión más posmoderna, individualista e idealista. La idea más extrema, de origen en Nietzsche, se basa en la inexistencia de un sujeto pensante o racional o, simplemente, relacional/social; solo existiría el sujeto impulsivo o pasional, con la pulsión del deseo sexual (la libido) o la voluntad de poder inseparable de la sexualidad, tal como bien explican Judith Butler y Éric Marty (El sexo de los Modernos. Pensamiento de lo Neutro y teoría del género, 2022).

El no saber y el escepticismo filosófico

Ese escepticismo filosófico, ya presente en algunos filósofos griegos de la antigüedad, niega la posibilidad de conocer la realidad, considera la existencia de dos esferas sin conexión, la realidad (material, social o cultural) y la mente. Frente a las certezas del conocer por el racionalismo y el empirismo de la experiencia, la teoría del conocimiento posmoderna se va al extremo contrario, al relativismo y la incapacidad humana para conocer. Así, se llega al nihilismo como negación de la existencia de una realidad objetiva que fundamente el conocimiento y la moral.

Se trata del énfasis en el ‘no saber’ del deseo sexual que conlleva la indefinición sobre la voluntariedad y el acuerdo y la impotencia ante la agresión sexual. Vista por un varón machista es una justificación de la permisividad realizadora de su deseo prepotente ante una mujer indefensa e indecisa sin criterio valorativo para consentir porque no sabe... no sobre el placer esperable y el tipo de práctica sexual más estimulante, sino sobre la evaluación de si hay agresión o imposición. O sea, el consentimiento queda invalidado porque no se sabe qué relación sexual se tiene y qué se debe decidir: opacidad absoluta. La consecuencia conductual es la dependencia total del supuesto motor interior de la libido, que no se conoce, o de las circunstancias externas y sus agentes masculinos que sí saben e imponen su deseo y práctica sexual.

Así, si no hay individuo consciente y soberano no hay pacto relacional posible, solo individuos aislados con relaciones exteriores, ciegas, opacas e instrumentales con otro sujeto... que solo el psicoanálisis sobre el inconsciente puede intentar descifrar. Hemos acabado con el consentimiento porque no existen sujetos que pacten ni con capacidad para acordar; en último extremo, según ese pensamiento posmoderno, está la muerte del sujeto, el fin de la agencia. Eso sí, una vez acabada la experiencia consciente queda el inconsciente, atravesado por una pulsión real y operativa. Se llega a negar cualquier racionalidad del sujeto y sus ‘delirios de grandeza’, así como la misma existencia del sujeto consciente, todo ello desde un postmodernismo irracional y deseante basado en un nuevo determinismo psico-biológico.

Superar el individualismo liberal y posmoderno

Frente al conservadurismo tradicionalista, las dos corrientes modernas dominantes y en conflicto entre ellas, han sido el racionalismo y el empirismo (pasional y experiencial). El pensamiento posmoderno, más que la superación de la modernidad supone una radicalización de ese componente pasional (sentimientos, afectos, deseos) con un combate contra la otra tendencia racionalista o ilustrada y, al mismo tiempo, contra la nueva tendencia -con raíces desde la antigüedad aristotélica-, realista, solidaria y colectiva.

Pero ambas tendencias modernas se basan en el individualismo (liberal) y en el idealismo (a veces, bañado de positivismo) frente a esa tercera tendencia emergente que se refuerza en los siglos XIX y XX, que llamo realismo social, interactivo y crítico (mejor y más multidimensional que materialismo histórico y dialéctico). Tiene una base antropológica fundamentada sobre el carácter doble del ser humano, individual y social, y con una formación sociohistórica y relacional de los sujetos individuales y colectivos.

En ese sentido, la masculinidad no representaría solo la racionalidad y la feminidad tampoco solo la afectividad, tal como afirman las corrientes esencialistas, patriarcales o de la diferencia determinista de los géneros, sino que los seres humanos tendríamos más interrelaciones entre esos dos rasgos (y otros), y según sus papeles sociales en sus contextos estructurales y socioculturales.

Por tanto, la tendencia del pensamiento posmoderno ligado al escepticismo filosófico, clásico y moderno, es la deriva hacia el irracionalismo y el idealismo discursivo. No hay superación del contractualismo, base relacional desde el derecho romano, fundamentado en el realismo de intereses compartidos o beneficios mutuos, en la colaboración interpersonal por objetivos comunes que desbordan el egoísmo -impulso irrefrenable- del liberalismo fundacional. Más bien, se produce un retroceso histórico-ideológico hacia el liberalismo más individualista y ‘pasional’ de Hume y Smith frente a Rousseau y el contrato social, que constituía un avance realista y pragmático frente al individualismo desaforado, así como preventivo y regulador del incipiente conflicto social colectivo. Pero, particularmente, hoy supone una reacción adaptativa e individualizadora contra la dinámica social y comunitaria de la tradición relacional de las izquierdas democráticas, los movimientos sociales progresistas y el feminismo solidario.

El sujeto deseante y opaco, así como el irracionalismo o el escepticismo filosófico no sirven para fundamentar un feminismo crítico, popular y transformador respecto de las profundas relaciones de desigualdad. Su individualismo abstracto le impide valorar y cambiar las condiciones de subordinación de las interdependencias del ser humano. En ese sentido, la sexualidad no solo es la expresión de un deseo individual, la libido, sino, sobre todo, una interacción humana y, por tanto, inserta en una relación social y las normas cívicas que la regulan.

En consecuencia, no hay que confundir conciencia y racionalidad del sujeto con individualismo. El sujeto pasional o deseante del siglo XVII y XVIII, sobre el que se asienta el enfoque posmoderno, también es super individualista. Entonces la pasión -el egoísmo- era el motor para la apropiación individual de riqueza y poder, con el pretexto de beneficiar a la sociedad y expandir la libertad frente a las estructuras del Antiguo Régimen; ahora, el deseo sexual -la libido- se pretende justificar en la libertad, con la finalidad del beneficio individual... sin importar las condiciones, las consecuencias y los criterios relacionales de ese comportamiento interpersonal, que es lo que aporta el consentimiento... y la ética igualitaria.

Un feminismo relacional, igualitario y emancipador

La superación de ambas corrientes clásicas de pensamiento, la liberal individualista, en sus dos variantes -racionalista y pasional-, y la conservadora jerarquizadora, luego confluyentes, empieza, precisamente, con el contractualismo del siglo XVIII -lo mejor de la Ilustración y la revolución francesa unido al republicanismo cívico- y, sobre todo, con la experiencia comunitaria popular y el pensamiento solidario de las izquierdas democráticas y los movimientos populares y socialistas, que ponen el énfasis en el sujeto relacional, interdependiente y colectivo, con ese carácter doble, individual y social. Se supera también la vieja idea comunitaria medieval, reactivada por el populismo moderno reaccionario, de imponer la vieja estructura familiar patriarcal o la dominación estatalista del poder (Hobbes, Schmitt), sin reconocimiento del individuo, y que ya fue cuestionada por el humanismo renacentista, el romanticismo revolucionario y el primer feminismo liberador.

Llegamos, por tanto, a la necesidad de un equilibrio entre los dos componentes, el individual y el social de la persona, entre sus derechos individuales y colectivos, entre su afirmación como individuo y unas condiciones relacionales iguales y libres, entre deseo sexual y consentimiento. El feminismo debe tener un sentido relacional igualitario y emancipador.

Este enfoque social y crítico es difícil de comprender desde una mirada posmoderna ultra individualista e irrealista. El entendimiento se bloquea por la falta de un lenguaje común; se llega a la incomprensión del otro, con distinto marco interpretativo. Frente a los límites teóricos de la modernidad y la postmodernidad, y aun con sus múltiples aportaciones respectivas, es necesario un pensamiento multidimensional, complejo e interactivo. Supone un cambio de actitud intelectual, con reafirmación del realismo -partiendo de las relaciones de desigualdad- y de la voluntad transformadora, igualitaria, solidaria y emancipadora. Se trata de la interrelación de los tres ejes: realismo analítico, sujeto transformador y valores colectivos o derechos humanos.

En consecuencia, como las divergencias argumentales también obedecen a una pugna sociopolítica, así como de estatus y reconocimiento público, este tema del consentimiento, más allá de la clarificación teórica, solo es resoluble en el campo de la legitimación popular y feminista, en el avance real de la igualdad y la libertad. Y para salir de su enconamiento discursivo y vencer la dinámica machista reaccionaria habría que impulsar la activación feminista transformadora y, al mismo tiempo, utilizar los instrumentos democráticos y de debate, precisamente, colectivos, racionales y con argumentos, asentados en la mejor tradición de los valores ilustrados -libertad, igualdad y solidaridad- y los derechos humanos y sociales.

En definitiva, la prioridad del consentimiento y la voluntariedad es lo que, en un contexto relacional concreto, da sentido a una relación sexual libre y no impuesta. Es la enseñanza ética y teórica que ha proporcionado esta masiva y mediática experiencia feminista frente a la prepotencia machista.

 

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