Robert Reich
Catedrático de Políticas Públicas en la Universidad de California en Berkeley y ex secretario de Comercio de la Administración Clinton
En los últimos días de esta decepcionante campaña presidencial en la que demasiados temas han sido esquivados o eludidos, mientras los medios de comunicación sólo querían hablar de quién estaba arriba y quién abajo, la principal cuestión sobre la que los candidatos nos han ofrecido la decisión más clara es si los ricos deberían pagar más impuestos.
El presidente Obama afirma enfáticamente que sí. Propone poner fin a la rebaja impositiva de Bush para los que ganan más de 250.000 dólares [unos 195.000 euros] al año, y estableciendo que el 1 por ciento más rico pague al fisco no menos de la tercera parte de sus ingreso, algo conocido como "la Regla de Buffett".
Mitt Romney afirma enfáticamente que no. Propone rebajar otro 20% las tasas impositivas a los ricos, ampliando el recorte de impuestos de Bush a los más acaudalados, y reduciendo o eliminando las cargas tributarias sobre dividendos y beneficios del capital.
Romney dice que acabará con las lagunas jurídicas y suprimirá las deducciones que emplean los ricos para que su parte del total de los impuestos recaudados permanezca igual que ahora, aunque se niega a especificar qué lagunas jurídicas y qué deducciones eliminará. Pero incluso si diéramos por buena su palabra, en ningún caso incrementaría los impuestos a los más ricos.
Obama tiene razón.
Estados Unidos afronta un déficit inmenso. Y prácticamente todos los que han estudiado cómo reducirlo –la Oficina de Presupuestos del Congreso no partidista, la Comisión Simpson-Bowles de los dos partidos y casi todos los economistas y analistas independientes– han acabado por proponer algún tipo de combinación de recortes de gastos y subidas de impuestos para aumentar la recaudación.
Este último 25 de octubre, altos ejecutivos de más de ochenta grandes corporaciones estadounidenses abogaron por una reforma impositiva que "aumente la recaudación y reduzca el déficit".
La cuestión práctica es quién abona esos ingresos suplementarios. Si el punto de vista de Romney se impone y los ricos no son los que pagan más, entonces todos los demás deberán hacerlo.
Eso es un sinsentido. Los ricos son mucho más ricos de lo que solían ser, mientras que la mayor parte del resto de nosotros es más pobre. Las últimas cifras muestran que el 1% de arriba han cosechado hasta ahora el 93% de todas las ganancias obtenidas hasta ahora por la recuperación [en EEUU]. En cambio, los ingresos familiares medios son un 8% inferiores a los del año 2000, si los ajustamos a la inflación.
El abismo se ha estado ampliando durante las últimas tres décadas. Desde 1980, el 1% superior ha duplicado su parte de la riqueza total del país: del 10% al 20%. La parte del 0,1% se ha triplicado. Y la del 0,01% (unas 16.000 familias) se ha cuadruplicado. Los 400 estadounidenses más ricos poseen ahora más patrimonio que los 150 millones que estamos en la parte inferior todos juntos.
Entretanto, los tipos impositivos que pagan los más acaudalados se han desplomado. Antes de 1981, el máximo tipo fiscal marginal nunca había sido inferior al 70%. Con el presidente Dwight Eisenhower llegó a alcanzar el 93%. Incluso después de aprovechar todas las deducciones y desgravaciones a su alcance, los ricos pagaban en torno al 54%.
El máximo tipo fiscal actual es de sólo el 35% y el impuesto sobre las ganancias de capital (el incremento del valor de las inversiones) es de sólo el 15%. Puesto que tanta proporción de sus ingresos procede de la ganancias de capital, muchos de los súper-ricos, como el propio Mitt Romney, pagan un 14% o incluso menos en impuestos. Eso equivale a un tipo fiscal inferior al que han de pagar muchos norteamericanos de clase media.
De hecho, si se suman todos los impuestos abonados –no sólo sobre la renta y sobre ganancias de capital, sino también los impuestos sobre la nómina (que no se aplican a rentas superiores a los 110.100 dólares), y los impuestos sobre el valor añadido– la mayor parte de nosotros estamos pagando en impuestos un porcentaje de nuestros ingresos más elevado que el que abonando los que están en la cúspide de la pirámide económica.
Por tanto, ¿cómo puede alguien argumentar en contra de aumentar los impuestos a los ricos? Fácil. Dicen que frenaría el desarrollo económico porque los ricos son "creadores de empleo".
Según la inmortal terminología de Joe Biden, eso no es más que cháchara*.
La economía funcionó bastante bien durante las tres décadas siguientes a la II Guerra Mundial, cuando el tipo fiscal máximo nunca cayó por debajo del 70%. El crecimiento económico anual promedio fue más elevado en esos años de lo que ha sido después, cuando los impuestos a los ricos han sido mucho más reducidos.
Bill Clinton aumentó los impuestos a los ricos y la economía funcionó estupendamente. George W. Bush los recortó y la economía se frenó.
Los verdaderos creadores de empleo son los estadounidenses de la amplia clase media, cuyo gasto estimula a que los negocios se expandan y contraten asalariados... y cuya falta de consumo tiene el efecto contrario.
Por eso la recuperación ha sido dolorosamente lenta. Tantos ingresos y tanta riqueza han ido a parar a la clase más alta de la sociedad que la inmensa mayoría de los norteamericanos del centro de la escala se han quedado sin el poder de compra necesario para volver a arrancar la economía. Los ricos ahorran la mayor parte de los que ganan, y sus ahorros acaban en cualquier lugar del mundo donde puedan obtener la mayor rentabilidad.
Sería una locura agravar los daños elevando los impuestos a la clase media y no a los ricos.
La lógica, la equidad y el sentido común dictan la necesidad de que los ricos paguen más impuestos. Es la clave para evitar que nos precipitemos por un precipicio fiscal el próximo enero y para alcanzar un "gran compromiso" para domar el déficit presupuestario. Y es crucial para volver a encarrilar la economía.
*En inglés, "malarky", 'slang' intraducible con el significado de "palabrería".
Comentarios
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