El agua es un bien común, un derecho humano y un servicio público. Su importancia vital es tan grande que su inexistencia o escasez puede desatar a los jinetes del apocalipsis. Por ello, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó en 2010 una resolución histórica que reconoce "el derecho al agua potable y al saneamiento como un derecho humano esencial para el pleno disfrute de la vida y de todos los derechos humanos". Maravilloso, pero si no se garantiza su cumplimiento se convierten en inútiles derechos de salón.
El agua puede ayudar a la paz o desencadenar conflictos. Naciones Unidas ha decidido celebrar el Día Mundial del Agua el 22 de marzo bajo el lema de "Agua para la Paz". En España se ha realizado una Jornada sobre el tema en el Congreso de los Diputados, organizada por la Red Agua Pública y por la Coordinadora de Organizaciones para el Desarrollo, donde se expusieron interesantes propuestas.
Históricamente, los ríos han hermanado a los pueblos. Miles de millones de personas y 153 países comparten ecosistemas acuáticos, pero solo 24 países tienen acuerdos de cooperación. Por ello, a veces se producen conflictos por la soberanía sobre las aguas. Como defiende Pedro Arrojo (relator especial de la ONU para el Agua), las cuencas y acuíferos no reconocen las fronteras y conviene tener una visión ecosistémica sobre el agua que fomente la cooperación transfronteriza en beneficio de todos, desde el enfoque de los derechos humanos y con la participación de la ciudadanía y de las poblaciones vulnerables.
El agua va a ser un motivo de conflicto al disminuir los recursos hídricos y el acceso a los mismos por el acelerado cambio climático, el aumento demográfico y de las desigualdades. La escasez de agua podría estar afectando ya a más del 40% de la población mundial y esta realidad será causa de tensiones y desplazamientos de población. Hay estudios, como el del Pacific Institute, que calcula que ha habido 1.057 conflictos por el agua en los últimos 22 años. Datos preocupantes, que pueden aumentar en la perspectiva de una agudización de un calentamiento global que ha batido todos los récords en 2023.
El agua se utiliza como arma de guerra. Con intervenciones directas en los frentes, como sucedió en 2023 con la voladura de la presa de Nova Kajovka en Ucrania. Pero la forma más terrible de utilización es negar o dificultar el acceso al agua a la población. No olvidemos que a veces está en la base del conflicto: la guerra de Siria comenzó en un contexto de sequía. Lo cierto es que allí donde hay un conflicto armado, suele haber problemas con el agua. Veamos ejemplos.
En Yemen se ha empleado como arma de guerra y las consecuencias son brutales. Unos 15 millones de personas no tienen acceso al agua potable por los bombardeos que han destruido estaciones de bombeo, depósitos y tuberías que han reducido el agua potable y segura y ha propagado enfermedades. Debido a ello, en 2017 se produjo una epidemia de cólera que afectó a un millón de personas y murieron 2.000, la mayoría niños.
El caso de Palestina es de los más dramáticos. En Cisjordania todo se resume en una total asimetría: hay agua para Israel, pero no para los palestinos. En los territorios ocupados desde 1967, Israel ha incrementado su apropiación del agua. La población palestina solo dispone de la que les da el ejército, la pagan hasta nueve veces más cara que los israelíes y se les prohíbe recolectar agua de lluvia. Israel la utiliza para desplazar a la población y facilitar los asentamientos ilegales.
Gaza, que se muere de sed, convertida en una inmensa cárcel a cielo abierto para casi 2,3 millones de personas, y ahora Israel la está convirtiendo en un cementerio. Van 31.923 personas asesinadas, la mayoría civiles, de ellos más de 13.000 niños y niñas. Y no solo matan las bombas. A los muertos se añade una completa destrucción que convierte a Gaza en un lugar inhabitable, como hizo Roma con Cartago cuando sembró sus campos con sal. Un genocidio es más que acabar con la vida, es hacerla insostenible, y esta es la barbarie que está cometiendo Israel con el apoyo de EEUU y la complicidad pasiva de la Unión Europea.
La UNRWA denuncia que Israel ha llevado a los gazatíes a una situación de hambre y sed extrema. Israel está destruyendo hospitales, escuelas, viviendas, carreteras e infraestructuras hídricas de forma sistemática. Bloquea el suministro de energía necesaria para hacer funcionar las instalaciones de abastecimiento y distribución, colapsando las desaladoras y depuradoras de aguas residuales.
Las destrucciones y la hiper salinización y alta contaminación del acuífero costero, que hace que el 95% del agua no sea potable, producen varias consecuencias. Por un lado, solo se dispone de 2 a 3 litros de agua por persona y día, cuando según la OMS el mínimo vital debería estar en 100 litros. Intenten imaginarse cómo sobrevivirían con 3 litros de agua al día para calmar la sed, dar biberones a un bebé, cocinar, lavarse, curar una herida... Parece imposible. Por otro, hay grave riesgo de crisis sanitaria y la ONU advierte de la amenaza de muerte infantil por deshidratación. Netanyahu está utilizando el agua como arma de guerra y ello es un crimen de lesa humanidad en su categoría de exterminio. La comunidad internacional debe aislar a Israel y apostar por un alto el fuego permanente y una solución definitiva al conflicto.
La paz solo es posible asegurarla desde la justicia social y el respeto a los derechos humanos. El agua y el saneamiento son derechos humanos y hay que incrementar su protección en el Derecho Internacional Humanitario. Algo que ya se recogía en los Convenios de Ginebra de 1949 al prohibir expresamente "atacar, destruir o inutilizar los bienes indispensables para la supervivencia de la población". Aquí entra todo lo relativo a infraestructuras y a reservas hídricas.
En resumen, hay que garantizar la seguridad hídrica en todos los planos: acceso universal, reparto equitativo, mínimo vital asegurado, sostenibilidad medioambiental del recurso, gobernanza democrática (información, participación) y cooperación. El derecho al agua es uno de los componentes más esenciales del derecho a la vida. Cuidarlo nos obliga a la comunidad internacional, a la ciudadanía y a la ciencia. El agua debería ser un argumento para el hermanamiento, la cooperación y la paz. Más aún, ojalá fuéramos capaces de conseguir entre todos que las guerras se convirtieran en un mal sueño y que los halcones que las fomentan fueran tratados como delincuentes contra la Humanidad. Si no lo conseguimos, nos encontraremos con el pasado convertido en futuro, o al revés, que diría Walter Benjamin.
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