Dominio público

El escaño de Vox

Noelia Adánez

Amaia Martínez, de VOX.Iñaki Berasaluce / Europa Press
Amaia Martínez, de Vox.
Iñaki Berasaluce / Europa Press

Como es sabido y estas elecciones han venido a recordar, las tres provincias vascas reparten de manera igualitaria número de escaños y porcentaje de votos: 25 diputados cada una para el total de los 75 que integran su Parlamento. Pero, como también estas elecciones se han encargado de actualizar, frente a la provincia de Vizcaya, que suma un 52,2% de los habitantes del conjunto de Euskadi, en el extremo opuesto, Álava sólo cuenta con un 15,2%. En el centro se sitúa Guipúzcoa, con un 32,6% del total del cuerpo electoral. Uno de los efectos más manifiestamente injustos de esta asignación de votos que prescinde de la proporción es que Vox ha logrado un escaño por esta última provincia. A la formación de ultraderecha le ha costado algo más de 21 mil  sufragios garantizar los 100.000 euros que cobra del Parlamento vasco, al margen del sueldo de su única diputada, Amaia Martínez.

Recordemos que Vox no logró entrar al Parlamento gallego el pasado 18 de febrero, pero pudo ahorrarse la escenificación de esta derrota porque, al no contar con presencia previa, hizo ver que no había nada que lamentar. Para Santiago Abascal, nacido en Amurrio, en la provincia de Álava -donde ha acudido a dar hasta seis mítines en esta última campaña-, y cuya carrera comenzó como concejal en Ayuntamiento de Llodio con apenas 21 años de la mano del Partido Popular, no revalidar el escaño por su provincia habría supuesto una dramática derrota simbólica además de un nuevo revés financiero.

Vox llegó a la política para ocupar el espacio de la derecha más extrema en un momento en el que a sus fundadores les pareció que Rajoy llevaba a cabo concesiones que arrastraban al partido hacia una moderación intolerable. Los réditos electorales de sus mensajes llegaron a partir de 2019. Su declive ha comenzado a hacerse visible apenas cinco años después, cuando en las elecciones generales de julio de 2023 pasó de 52 a 33 diputados.

La pérdida de potencia electoral y la progresiva merma del espacio institucional de la ultraderecha se ha debido a la opa lanzada por un PP que ha optado, desde la llegada de Alberto Núñez Feijóo a la presidencia del partido, por abrazar el marco de la ultraderecha de manera vicaria en las autonomías y municipios en los que ha pactado con ella para gobernar y, de forma directa, en los que, como sucede en el Madrid de Díaz Ayuso, ha incorporado e incluso exacerbado los mensajes ultras, rentabilizándolos en forma de mayoría absoluta.

El hecho de que las derechas estén de moda a Vox le está sentando fatal. Las salidas de dirigentes destacados del partido ultra, desde Iván Espinosa de los Monteros a la celebrificada Macarena Olona, y las crisis territoriales que sacuden a la formación, desde Cantabria a Baleares, junto con su irrelevancia electoral en territorios como Galicia o, como pronto se verificará, Cataluña, ponen de manifiesto que Vox ya solo tiene capacidad de lograr escaños (y financiación) cuando hace lo único que sabe hacer, lo que ha venido a hacer a la política en nombre de la defensa de España y una escueta e intolerante idea de identidad nacional: aprovecharse de las circunstancias para escalar. A Vox le funcionan los pelotazos, pero las instituciones le sientan mal.

La gesta de Vox en Euskadi ha consistido en lograr un escaño con algo más de dos mil votos que Podemos, que se queda fuera del Parlamento autonómico, y con casi 15 mil menos que Sumar, que sin embargo obtiene, como Vox, un único escaño. En el caso de la formación de extrema derecha, el asiento volverá a ser ocupado por Amaia Martínez, quien sola o en compañía de Santiago Abascal, ha reducido su programa de gobierno al monotema del control de la inmigración irregular. Teniendo en cuenta que Euskadi tiene un porcentaje de población extranjera inferior al del resto de España, y que el 84,4% de inmigrantes que vive en el País Vasco cuenta con sus papeles regularizados, mientras que solo el 15,6% se encuentra en una situación administrativa irregular (uno de cada cinco), el lema de campaña de Vox, "Sabes que es verdad", vuelve a ser un chiste sin gracia; la cara más triste y lamentable del momento crítico que viven nuestras democracias.

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