Dominio público

Pedro Sánchez y la larga noche

Virginia P. Alonso

Directora de Público

Pedro Sánchez en la sesión de control del Gobierno. Jesús Hellín / Europa Press
Pedro Sánchez en la sesión de control del Gobierno.
Jesús Hellín / Europa Press

Cinco días de reflexión para anunciar un punto y aparte parece, a primera vista, un balance desequilibrado. Al menos para un presidente del Gobierno. Porque no han sido cinco días cualquiera, más bien lo contrario, han sido cinco días insólitos; empezando por la carta de Pedro Sánchez del miércoles, siguiendo por la incertidumbre que se ha instalado en todo el país, por las movilizaciones en su apoyo, y terminando con su anuncio de que se queda, sin más.

Sánchez logró con su carta algo tan importante como desplazar la atención hacia dos asuntos cruciales que ponen en grave riesgo la democracia: el lawfare (la guerra judicial) y la utilización espuria del periodismo, con bulos y mentiras si es necesario, como estrategia de la derecha mediática para intentar tumbar gobiernos (progresistas).

Contra estas prácticas bastardas, que buscan obtener en otras plazas lo que no se gana en las urnas, se ha manifestado estos días buena parte de la izquierda española -sanchista y no sanchista, socialista y no socialista-. La ética y la decencia democráticas han ocupado artículos, pero también conversaciones de barra de bar, y esto último sí que es noticia.

Por eso, hoy, algunas esperábamos un poquito más de su comparecencia en Moncloa; que ese "punto y aparte" tuviera algo de contenido, vaya. Llámenme impaciente, pero cinco días dan para reflexionar bastante (no sólo a él, también al resto de mortales) y, tras conseguir la atención de un país entero, cuesta entender el desperdicio que supone no haber hecho ni el más mínimo desglose de ese "punto y aparte", de esa "regeneración democrática" someramente enunciada y-hasta-aquí-puedo-leer.

Entendemos, por tanto, que habrá segunda parte y que Sánchez anunciará algo en algún momento. Mientras llega (o no) la concreción, una encuesta exprés del CIS realizada el viernes refleja un impulso supersónico a la intención de voto para el PSOE, que crece en unos nueve puntos y le da diez de ventaja sobre el PP.

Esto sí es preocupante. Porque, si es complicado colocar la regeneración democrática en el debate público y lograr que en el bar se hable de lawfare, también es extremadamente sencillo que las tentaciones electoralistas lleven a poner las luces de cruce en lugar de las largas antes siquiera de que amanezca. Y queda una larga noche por delante.

Me explico. Las derechas no tienen intención de permitir que la carta de Sánchez y estos días de parón le salgan gratis. La munición está cargada: la de los partidos políticos, pero también la de los medios y pseudomedios de ese espectro ideológico, que se han revuelto aún más tras verse en el centro de la diana.

Y pueden disparar a discreción porque, recuerden, gracias al bloqueo sistemático del PP, el órgano de gobierno de la judicatura, el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) lleva camino de los cinco años y medio sin poder ser renovado. Este bloqueo le permite al partido de Feijóo mantener la holgada mayoría conservadora con la que cuenta en el Consejo (10 vocales frente a seis progresistas) y manejar de forma adulterada un poder sobre los jueces que las urnas no le otorgan. Feijóo y el PP pasarán por encima de lo que haga falta para mantener esa mayoría, se llame Sánchez, Constitución o decencia democrática.

Pero volvamos a las tentaciones electoralistas. En las elecciones del 23J, una masa nada desdeñable de ciudadanas y ciudadanos votó para que derecha y extrema derecha no gobernaran el país, en contra de la tendencia europea y casi global. Ese fue el mensaje, ni más ni menos. Pero Sumar, que llegaba supuestamente para aglutinar la izquierda alternativa, había nacido con problemas de aforo y de derechos de admisión ya antes de esas elecciones, y en los nueve meses posteriores esos problemas se les han multiplicado sin muchos visos de solución.

En estos cinco días desde que Pedro Sánchez difundiera su carta, gentes progresistas y de izquierdas se han rebelado contra la máquina del fango en las calles y en diversos actos y manifiestos. De nuevo, el mensaje ha sido claro: hay un enemigo común y solo desde la unidad se le puede plantar cara. Es muy probable que no haya tiempo ni ganas de repetirlo una tercera vez.

Por eso, cualquier lectura en clave electoralista (sea catalana, europea o estatal) comporta un riesgo demasiado grande. Por eso, tal vez la carta de Pedro Sánchez ha conseguido más de lo que él mismo cree. La cuestión es si esa izquierda alternativa es capaz de ver la oportunidad que esta situación les brinda. Si está por la tarea de constituir un frente común que combata la degeneración democrática con soluciones reales y eficaces. Si tiene la capacidad de convertir en algo tangible, útil y vertebrador ese hartazgo que la carta del presidente ha conseguido aflorar.

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