Dominio público

Por qué nos indigna Gaza

Alfredo González Ruibal

Investigador científico, Incipit-CSIC.

 

 

Por qué nos indigna Gaza
Franja de Gaza. Europa Press.

Se oyen con frecuencia críticas a la atención supuestamente desmedida que se concede a la guerra en Gaza ¿Por qué esa fijación cuando el mundo está lleno de conflictos iguales o peores? ¿Por qué no Sudán, el país con mayor número de desplazados del mundo? ¿O el este del Congo, donde los crímenes de lesa humanidad llevan sucediéndose desde hace décadas ante la indiferencia del público occidental? O Etiopía, Somalia, Myanmar, Yemen. En la pregunta hay una acusación más o menos velada: de hipocresía o ignorancia. En el caso de la derecha, la acusación es explícita: lo que sucede es que odiamos a Israel porque somos antisemitas o apoyamos a los palestinos porque ser palestinos o árabes o musulmanes o de Hamás –como afirmaba Borja Sémper la semana pasada. Piensa el ladrón que todos son de su condición y a cierta derecha no le entra en la cabeza que uno pueda defender a los palestinos simplemente como seres humanos oprimidos.

La pregunta, de todas maneras, es lícita y merece una respuesta ¿Por qué nos indigna por encima de todo, Gaza? No será por falta de razones. Por un lado, la escala de destrucción y muerte no tiene muchos paralelos en la historia reciente. En Gaza, Israel ha matado a 34.000 palestinos en siete meses, que es más del doble de todos los muertos por violencia en la guerra de Sudán en un año. Además, el 70% de las víctimas han sido mujeres y niños –14.000 niños nada menos. En la peor batalla urbana de los últimos tiempos, la de Aleppo, las muertes femeninas y de menores ascendieron al 27% del total. Tenemos que acudir a campañas directamente genocidas, más que a enfrentamientos bélicos propiamente dichos, para encontrar cifras análogas a las de Gaza.

La aniquilación de seres humanos va en paralelo al arrasamiento físico de Gaza. A inicios de abril, el ejército israelí había destruido el 62% de las residencias de la franja, lo que equivale a unas 290.000 unidades de vivienda, y un millón de personas se habían quedado sin techo: la mitad de la población. Aleppo se acerca, con 33.500 edificios residenciales destruidos (la mayoría de varios pisos), pero fue a lo largo de cuatro años. Los paralelos más cercanos a Gaza, en volumen y celeridad de destrucción, son los bombardeos estratégicos de la segunda guerra mundial. Como el de Dresde en febrero de 1945, que arrasó con el 50% de los edificios de viviendas de la ciudad. Hoy usan este ejemplo las autoridades israelíes para justificar sus acciones, pese a que la mayoría de historiadores lo consideran un crimen de guerra.

Nos indigna Gaza, también, porque es un conflicto transparente. Es muy complicado, se oye con frecuencia. Complicadas son las guerras del Congo, Sudán o Siria, con su infinidad de facciones, alianzas variables y apoyos internacionales. El conflicto entre palestinos e israelíes no tiene, en esencia, nada de complicado. Es una situación colonial prototípica. Y en las situaciones coloniales, las culpas nunca están repartidas por igual. Eso no exonera a los colonizados, obviamente, de los crímenes y atrocidades que puedan cometer, pero los crímenes y atrocidades no les quitan la razón, como los crímenes aliados no lo hacen con quienes lucharon contra el Eje.

Nos indigna Gaza, además, porque la violencia se introduce en nuestros hogares cada día. Ninguna otra violencia del siglo XXI ha sido tan íntima. Al contrario que conflictos como el de Etiopía o Myanmar, desfilan continuamente por nuestras pantallas cuerpos mutilados, niñas y niños muertos, madres y padres deshechos. Es insoportable. Visualizar el crimen es clave para empatizar con las víctimas y repudiar a los perpetradores. Lo sabemos desde la segunda guerra mundial, cuando los aliados se preocuparon de documentar los campos de concentración nazis, con sus cadáveres andantes y sus montañas de muertos, y hacer circular las imágenes. La memoria antifascista que llega hasta hoy no se entiende sin ellas. Por eso todavía nos subleva el Holocausto. Porque lo hemos visto. Por eso nos subleva la masacre de Gaza. Porque la estamos viendo.

Pero ni la escala inusitada de la destrucción ni la proliferación de imágenes explican por sí solas la indignación que sentimos. Nos indigna también la actitud de las democracias occidentales ante la masacre. Y por dos motivos: porque sin el apoyo de Occidente a Israel, la situación sería muy otra y porque la implicación de nuestros gobiernos nos implica a todos. Nos vuelve a todos culpables. Es cierto que la indiferencia de Europa y EEUU ante los crímenes de lesa humanidad no es nada novedosa, pero sí lo es el apoyo incondicional y público a los perpetradores. Seguimos manteniendo acuerdos comerciales, científicos y militares privilegiados con Israel y seguimos enviando armas para que masacren palestinos. Nuestros gobiernos manchan nuestras manos de sangre.

Gaza nos indigna, finalmente, porque sentimos que algo fundamental se está rompiendo y con consecuencias funestas. Nos indigna porque es la rehabilitación del imperialismo y el racismo. Porque legitima los crímenes de lesa humanidad como forma de hacer política. Porque supone un recorte de libertades –de manifestación, de conciencia y de expresión— sin precedentes en las democracias occidentales desde 1945. O con uno nefasto: el macartismo, la caza de supuestos comunistas a fines de los 40 e inicios de los 50 en EEUU. Nos indigna porque en esto la ultraderecha se está saliendo con la suya. Porque ha conseguido otra vez que gobiernos liberales defiendan políticas antiliberales que solo pueden conducir al desastre. Nos indigna porque, mientras Israel destruye Palestina, está contribuyendo a minar nuestras democracias.

Durante la guerra de Vietnam desangraron el mundo otro medio centenar de conflictos, algunos de ellos tan horrendos como la guerra civil angoleña o la de Biafra. También produjeron consternación, pero ninguno una movilización tan masiva y a escala tan planetaria como Vietnam ¿Importaba más la vida de los asiáticos que la de los africanos? Desde luego que no, pero Vietnam se convirtió en la Causa con mayúsculas. En las protestas contra Vietnam se luchaba contra el colonialismo y el militarismo, contra el racismo y la guerra, contra la carrera armamentística y contra todas las violencias apoyadas por Occidente en el sur global. Hay épocas en que un conflicto resume y abarca todos los conflictos: en los 60 fue Vietnam; en los 80, el Apartheid sudafricano; en los 90, Yugoslavia. En nuestra década es Palestina. La causa de todas las causas por las que resulta vital seguir luchando.

 

 

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