Dominio público

Gracias, juez

Enrique Curiel

ENRIQUE CURIEL

10-28.jpgEl pasado jueves 23 de octubre, los sobrinos de Eugenio Curiel Curiel –fusilado y desaparecido junto con un sacerdote amigo de la familia el 19 de septiembre de 1936 entre León y Astorga– presentamos una querella en la causa abierta por el juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón en relación con los miles de españoles represaliados en las mismas circunstancias y silenciadas hasta hoy. Con la ayuda desinteresada del bufete de José María Mohedano, amigo y compañero de fatigas, hemos podido dar un paso inexcusable con muchas familias de españoles desaparecidos.
Gracias, Baltasar Garzón, juez Baltasar Garzón. Porque, con independencia del desenlace procesal que tenga la causa 399/06, sobre lo que no me pronunciaré porque "doctores tiene la Iglesia", nos has reconfortado, nos has devuelto la dignidad, la voz y la palabra y la esperanza.
En nuestro caso, mi madre, con 92 años, es el único testigo de lo ocurrido y, aunque prestará declaración ante el juez, somos conscientes de la dificultad de recuperar los restos de nuestro tío y del sacerdote. Aun así, has serenado nuestros espíritus y, frente a tanta hipocresía movilizada en las últimas semanas, te apoyaremos públicamente hasta donde sea necesario; es decir, hasta el final. Y ese final no puede ser otro que abrir todas las malditas cunetas de España para enterrar a nuestros familiares con toda la entereza, cariño y honorabilidad que merecen y que podamos expresar. Nadie podrá evitar
tal objetivo. Ni los viejos fantasmas del franquismo que perviven, ni los franquistas sobrevenidos que, para sorpresa de algunos, han llamado a rebato, podrán neutralizar la marea incontenible, el relámpago de honestidad y de verdad que
recorre nuestro país. Algunos, entre risas, ironías y bromas, nos han sugerido desde alguna radio que nos dediquemos a buscar los restos de los sioux o de los apaches masacrados por los yanquis. La indignidad, cuando desenfunda, no tiene límites. Lo diré con claridad: no quedará ni una sola cuneta sin abrir. La España democrática es incompatible
con los desaparecidos y con el olvido. No podemos dejarle a las generaciones futuras una España con cadáveres en las cunetas. Nos pedirían cuentas. Y tendrán razón. Yo, al menos, no cederé ni un milímetro. Y si hay que tirar de la manta, tiraré, aunque me quede solo. La reconciliación no puede ser sólo de una parte. Los que ganaron tienen que ceder su parte como nosotros cedimos la nuestra. Enrique Ruano (con el que estuve en la DGS), Pedro Patiño, Julián Grimau, Salvador
Antich, los fusilados por Franco un mes antes de morir y los asesinados después de muerto Franco están vivos en nuestra memoria, como los abogados de la calle Atocha del PCE y de Comisiones Obreras, o los trabajadores de Vitoria... Ni media broma con este asunto porque, si es preciso, volvemos a la calle, que ya es hora, como dice Celaya. Repito. Ni media broma, ni un chiste más.

Lo hechos son tan simples como brutales y, es cierto, similares en ambas retaguardias. Nuestro padre fue detenido en Vigo a principios de agosto de 1936. Catedrático de Lengua y Literatura Francesa del Instituto de Santander, estaba en la ciudad gallega donde residía la familia de mi madre, que procedía del País Vasco. Ya había sido detenido y encarcelado en 1929 y 1930 en Valladolid por su oposición a Primo de Rivera y a la monarquía. Ingresó en el Socorro Rojo Internacional en 1929 y trabajó en Madrid con Vittorio Vidali, el que más tarde sería el Comandante Carlos. Ingresó en el Partido Comunista de España (PCE) en Valladolid con Marino Vela.

Con su hermano Eugenio, que era el mayor de los cuatro, se licenció en Derecho y Filosofía y Letras por la Universidad de Valladolid. En el momento de ser detenido y fusilado Eugenio Curiel Curiel era director, catedrático del Instituto de Astorga y concejal de Ayuntamiento de Valladolid por Izquierda Republicana.

En cuanto tienen noticias en Valladolid de la detención de nuestro padre en Vigo, se trasladan allí mi tío Eugenio y un sacerdote, también catedrático del Instituto de Astorga y muy amigo de la familia, para ayudar en todas las gestiones posibles para lograr la liberación de su hermano y acompañar a nuestra madre. A pesar de las gestiones que hemos hecho, lamentablemente, desconocemos el nombre del sacerdote, y así lo hemos puesto en conocimiento del juez Garzón. Pero seguiremos indagando. Nuestra madre, con 92 años, lo ha olvidado, y con mi padre, fallecido hace cinco años, no debíamos hablar de este asunto porque le resultaba imposible evitar una intensa emoción.

Mi tío y el sacerdote consiguen demostrar que nuestro padre había sido expulsado del PCE en el Congreso celebrado en Sevilla en 1932 con su compañero y amigo del alma Marino Vela, con el que había leído y traducido del alemán obras de
Lenin y de Karl Liebknecht. La aparición de la expulsión de ambos en Mundo Obrero salvó la vida de Luis Curiel, pero, lamentablemente, no la de Marino Vela, que fue fusilado en Valladolid por esas fechas.

Con su hermano en libertad, Eugenio decide volver a Astorga para iniciar los preparativos del curso y, aunque nuestro padre le aconseja que se quede en Vigo, Eugenio se niega. El día 18 emprende junto con el sacerdote el viaje hacia Astorga, donde son detenidos al llegar y trasladados a la prisión de San Marcos de León, hoy convertida en Gran Hotel San Marcos de León y que no pisaré jamás en mi vida. Lo único que sabemos es que, en un traslado el 19 de septiembre entre León y Astorga, el responsable de la camioneta ordena parar porque "va muy cargada". Bajan siete u ocho detenidos, entre ellos Eugenio y el sacerdote, que son fusilados y abandonados en una cuneta. No sabemos nada más. A partir de ese momento un manto de silencio y de dolor lo cubrió todo.

Enrique Curiel es ex vicesecretario general del Partido Comunista de España

Ilustración de Enric Jardí

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