Dominio público

Detrás del hemiciclo vacío

Mar Moreno

MAR MORENO

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En plena crisis económica internacional, cuando la ciudadanía es más sensible a los problemas que padece y más irritable por la desazón que la incertidumbre le origina, es fácil encontrar recurrentes informaciones y opiniones publicadas sobre hemiciclos vacíos, diputados y diputadas con pocas iniciativas parlamentarias, sueldos de políticos... Y si eso lo aliñamos con denuncias sobre coches oficiales o con miles de preguntas parlamentarias sobre los costes de las instituciones, el plato está servido: campaña para desprestigiar las instituciones democráticas en un momento en el que precisamente lo que debería estar en cuestión es la ausencia de instituciones democráticas que gobiernen y controlen más y mejor al mercado.
Podría entrar una a una en la discusión de las demagógicas denuncias que se van planteando casi siempre –casualidad– contra el PSOE o contra gobiernos socialistas, pero quiero detenerme en un asunto que afecta a todos los partidos: el de la presencia o ausencia de los diputados y diputadas en el Salón de Plenos durante las sesiones.
Hemos heredado un sistema parlamentario del siglo XIX, cuando la reunión en las Cortes era el gran momento de la deliberación política. Las asambleas de representantes del pueblo resolvían en aquellas sesiones –por cierto, más escasas– los asuntos que se planteaban, sin medios de comunicación modernos, nuevas tecnologías ni colectivos sociales, con administraciones incipientes y una legislación que cabía en una cajonera. Hoy las cosas han cambiado: la administración estatal y autonómica es tremendamente compleja, los medios de comunicación suelen anticipar el debate parlamentario y hay una legislación tan profusa, tan especializada que exige al trabajo de sus señorías igual grado de especialización.

Se ignora por quienes censuran la ausencia en el hemiciclo de los diputados y diputadas su trabajo en comisiones, igualmente abultado por miles –miles– de iniciativas del Gobierno o de la oposición que requieren horas de estudio, preparación y negociación. Se oculta deliberadamente el trabajo que los diputados y diputadas realizan en sus despachos o en los ministerios realizando gestiones para la ciudadanía de cada provincia que los elige. Se omite que en el Congreso o en cualquier Parlamento regional se mantienen, mientras se celebra el pleno, decenas de reuniones con colectivos sociales, con representantes del Gobierno, con miembros de otras fuerzas políticas. Y a todo eso hay que añadir el trabajo en provincias, el de los parlamentarios con alcaldes y asociaciones, su presencia en actos sociales, sus intervenciones en medios de comunicación...
En la generalidad de los casos, lo que interesadamente se interpreta como absentismo es fruto de las exigencias de la democracia contemporánea marcada por lo mediático y por la especialización. En el Salón de Plenos es normal encontrar siguiendo las sesiones a los diputados y diputadas especialistas en el tema que se está abordando, mientras que se producirá el lleno asegurado en los grandes debates, en el enfrentamiento dialéctico entre los principales líderes del Gobierno y de la oposición. Hay quien, sin firmar iniciativas, es capaz de alcanzar acuerdos en el pasillo para que estas prosperen; hay quienes, sin intervenir en el pleno, pasan horas en el Congreso o en el Senado reunidos con colectivos para escuchar sus demandas y que estas puedan llegar al pleno siguiente; hay diputados o diputadas que se entrevistan con los ministros durante las sesiones para solucionar problemas sin aparecer en la foto; hay quien ejerce de portavoz parlamentario y quien ejerce de portavoz mediático; hay quien bucea durante horas en el complejo entramado presupuestario buscando un incumplimiento del Gobierno y pasa la información a otro compañero para que la luzca en un debate. Los diputados y diputadas del siglo XXI no sirven mejor a la ciudadanía calentando el escaño, por comprometida que sea esta expresión.
¿Significa eso que las sesiones plenarias son prescindibles? No, en modo alguno. Soy una defensora firme del parlamentarismo y su grandeza como espacio legislativo, de control al Gobierno y, sobre todo, como espacio de transacción, por más que las negociaciones se produzcan en los despachos y pasillos, más que en el propio hemiciclo que hoy es sobre todo altavoz de posiciones previamente cerradas y el marco en el que se rematan horas de trabajo y de reuniones. Más allá de la disciplina de voto, de los discursos previsibles, en el Salón de Plenos se produce el cara a cara entre los políticos ausente en la comodidad de una rueda de prensa sin confrontación. La sagrada liturgia del voto individual de cada diputado o diputada sigue siendo imprescindible en una democracia representativa. El Parlamento sigue siendo un espacio político de primer nivel y hay que juzgarlo por la bondad de las leyes que se aprueban, por la utilidad de una crítica bien planteada, por la rigurosidad de sus trabajos, por el nivel de sus debates, y no por la presencia permanente de los diputados y diputadas en el Salón de plenos.
No hay nada inocente en quienes, conociendo esta realidad, se empeñan en alimentar la idea contraria, tan convincente por gráfica y simple. La mano invisible que tanto daño económico nos está causando es la misma mano que se empeña en hacer invisible el trabajo de los políticos que combaten sus excesos. En el desprestigio de la tarea de los políticos ganan los que prefieren pescar en el río revuelto de la apatía cívica, la desinformación y la debilidad democrática. Y –que nadie se equivoque– en ese río revuelto nunca ha pescado ni pescará un partido como el socialista, que carece de otras herramientas, poderes e intereses que no sean los que provienen de la confianza de la gente.

Mar Moreno es Secretaria de política constitucional y autonómica del PSOE 

Ilustración de Mandrake 

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