Dominio público

“Aún huele a leche”, elecciones en Castilla y León y mascarillas por la calle

Sato Díaz

Era el personaje político más mimado por el establishment, y entonces lo dijo: "Aún huele a leche". Cuatro palabras, nada más. Siete días, tan solo, faltaban para que se expusieran las urnas en los colegios electorales otra vez. Lo tuvo todo y se le escurrió de los dedos. El 10 de noviembre de 2019, Ciudadanos pasaba de tener 57 escaños a 10; de las puertas del Consejo de Ministros a la casi insignificancia política. Un aplauso, por favor, para Albert Rivera algo más de dos años después.

La ‘autonomía de la política’, un concepto debatido y estudiado entre amantes de la Filosofía y la Ciencia Política. Ya Aristóteles diferenciaba entre la ética (que busca el bien del individuo) y la política (que hace lo propio con la ciudad, la comunidad); el italiano Maquiavelo, para describir el Estado y el poder (lo político), distinguía entre el derecho (que se vinculaba con la ética) y el ejército (la fuerza). Karl Marx, Carl Schmitt, Hanna Arendt, Mario Tronti... La política siempre está rodeada de otros sistemas que la acompañan y la modelan, pero la política también tiene un funcionamiento genuino, propio y diferenciado.

En julio de 2019 Rivera dice ‘no’ a Pedro Sánchez para conformar un gobierno de coalición de PSOE y Ciudadanos. Ambas formaciones sumaban 180 diputados, cuatro por encima de la mayoría absoluta. El entonces líder naranja, que gozaba de una altísima valoración entre la ciudadanía, podría haber sido vicepresidente del Gobierno, pero la vanidad pudo con él, quiso más y se acabó estampando contra la realidad. Se veía como futuro presidente de un Gobierno conservador que él habría llamado liberal. Quiso ser Macron, y se asemejó a Le Pen antes de desaparecer del mapa.

Para muchos analistas, la decisión de Rivera de aquel verano de negarse a su propio destino fue un ejemplo de ‘la autonomía de la política’. Ciudadanos había sido puesto en el sistema de partidos español para pararle los pies a Podemos y, cuando pudo hacerlo (entrando en el Consejo de Ministros al que meses después llegarían los morados), se negó. Frente a las fuerzas invisibles pero evidentes del mundo económico y empresarial y sus apéndices en grandes medios de comunicación, cuando parecía que todo ese mundo abstracto (los poderes, el establishment) decidirían por Rivera, la política sorprendió. "¡La autonomía de la política!", gritaron los que se dedican a ella.

Con la llegada del S.XXI y el veloz desarrollo de las tecnologías de la comunicación y la información (TIC), la política ha ido adquiriendo cada vez mayor autonomía de otros sistemas. Entiéndase, sigue atravesada por las condiciones económicas, sociales, ecológicas... pero funciona como una propia metáfora en sí misma pues, mientras tiene un pie en la realidad y con una mano palpa lo material, mantiene otro pie en las ideas y con la otra mano escribe las palabras. La política, hoy, no es tanto lo que se hace, sino lo que se dice que se hace. Una tendencia que se ha visto incrementada exponencialmente en los últimos años, la espectacularización.

La autonomía de la política (un sistema que mantiene sus reglas y ritmos propios) va derivando, de este modo, en una metapolítica friki, en una abstracción cada vez más alejada del día a día de la mayoría social que solo se entiende desde ella misma. Buena parte de la ciudadanía sigue la política como una serie de televisión, como una ficción alejada de cualquier influencia en su vida cotidiana. Política para frikis. Y es una ficción, es cierto, pero es peligrosa la cada vez mayor distancia con lo cotidiano.

Que el presidente de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco, convoque elecciones anticipadas para febrero, genere una crisis de Gobierno para expulsar a los consejeros de Ciudadanos, incluyendo a la responsable de Sanidad en pleno aumento exponencial de casos de covid-19, solo se entiende desde esta perspectiva de metapolítica friki. No hay evidencia alguna para la ciudadanía castellano-leonesa de que la decisión de su presidente vaya a suponer una mejora de su situación.

Un momento de bonanza en las encuestas para el PP, una anticipación antes de que las dificultades judiciales comiencen a aflorar y un acompasamiento con la estrategia estatal de Pablo Casado son causas del adelanto electoral. Y es que Casado ve en esto la oportunidad de acabar cuanto antes con Ciudadanos para limitar el espectro de la derecha a dos partidos (PP y Vox); de aprovechar el viento de cola de las encuestas para iniciar un largo recorrido de elecciones autonómicas y así (desde la perspectiva de Génova) desgastar al PSOE y a Sánchez de cara a las generales; de tantear otras relaciones con Vox en lo autonómico de cara a un posible entendimiento estatal posterior; de quitar protagonismo a Isabel Díaz Ayuso y repartirlo entre el resto de baronías populares.

Ninguna de estas razones son motivos para un votante para ir a las urnas más de un año antes de lo estipulado. Toda candidatura ha de responder a una cuestión principal en una campaña electoral: ¿de qué van estas elecciones? Se le pueden torcer las encuestas a Fernández Mañueco si la ciudadanía se cuestionara: ¿por qué me hace el PP ir a votar ahora, con la que está cayendo, y no se dedica a gobernar la crisis?

Otro anuncio sorpresivo de esta semana tuvo lugar el pasado miércoles, tras la Conferencia de Presidentes, cuando el Gobierno volvía a decretar el uso obligatorio de mascarillas por la calle como medida estrella para frenar a ómicron. Una decisión que ha sido puesta en duda por un variado abanico de expertos y que a todas luces resulta impopular para una población agotada de la pandemia, que exige soluciones y no parches y medidas cosméticas.

Ante el temor de los distintos gobiernos (estatal y autonómicos) de tomar decisiones que puedan ralentizar la recuperación económica (en definitiva, contra la hostelería y el turismo), de frustrar las expectativas de unas navidades "normales" de buena parte de la población y de parecer que no están haciendo nada, la solución es ponerse la mascarilla por la calle. Te la quitas en el bar y en el salón familiar para celebrar la reunión y te la pones cuando caminas al aire libre, como si fuera una bufanda.

La reacción de la opinión pública (al menos expresada en redes sociales y en medios de comunicación) ha sido muy crítica con esta decisión. Y es que la ciudadanía española ha respondido, hasta el momento, con gran responsabilidad a las adversidades de la pandemia, cumpliendo con las distintas restricciones que se han ido adoptando y vacunándose en un porcentaje muy elevado. Tiene motivos para exigir a los gobernantes que, al menos, la traten con madurez. Una vez más, una decisión que parece haber sido diseñada muy lejos del sentido común de los mentideros. Metapolítica para frikis.

Un día antes de la Conferencia de Presidentes, el martes 21, la presidenta madrileña declaraba en una entrevista radiofónica sobre los sanitarios: "No todos quieren trabajar". Como una premeditación, dos días después se vivían momentos de gran tensión en un centro de salud de Mejostilla, en la provincia de Cáceres, porque el equipo sanitario no dio abasto para realizar test a todas las personas que lo solicitaron. Los que esperaban se cabrearon y los sanitarios tuvieron que salir escoltados policialmente. Ya va siendo común que un cargo público de la derecha radicalizada señale a un colectivo y este sufra, poco después, algún incidente o agresión en las calles.

Díaz Ayuso ha generado su perfil político en contraposición a algo (comunismo o libertad) y ese algo va cambiando en cada momento. Al final, la presidenta autonómica mantiene una estrategia de un "estás conmigo o contra mí" que la sitúa en el centro (a ella, la política, no a la ciudadanía, metapolítica otra vez) y la lleva hasta el final, incluso hasta el seno de su propio partido generando una guerra total contra Casado y su equipo de Génova. No está escrito en ningún sitio (y menos en un contexto tan voluble como el actual) que lo que le sirvió en el mes de mayo para ganar de corrido las elecciones autonómicas le sea útil siempre.

La sala de máquinas capitaneada por Miguel Ángel Rodríguez (un crack de la metapolítica) afinó el olfato para percibir, la pasada primavera, cuál era el humor de la sociedad madrileña del momento. Pero los humores cambian y la estrategia de Ayuso permanece. Y la atención primaria está colapsada otra vez ante el maltrato crónico que vive este servicio público; y la ciudadanía no puede hacerse test; y se cabrea.

Tres ejemplos de cómo la autonomía de la política se convierte en una metapolítica para frikis, de cómo se aleja la política de su función de servicio público. Esta distancia puede llevar a los políticos a chocarse contra un muro de realidad, tal y como le pasó a Rivera. O no, o puede llevar cada vez a personajes más histriónicos y espectaculares (Donald Trump o Boris Johnson) al poder. El último barómetro del CIS del mes de noviembre muestra cómo a la ciudadanía le siguen preocupando mucho los diversos problemas relacionados con la política. Y con los políticos.

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