Dominio público

Berlusconi, adiós al credo optimista

Gorka Larrabeiti

Profesor del Instituto Cervantes de Roma

Silvio Berlusconi en la presentación del libro de su amigo y presentador de televisión Bruno Vespa en diciembre de 2018. -MUSTRULLI / Europa Press
Silvio Berlusconi en la presentación del libro de su amigo y presentador de televisión Bruno Vespa en diciembre de 2018. -MUSTRULLI / Europa Press

Que me perdone el Santo del día, San Antonio de Padua, pero hoy toca hablar de milagros y pecados de San Silvio, canonizado en todas las redes televisivas en oficios concelebrados por importantes políticos y grandes periodistas: Bruno Vespa y Matteo Renzi, Massimo D'Alema, Pierferdinando Casini, etc.

Qué equivocado estaba Montanelli cuando dijo aquello de que para curarse de Berlusconi hacía falta una buena inyección de vacuna de Berlusconi. No entendió – sólo ahora lo entendemos bien – que Berlusconi era un virus, y que los virus no mueren si encuentran dónde replicarse. Los obituarios que se han publicado estos días cuentan fundamentalmente cómo funcionaban sus vectores de transmisión: su dinero (y su pestilencia), sus televisiones, amén de su providencial talante y su irresistible talento de vendedor. Nos cuentan también cómo infectó la democracia dejando espacio a la extrema derecha posfascista en el gobierno. (Ayer el presidente del Senado, Ignazio La Russa, rememoraba con orgullo el momento en el que conoció a Berlusconi: una reunión en los años 80 del Movimento Sociale Italiano; momento anterior, por tanto, al remozado democrático promovido por Gianfranco Fini que daría lugar a Alleanza Nazionale). Esa infección de la ultraderecha recorre Europa epidémicamente saltándose cordones sanitarios uno detrás de otro y ya veremos qué ocurre pronto en Polonia y España y a ver qué nos deparan las próximas elecciones europeas. Con todo, comparto más los análisis que hacen más hincapié en lo antropológico, como este de Steven Forti, puesto que el gran legado de Berlusconi, a mi modo de ver, se aloja en lo humanamente más hondo.

Para no aburrir repitiendo lo ya explicado, trataré de ahondar en dos cuestiones – lenguaje y religión – que se han tocado de modo tangencial, pero que resultan fundamentales para entender por qué Berlusconi fue el primer político en hacerse tan sumamente viral, pues al final, todo es cuestión de ADN o de ARN, es decir, de código, de lenguaje. Son temas muy estudiados, manidos incluso, pero también harto reprimidos, actuales y peligrosos por sus constantes retornos.

Desde su tesis de licenciatura sobre el lenguaje publicitario, los hitos en la historia de Berlusconi son textos. Textos marcadamente optimistas en un mundo que empieza a mostrar síntomas marcadamente ansiógenos. Recordemos La discesa in campo (1994), el opúsculo enviado a todos los hogares italianos; Una storia italiana (2001); Il contratto con gli italiani, firmado en RAI 1 ante millones de espectadores (2001); I frutti e l’albero, enviado a 25.000 sacerdotes antes de las elecciones de 2006 para demostrar la acción de su gobierno "a la luz de la doctrina social de la Iglesia"[ii]; hasta llegar a su testamento político retransmitido el pasado 6 de mayo.


Pasolini afirmaba que es en la lengua donde aparecen los primeros síntomas de los nuevos regímenes. Para PPP, Aldo Moro esgrimía "un lenguaje completamente nuevo" que se basaba en "la incomprensibilidad", igual que la Iglesia había hecho hasta entonces con el latín. Pues bien: antes de que hubiera redes, Il Cavaliere ya las usaba. Se viralizó con otro lenguaje político completamente nuevo que bebía de dos manantiales incontaminados de pesimismo: la publicidad y el deporte.

"Italia es el país que amo", así comenzó el saqueo léxico, robando los mejores términos ("amor", "libertad", "bienestar") y endilgando a sus contrincantes los peores ("odio", "golpe", "iliberales"). Desautorizó todo legado o autoridad que sonara distinta de su euforia ("Basta con la política de las palabras y la charlatanería", "teatrillo político", "turistas de la democracia" les llegó a llamar a los eurodiputados). Simplificó términos cambiando el juego lingüístico, abriéndolo hacia las bandas, para desde allí, despeñarlo chutándolo hacia abajo, hacia donde le entendieran otros enfermos, los tifosos ("Forza Italia", "gobierno de récord", "equipo de gobierno", "los votantes de izquierda son gilipollas"). Silvio tradujo lo burocrático en anglicismos ("tax day", "devolution day") para que nadie entendiera un carajo, pero al menos sonara mejor. ¿Y no había oposición? La había. Se intentó. Pero cuando se rompe el contrato lingüístico (pienso en Ayuso), se acaba con toda posibilidad de que haya contrato político y social. Berlusconi, como luego Johnson, Trump o Ayuso, mentían ("menos impuestos para todos") y desmentían sin ningún costo, porque la verdad lingüística había dejado de existir.

En cuanto a la religión, Silvio fue otra vez un pionero. El 6 de febrero de 1994, apenas 15 días después de su salida al ruedo político, el primer discurso improvisado de Silvio Berlusconi es el "Credo laico de Forza Italia". ¿En qué dice creer Berlusconi? En las libertades (incluidas la de educación, empresa y mercado, obviamente), en el bienestar y la felicidad, en la familia, en la tradición cristiana, en los valores irrenunciables de la vida, etc. Un credo que el catolicismo del papa Wojtyla, el Opus Dei y Comunione e Liberazione respaldaron sin dudar un segundo. Casi treinta años después, el 6 de mayo de 2023 un Berlusconi muy maltrecho pronuncia un último discurso que suena a testamento político:


«Forza Italia es para nosotros una religión laica, la religión de la libertad de la que hablaba Benedetto Croce, una religión del alma y de la mente [...] Veréis que los italianos nos considerarán sus santos laicos, los santos de su libertad y su bienestar. Estaré con vosotros con el mismo entusiasmo y compromiso del 94'».

Andreotti vivía y hubiera muerto por el bien de la Iglesia, pero jamás la hubiera mancillado con el barro político. En cambio, Berlusconi fue el primero en enarbolar los significantes de la religión, vaciándolos y banalizando totalmente su significado. Salvini lo imitaría después, pero agitando el rosario en público de modo basto, fanático, ordinario. Nadie se escandalizaba al otro lado del Tíber cuando Silvio hacía declaraciones blasfemas ("tenéis que haceros misioneros, o mejor apóstoles, os explicaré el Evangelio de Forza Italia"), y ello porque su relación con el Vaticano resultaba ventajosísima económica y políticamente para ambas partes. Tiempos bien distintos a los de Francisco, cuando grita: "¡Que lo sagrado no sea apoyo del poder y el poder no se apoye en la sacralidad!".

Así pues, si la forja de Berlusconi fue lingüística (y religiosa), también lo fue su caída. Todo el mundo recuerda la metáfora que acabó con él: "vírgenes que se ofrecen al dragón". La escribió su segunda esposa, su amada Verónica, su grande amore. "Fiestas elegantes", las llamaba eufemísticamente él. Sin embargo, el escándalo había llegado ya demasiado lejos y la Iglesia no podía permitirse ya seguir protegiendo a tan inmoral putero. Los obituarios serios cuentan que fue la presión europea y el presidente Napolitano los que le forzaron a dimitir, y así es, en efecto. Ahora bien, al menos lingüísticamente, el virus había sido atajado antes.

El día en que murió Berlusconi, en los panegíricos televisivos, nadie hizo mención del lado violento del "presidente obrero". No se oyó ni se vio en ningún momento el G8 de Génova; el resto de los G8 que organizó con éxito, por el contrario, bien que sí. Fue el colofón perfecto a su fábula optimista. Se concluye así – lux aeterna – la traducción al italiano del sueño americano. El famoso periodista Enzo Biagi, tras ser censurado, corrigió su profecía: "Escribí que terminaríamos en una dictablanda; en cambio, hemos acabado en la estupidez". No exageraba un pelo. Italia, 30 años después de la salida al ruedo de Silvio, no es tan solo un país en decadencia política, económica y cultural: el drama mayor, a mi juicio, es anterior y más básico, o sea, lingüístico. Es verdad que tampoco ayudarían luego la liberalización de los insultos de Beppe Grillo ni los eslóganes de bar que saldrían sin cesar por boca de la Bestia de Salvini en Facebook y Twitter.

Mas ¿dónde nos encontramos hoy? ¿Por qué se caracteriza "el lenguaje completamente nuevo" de Giorgia Meloni? ¿Se sigue abonando, sigue abundando la estupidez? Algunos finos catadores como Enric Juliana lo han intuido ya: vuelve la retórica militarista. "Se va un combatiente", fue la despedida de Meloni a Berlusconi. Réquiem por el optismismo. Ha vuelto la épica. El virus ha mutado.

[ii]Pinotti, F. y Gümpel, U.: L’Unto dal Signore.  BUR, Milano, 2009, p. 135

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