Dominio público

Colón se siente pequeño

Gabriela Wiener

Colón se siente pequeño
Gabriela Wiener escalando la estatua a Colón en Nueva York. /MARÍA SÁNCHEZ DÍEZ

No sé cómo, no se le puede llamar casualidad, tampoco vine porque quise, pero acabé bajándome en Columbus Circle y al salir de la estación tuve la impresión de haber emergido en plena Plaza de Colón en Madrid. Las plazas dedicadas al colonialismo tienen ese no sé qué. Se parecen tanto en la estratégica inalcanzabilidad de sus estatuas, en el caos circular de sus avenidas llenas de coches que podrían matarte –esa es la idea– si te distraes mucho tiempo viendo la cegadora altitud del descubridor abrirse paso entre las nubes y el sol. Colón es el personaje que más estatuas tiene en el mundo, más de 500. El comienzo de la colonización todavía sigue siendo motivo de fiesta nacional, monumento y orgullo mundial. Desde hace semanas los aviones de caza ensayan en el cielo de Carabanchel, no lo hacen en el del barrio de Salamanca. El facismo quiere que seamos el patio de sus piruetas. Cada vez que pasan sobre nuestras cabezas mi hijo y yo gritamos "¡¡Bastaaaa, nada que celebrar!!", pero no nos oyen.

El día que irrumpí en una plaza mental entre Madrid y Nueva York, me dio por imaginar que las estatuas de Colón de todas las plazas del mundo podrían estar comunicadas por puertas y caminos secretos por los que discurren los fachas, los tiranos, los nostálgicos imperiales y que algunos ya han pasado y los vemos moverse por nuestras ciudades con impunidad, son pasillos subterráneos en los que se encuentran Trump con Ayuso y Meloni. Quién diría que NY con su Día (12 de octubre) de la resistencia indígena mantuviera aún su estatua pero sí, dicen que es por culpa de los italianos que le han cogido cariño. Habría en paralelo otro circuito oculto por el que nos movemos lxs otrxs, como ratas neoyorkinas que ya están a pocos años de organizarse, tomar el control de la ciudad y dominarnos a todxs.

Comencé a trepar porque a veces siento ganas y porque creo que los superpoderes del tigre y el dragón solo van a aparecer sobre la marcha. Aunque viendo las fotos que me hicieron trepando el monumento estoy más cerca de una spiderwoman en situación de calle o de una britney spears anticolonial con pelo. Lo cierto es que se me despertó una ferocidad y agilidad inesperadas. Subí tanto que me perdí de vista.

Hace tres años exactamente, tras meses de dolorosa pandemia, los colectivos madrileños de migrantes de las excolonias españolas hicimos una inolvidable performance en Colón sin un solo destrozo. Mientras los de Vox se desgañitaban a tuits creidísimos de que habíamos vandalizado, quemado, grafitteado, travestido y destruido a Colón, engañados por nuestra campaña en redes y el poder del photoshop, entrábamos a la plaza cabalgando una llama (que no caballo) de Troya, ensangrentando el agua de la fuente con colorante de pollo tandoori y colgando un cartel donde podía leerse "Fuego al orden colonial". Fue atrevido y fue tierno. Abascal pidió que nos deportaran (emoticón de cara de payaso).

Cada señalado 12 de octubre le hacen la misma pregunta a la organización de Nada que celebrar en España y a los colectivos y personas migrantes y racializadas que estamos hartas de ser tan pacíficas, tan elegantes y tan creativas. ¿Por qué queremos que ardan, que caigan al suelo las estatuas de Colón, que no sigan ahí sobrevolándonos, bien arriba, mientras las demás andamos bien abajo? Lo explicamos: Porque esa figura y esa fecha simbolizan el inicio del proceso colonial global y porque sin el relato de la esclavitud, la explotación y el genocidio de los pueblos originarios a lo que se suma el terricidio no hay identidad ni orgullo español, ni europeo, ni gringo.

La colonización no es un proceso desvinculado del presente, sino que ha sostenido la construcción de una jerarquización social mundial basada en la idea de raza y en el extractivismo, sistemas, ambos, de muerte. Las peores guerras y genocidios como los que vemos en la franja de Gaza tiene que ver con el ego monumental de Estados que ocupan militarmente territorios y vidas, construyen fronteras, y se comportan como los esclavistas de hoy y de siempre. A eso se le llama colonizar.

Cuando vemos que en los territorios de los yacimientos de litio, como Puno y Jujuy, la vida de los aymaras y collas vale tan poco como la vida de los palestinos o de los migrantes en Melilla o en las fosas del Mediterráneo, o en las calles de Lavapiés, cuando vemos esos cuerpos perseguidos, caídos, destrozados, hundidos en las mayores profundidades marinas entonces recordamos esa estatua ahí, entre mullidas nubes, tan absurdamente elevada e intacta como el poder militar y económico de este mundo. No se puede emprender un proceso de Memoria Histórica sin derribar, primero, las herramientas cotidianas y simbólicas que normalizan la violencia.

Entonces, en nuestros sueños más reparadores, un sistema arácnido brota de las palmas de nuestras manos y pies y ascendemos por el cuerpo frío y monumental del colono. Cristóbal Colón está ahí para hacernos sentir pequeñas, súbditas. Pero nosotrxs estamos aquí para que te sientas pequeño tú, que aún necesitas banderas y estatuas XXXL para no perder la costumbre. Solo sé que esta vez trepamos, sin mirar atrás.

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