Dominio público

Solo hace falta un mal día

Israel Merino

Pixabay
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La Benina y el Almudena – tiene nombre de mujer, pero es un hombre – viven sacándose las castañas del fuego en Misericordia, de Benito Pérez Galdós. No sobreviven mal pues tienen techo y manta y comida, pero están a un mal día, a solo un festivo malo de que don Juan no se pase por la iglesia a soltarles la perra gorda que les dé de comer toda la semana, de que todo se vaya al traste: viven exactamente igual que nosotros.

Decía David Bowie en algún lugar, no recuerdo dónde porque lo leí hace mucho tiempo, que la mayor parte de las personas viven paseando con un pie por fuera del acantilado. En la cita, Bowie usa el símil del barranco para referirse a la acera sobre el vacío por la que debe pasear todo artista con inquietudes por crear algo nuevo, pero también alude a la caída triste a la que se exponen casi todos los mortales que quieren andar con calma por la vida; una caída para la que no hay ni red de seguridad ni arneses con los que sujetarse.

Una cosa que aprendí hace poco es que el privilegio de las clases altas no es tanto el dinero como esa red de seguridad que los sostiene cuando quieren tirarse al vacío. Por ejemplo, cuando se habla de emprender, la virtud de los de arriba no (solo) es tener recursos que les permitan subir más rápido y alto que al resto, sino colchones que les amortigüen en caso de caída; y yo, seguro que también vosotros, siento muchísima envidia por ellos.

Al igual que la civilización, estamos a solo dos segundos del colapso; estamos a un mal día, quizá a una mañana nublada y poco apacible en la que nos levantemos con el pie izquierdo y contestemos mal al jefe, de que todo se acabe para nosotros; solo hace falta una brevísima mala racha, un error, para que el pitidito del árbitro nos avise de que estamos muertos.

Como la Benina y el Almudena, tenemos techo y comida y manta, pero no tenemos ni certezas ni seguridad; transitamos por este sitio sin tener claro si el mes que viene, tras una mala semana a la que todos deberíamos tener derecho porque para algo respiramos, vamos a poder pagar el alquiler sin que alguien nos arroje una perra gorda en la víspera cualquiera de un festivo.

Se habla mucho estos días del auge de Vox entre los chavales menores de veinticinco años cuando, según todos los datos macroeconómicos, España va bien, se crean bastantes puestos de trabajo y tenemos más libertades que en ningún otro momento de la historia. Sin embargo, nadie se para a hablar de la falta de certezas y de que ahí es donde reside la clave para comprender a mi generación.

Tenemos trabajo y casa arrendada, pero no tenemos trabajo estable ni casa en propiedad; la única certeza es que no hay certeza alguna de lo que va a pasar mañana, y ese es el alimento de esos carroñeros que aprovechándose de la falta de colchón bajo el filo del acantilado dibujan discursos baratos – el pasado, la patria, la Thermomix pagada a plazos – que fingen ser una red mullida ante la caída.

Quizá todo vaya de garantías, y no hablo ahora de la que viene incluida en la Thermomix.

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