Ecologismo de emergencia

Somos hijos de la pandemia

Memo Anjel

A partir de ese momento, se puede decir que la peste fue nuestra única preocupación.
Albert Camus. La peste.

Hoy en día vivimos más por las muchas enfermedades que han pasado por la tierra. Y no porque nos hayamos vuelto inmunes ellas sino por el conocimiento que la medicina ha adquirido tratando toda clase de pestes, contagios y malformaciones, ayudándose de la química farmacéutica en los dos últimos siglos. Estas enfermedades, la mayoría a consecuencia virus, bacterias, y parásitos crearon grandes problemas de salubridad matando poblaciones enteras y, en la edad media, le dieron la forma definitiva al demonio. Demonio que sirvió, también, para perseguir a los que no se contagiaban, como pasó en el siglo XIV y XVII con los judíos. Los judíos, debido al lavado de manos en la mañana, al comer y al acostarse (a más del baño a fondo obligatorio de los viernes previos al Shabat) se hicieron más resistentes que los demás, que seguían en el desaseo y el hacinamiento. También se persiguió a musulmanes que asistían a los baños públicos para sentirse limpios, pues se consideraba que mostrar el cuerpo era pecaminoso.

La ignorancia, la superstición, la brujería y las religiones mal entendidas (se creía más en el amuleto que en la divinidad), convirtieron en caldo de cultivo de los gérmenes (bacterias, virus, hongos y protozoos) a muchas gentes que, al creer más en el diablo que en el aseo y no querer dejar el hacinamiento para no sentirse solos, al final cayeron como moscas. Se salvaron unos pocos, quizá porque desarrollaron resistencia a la enfermedad o, por intuición, se separaron de los demás y llevaron a cabo prácticas continuas de aseo. De estos descendemos nosotros, pues nuestros genes han pasado toda clase de pestes, plagas y podredumbres a consecuencia de la guerra y las hambrunas (los campesinos abandonaron el campo y plantas y animales se perdieron) que llevaron a comer cualquier cosa caracoles, reptiles, crías de caimán, cachorros. Hoy en día sabemos que cuando la cocina de un pueblo es muy variada, esta no se debe a una educación gastronómica (a los gourmets) sino a esa comunidad que pasó por épocas de hambre intensa. Regularmente, la gente come de lo que más hay y su culinaria se fundamente en este abastecimiento de lo mismo, que sufre transformaciones, pero su base es idéntica.

Y sí, descendemos de gente que sufrió de bubas en las axilas y el vientre (la peste bubónica), de los que fueron tocados por la viruela (como pasó en América con la llegada de los españoles, debido a que cuando dos culturas se juntan lo primero que intercambias es enfermedades), del sarampión que mal tratado terminó en neumonías y de la gripe, que hasta no hace más que un siglo mataba a la gente por millones. ¿Y salimos inmunes a esto? No. Al igual que los organismos evolucionan y se adaptan a las nuevas circunstancias, lo mismo hacen los gérmenes. ¿Entonces cómo salimos? Salimos con más conocimiento debido a la reflexión, la observación y los intentos de lograr una solución, en términos de ensayo-error, hasta no cometer el error y haber acertado por fin, pero no con la erradicación total sino con la cura por tratamiento y las maneras de prevenirse. Enfermedades como la tuberculosis y el sarampión, que se consideraban erradicadas, aparecen de nuevo. Personas que no aceptaron las vacunas o que estas no llegaron a ellas, desarrollaron de nuevo el germen y ahí está. Y esto no pasa porque sea una maldición o un castigo, sino porque los microbios y los virus solo necesitan de unas condiciones específicas para volver a hacer su trabajo. Esto ha pasado con la malaria, el dengue, la chikungunya, que desaparecen y aparecen, pues los microrganismos que la producen vuelven y atacan si no hay la debida protección, aseo y protección ambiental.

El hombre y la mujer son animales frágiles, sujetos a toda clase de males, pero, quizá debido a esto, ha podido desarrollar una inteligencia superior a los instintos de los demás seres vivos. Y esta inteligencia, que tiene memoria y por eso se puede conservar con la escritura y la imagen, les permite a quienes sobreviven las pandemias no solo encontrar la cura, sino rehacerse en sociedades productivas, políticamente viables, y con un sistema educativo que enseñe lo que son las cosas, pero a la par, también, cómo prevenir los problemas de salud a partir del lavado del cuerpo, la noción del otro y unas condiciones ambientales amigables. O sea, que luego de una pandemia, la educación debe revisarse y centrarse en el cuidado de la vida (condiciones para vivir) y en la ética, que enseña el comportamiento.

Y si bien desde Louis Pasteur (el creador de las vacunas) cada vez que aparece una enfermedad la gente está pendiente de la vacuna (que previene) o de la cura, lo cierto es que una vacuna tarda años en logar ser efectiva (por eso no hay todavía una contra el Sida y la de la Malaria está en veremos) y la cura a veces compromete otros órganos, generando enfermedades marginales. Lo anterior quiere decir que dependemos de una educación correcta, de saber vivir con el entorno, de construir comunidades sanas y que, si la vacuna funciona, tenga como lema la prevención y las condiciones de higiene necesarias para haya control de las enfermedades. No es solo un chuzón de jeringa o tres gotas de líquido. La educación viene con ella.

Descendemos de gente que pasó por la peste (o la plaga), las guerras y las hambrunas, y que, al terminar el mal, reflexionaron y asumieron disciplinas de control, vieron con mejores ojos al otro y adelantaron en sistemas productivos y políticos para generar una vida más digna. Esto pasó después de la Segunda Guerra Mundial (que, a más de asesinatos en masa, también generó plagas), por ejemplo. Salimos de ahí convertidos en nuevos hombre y mujeres, pero con el tiempo se nos fueron olvidando los compromisos, se relajaron las disciplinas y, desconociendo que la política es el cuidado del otro (y por ello es el manejo de la ciudad o la comunidad), regresamos al mundo del que estábamos huyendo, empujados por la codicia, la envidia, el rencor y el querer ser otros y no nosotros. Y con este regreso al desorden, reapareció la peste, hoy en forma de coronavirus. ¿Y qué pasó? En términos de Gabriel García Márquez, nos volvió a invadir la enfermedad del olvido, que es la peor de todas porque creemos que las cosas pasan por primera vez y no que ya pasaron antes. Y como olvidamos, volvemos a encontrar, después de muchas luchas, lo que ya se había encontrado en las pandemias anteriores: que los hombres y mujeres sean dignos entre ellos y que a la naturaleza hay que respetarla.

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